jueves, 29 de enero de 2009

Papel mojado

El papel flota en el agua unos segundos, para después hundirse en la opaca transparencia de ésta. Es como si quisiese dejar un último testimonio de lo que portaba en sus delimitaciones. Al sumergirse -sin oxígeno que valga- las palabras se desvanecen en cuestión de centésimas de segundo, y su tinta pasa a formar parte de la composición del agua de la que estamos hablando. Como si realmente se tratase de un aditivo natural de la misma.
Yo, que estoy petrificado frente a la barandilla que me separa del lago, lo miro. No le quito ojo y me fascina como van desapareciendo las palabras que anteriormente lo arropaban. Un folio en blanco es como una vestimenta nueva, a estrenar. Primero lo muestras con orgullo, después, según avanza el tiempo -y ya lo has exhibido- pierde su interés inicial, y pasa a engrosar la lista de textos del pasado. No vale decir eso de: "No soy vanidoso". Todo escritor lo es de alguna manera.
El papel se ha hundido ya. Todavía flota alguna palabra que no ha llegado a descomponerse, e intenta aferrarse a un trozo de quilla sobre la transparencia del agua. Aún puedo leerlas en la superficie. Pero ya no merece la pena seguir ensimismado en ellas. Me marcho.
Enfilo la primera calle que me lleva hacia casa. Silbo. La música del viento. Podría ser Tchaikovski, con el final de su Obertura 1812 -también utilizada en V de Vendetta. Podría significar destrucción como en ese caso: la destrucción del papel, de las ideas. La destrucción de este mundo podrido en el que vivimos.
Mejor tararearé, es menos destructivo. En este caso es Queen. The show must go on. Viene como anillo al dedo después de que se ha deshecho mi papel, en el que alguna vez albergué ciertas esperanzas. No sé de qué, la verdad. Ciertamente, el show ha continuado, sí. Igual que continuó tras la marcha de Mercury. El mundo no para, ni para respetar un minuto a los muertos. ¡Qué vergüenza!
¿Se habrá difuminado ya la última palabra en el lago? Seguramente. Yo ya he llegado al portal y justo cuando iba a meter la llave, me ha caído en la cara la primera gota de la tormenta. Se avecina larga.

miércoles, 28 de enero de 2009

Vicente Aleixandre (1898-1984)

Para que nadie le olvide...

Amante


Lo que yo no quiero
es darte palabras de ensueño,
ni propagar imagen con mis labios
en tu frente, ni con mi beso.
La punta de tu dedo,
con tu uña rosa, para mi gesto
tomo, y, en el aire hecho,
te la devuelvo.
De tu almohada, la gracia y el hueco.
Y el calor de tus ojos, ajenos.
Y la luz de tus pechos
secretos.
Como la luna en primavera,
una ventana
nos da amarilla lumbre. Y un estrecho
latir
parece que refluye a ti de mí.
No es eso. No será. Tu sentido verdadero
me lo ha dado ya el resto,
el bonito secreto,
el graciosillo hoyuelo,
la linda comisura
y el mañanero
desperezo.

El poeta se acuerda de su vida

Perdonadme: he dormido.
Y dormir no es vivir. Paz a los hombres.
Vivir no es suspirar o presentir palabras que aún nos vivan.
¿Vivir en ellas? Las palabras mueren.
Bellas son al sonar, mas nunca duran.
Así esta noche clara. Ayer cuando la aurora
o cuando el día cumplido estira el rayo
final, ya en tu rostro acaso.
Con tu pincel de luz cierra tus ojos.
Duerme.
La noche es larga, pero ya ha pasado.

Circuito

Nostalgia de la mar.
Sirenas de la mar que por las playas
quedan de noche cuando el mar se marcha.
Llanto, llanto, dureza de la luna,
insensible a las flechas desnudas.

Quiero tu amor, amor, sirenas vírgenes

que ensartan en sus dedos las gargantas,
que bordean el mundo con sus besos,
secos al sol que borra labios húmedos.

