Desde pequeño me fascinan los piratas. Mi infancia transcurrió con cientos de historias de piratería, protagonizadas por Barbarroja o algún otro bucanero. Quizás sea por eso de que cada uno sueña con ser algo que tiene muy difícil conseguir. Mirando por la ventana, como si estuviese situado en lo más alto del mástil central, esperaba encontrar un galeón que saquear.
Con mis botas, mi pañuelo, y mi trabuco, robado a algún indeseable comodoro británico; surcaría los oceános entonando la canción considerada como el himno pirata con el resto de la embarcación que capitanearía. "Quince hombres sobre el cofre del muerto, con una botella de ron..." decían. Con cientos de botellas en las bodegas del navío. "La bebida y el diablo nos llevaron a puerto...".
Sin patria y sin bandera, más que la libertad y el mar; un pirata tiene un punto romántico, ese punto que supo inmortalizar Espronceda en su Canción del pirata. "Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios mi libertad; mi ley, la fuerza y el viento; mi única patria, la mar", gritaba el pirata que ocultaba dentro el poeta.
Y en el mar encontrar alguna fiera bucanera, loba de mar; quizás como la ficticia Elizabeth Swan, que no pudiese resistir ante la vida pirata. No pudo resistir a las monedas de oro, al ataque de buques nobles y a la búsqueda incesante de la patente de corso. Decidió dedicar su vida a navegar con la bandera de la calavera blanca y el fondo negro, antes que la vida cortesana y burguesa.
La vida que yo anhelaba en mi infancia, y aún admiro cuando leo libros e historias de corsarios, apoyado en el mástil central de mi particular bergantin, repleto de cañones que disparan palabras.
Con mis botas, mi pañuelo, y mi trabuco, robado a algún indeseable comodoro británico; surcaría los oceános entonando la canción considerada como el himno pirata con el resto de la embarcación que capitanearía. "Quince hombres sobre el cofre del muerto, con una botella de ron..." decían. Con cientos de botellas en las bodegas del navío. "La bebida y el diablo nos llevaron a puerto...".
Sin patria y sin bandera, más que la libertad y el mar; un pirata tiene un punto romántico, ese punto que supo inmortalizar Espronceda en su Canción del pirata. "Que es mi barco mi tesoro, que es mi dios mi libertad; mi ley, la fuerza y el viento; mi única patria, la mar", gritaba el pirata que ocultaba dentro el poeta.
Y en el mar encontrar alguna fiera bucanera, loba de mar; quizás como la ficticia Elizabeth Swan, que no pudiese resistir ante la vida pirata. No pudo resistir a las monedas de oro, al ataque de buques nobles y a la búsqueda incesante de la patente de corso. Decidió dedicar su vida a navegar con la bandera de la calavera blanca y el fondo negro, antes que la vida cortesana y burguesa.
La vida que yo anhelaba en mi infancia, y aún admiro cuando leo libros e historias de corsarios, apoyado en el mástil central de mi particular bergantin, repleto de cañones que disparan palabras.
2 comentarios:
"repleto de cañones que disparan palabras", magistral, amigo. Magistral.
Un abrazo.
Yo soy pirata de corazón.
Porque las muejere spirata somos pocas pero muy valiosas, como lso tesoros que conocemos
"La vida pirata es la vida mejor"
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