domingo, 25 de agosto de 2013

Huellas

Para M, que hoy se ha vuelto a ir, esta vez algo más cerca, 
y para P, que otra vez se queda aquí y la ve irse.

Dejamos huella en cada persona que tocamos. Es inevitable. Da igual que sea un roce leve o que sea prolongado en el tiempo. Cada persona en la que ponemos la mano siempre lleva una pequeña parte de nosotros con ella. La profundidad de la marca no tiene por qué ir ligada con el tiempo de exposición de la persona en cuestión; a veces, personas que nos rozan de manera tangencial dejan una huella mucho más indeleble que otras que nos tocan prolongadamente, aunque lo normal no es esto. 

No sé cuántas huellas porta mi cuerpo. No tengo ni la menor idea. ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Mil? Qué mas da. Pero sé que hay unas cuantas, quizás diez, a lo mejor algunas menos, no sé, que son huellas imborrables. Y aunque la mayoría de las veces son para bien, en ocasiones duelen. Las más importantes, por lo general, no se distinguen a simple vista. Tienes que indagar un poco, rascar en la corteza de una persona, para averiguar la identidad de sus huellas más profundas que, por costumbre, suelen ser, además, las fuertes, las más arraigadas, las que más duelen. 

Las huellas indelebles no sufren riesgo de perderse. Puedes estar tranquilo. Da igual dónde, pero siempre están ahí. Anoche dos de ellas estaban en la misma ciudad, compartiendo la noche conmigo. Dos de las más importantes, cada una diferente en todo de la otra, pero siempre caminando en el mismo sentido. Hoy ya no. Hoy volvemos a separarnos, pese a que el vínculo sale fortalecido. Suele pasar. Hoy volvemos a lo mismo que hace un año. Sí, porque todo vuelve. Es inevitable. Pero, a cambio, sólo algunas cosas se van para siempre.