Yo no quiero la sangre ni su espejo,

ignoro si la tierra es verde o roja,
si la roca ha flotado sobre el agua.
Por mis venas no nombres, no agonía,
sino cabellos núbiles circulan.


domingo, 25 de enero de 2009

Palestina: En la franja de Gaza, de Joe Sacco

Joe Sacco es reportero de guerra. Tras vivir en sus propias carnes la experiencia de Palestina, se lanzó a la escritura de un cómic autobiográfico de ella -o quizás fue hasta allí en busca de material para él, según parece apuntar en ocasiones. El periodista se sumerge de lleno en los campos de refugiados y en las familias palestinas, en sus formas de vida, en sus dramas, en sus alegrías, su esperanza.
El cómic es un relato desgarrador de alrededor de unas 250 páginas en las que el periodista visita las ciudades más importantes de Cisjordania y la Franja de Gaza, acogido por familias que ejercen de guías. Durante todo el relato, Joe Sacco muestra la narración en primera persona, apareciendo como el personaje principal, y cuenta -como aclara al principio y al final- historias completamente verídicas y reales. Cuenta lo que vivió, sin llegar a resultar un manifiesto panfletario, en absoluto.
Historias tremendas, vejaciones, encarcelamientos, bloqueos, pedradas, bombardeos, y todo tipo de infamias cometidas sobre los habitantes enclaustrados. Lo que llama la atención de todo es que, a pesar de todos los pesares que se viven allí, los palestinos siguen desprendiendo alegría e, incluso, esperanza de que algún día vuelva la normalidad.
El cómic es un grito que arrancará, a su vez, el grito del lector en más de una ocasión. Vivencias completamente ciertas, historias dignas de película de miedo, para no dormir. Realmente bueno, tal vez por eso fue galardonado con el American Book Award, en 1996, y con el Book Expo America, este 2002, con el recrudecimiento del conflicto (vease que se trata de dos premios americanos). Merece la pena su lectura, aunque no te guste el género. Tal vez sirviese para abrir algunas mentes.

jueves, 22 de enero de 2009

Yo quise un millón de amigos

Siempre quise tener un millón de amigos, como dice la canción.
Yo, entre la enmarañada lista de amigos, tengo al mejor pianista, optimista y soñador. Otro amigo es fotógrafo, alegre, observador. Un amante de dos ruedas, contestón, trabajador. Y un gran amigo cinéfilo, que es magnífico escritor. Un loco científico, de noche compositor. Una chica que miente, otra luego desmiente. Pareja de ojos azules paran donde se divierten. En la lista alguien miente, y tengo una amiga yo, que cuando se echa novio, no vuelve.

Dos futuras filólogas sueñan en palabras. Un feliz historiador estudia Mesopotamia. Unos ojos verdes, que son por si arte, y que hoy inspiran palabras con las que a ti agasajarte. Una amiga en mi madre, y en mi padre un amigo; y cuatro grandes compañías que son todos vecinos.
También hay una poeta y alguien que lee poesía, un bailarín que no puede levantar en noches frías. Alguien que mira hacia atrás, y deja una puerta abierta, sueña noches en Las Palmas nadando con las sirenas. Una preciosa gallega, dulce voz, mirada atenta, y una chica que sonríe, al lado, que parece ser de Huesca.
Un pinchadiscos moderno, al que me encuentro cuando nieva. Una academia músical, digna de hacer reverencia; un motero sin cuidado, carretera de Valencia. Un hermano aquí a mi lado, un sillón, una escalera. Una mano delgada, pluma azul, cielo de letras, escribe textos por mi, cual mente que en nube vuela.

Espero que os guste el experimento.

miércoles, 21 de enero de 2009

Episodios internacionales

Desde que era pequeño, guardo en mi memoria una frase que escuché -o leí- no me acuerdo en qué lugar. La frase en cuestión la había dicho un escritor, si no me equivoco fue Benito Pérez Galdós. Por algún acontecimiento especial o fiesta señalada en el calendario, se celebró un desfile, y el escritor, antes de salir de casa, se puso el sombrero y le dijo a su amigo: "Me voy a ver la historia". Después escribió uno de sus Episodios Nacionales.


Estos días se escuchan mucho las expresiones "hacer o pasar a la historia" o "hecho histórico", obviamente referidas a la llegada a la presidencia norteamericana de Barack Obama. Histórico sí que es, si tenemos en cuenta que hace medio siglo -que parece mucho, pero no lo es- un negro no podía compartir asiento de autobús con un blanco. Entonces, me viene a la cabeza la posibilidad de que esté asistiendo a la historia, a un acontecimiento que se estudiará en los futuros -y por lo general nefastos, como ahora- libros de texto.
"El 20 de enero de 2009 llegó a la Casa Blanca el primer presidente negro de los Estados Unidos: Barack Obama", pondría en los libros de Historia de la Humanidad del año 2067, por ejemplo. Cabe la posibilidad, por tanto, de que estemos siendo testigos de la historia de nuestro tiempo. Nuevas guerras mundiales, conflictos entre futuras potencias, nuevas guerras frías, exterminios televisados, genocidios sin juicio, rutas comerciales... estamos siendo unos testigos sordos y callados de la nueva Humanidad.
Como observaréis, le doy muchas vueltas a la cabeza; en cuanto tengo un rato, echo a volar las ideas, por lo que pueda pasar. Galdós -si es que fue él, finalmente, quien dijo la frase- acertó al hacer esa declaración. Como los libros nos enseñaron, más tarde, acudió a una gran cita con la historia. Asi, entretanto se escriben los libros de historia universal, y yo sigo escribiendo algún que otro sinsentido; tú, Obama, arreglanos el mundo, anda, que falta hace -nótese la profunda ironía en el cierre.


No sé quién es el autor de esta fotografía. En Google Images no lo especificaba.

martes, 20 de enero de 2009

El pianista, de Roman Polanski

Los mundos imaginarios quedaron relegados fuera de la Polonia invadida por los nazis. Por eso, Roman Polanski, ganador del Oscar al mejor director, las aparta de su película. Sin embargo, aún en esas circunstancias, sobrevivieron las historias bellas e increíbles, tan emotivas como la de este pianista, Vladek Szpilman, judio y por lo tanto, ciudadano -o no ciudadano, mejor dicho- en apuros en aquellos tiempos.
La película se presenta cruda, e incluso violenta, en algunas escenas del principio, pero no merece la pena quitarla, la historia vence por si misma a éstas. Con el paso del tiempo -dos horas a priori largas- la situación en Varsovia va degradando: leyes discriminatorias, el famoso ghetto, y los campos de exterminio, con una larga lista de humillaciones e infamias intermedias.
Polanski trata de hacer un retrato situacional, a través de la historia de un pianista; que a la llegada de Hitler al poder, ya era un prestigioso y conocido pianista de renombre. Su vida discurría sin ningún tipo de complicación fatal: tocaba en la radio polaca y vivía con su familia comodamente. Pero pronto eso cambiaría.
Adrien Brody da vida a Szpilman, con una interpretación magistral, que le valió el Oscar al mejor actor en papel protagonista. Escalofriantes las escenas en las que se encuentra enfermo o cansado, al igual que las memorables escenas en las que sus manos actuan independientemente de su cuerpo, tocando en un piano que no existe -o no puede ser tocado. Una maravilla.
El actor se echa a la espalda la película, ya que, prácticamente, es única y exclusivamente el que lleva y teje el hilo argumental, dejando protagonismo escaso a personajes secundarios. Tan sólo es alcanzado, con la cinta bien entrada en materia, cuando aparece el capitán Wilm Hossenfeld (Thomas Kretschmann).
La historia es, a veces, caprichosa, y deja testimonios e historias como ésta, basada en el diario del propio Wladyslaw Szpilman, que adaptó Ronald Hardwood, ganando un Oscar por su excelente trabajo. El pianista no es una historia más, es la intrahistoria. Esa que, la gran mayoría de ocasiones, obviamos y que contiene la verdadera historia universal de la humanidad. Dos horas muy bien invertidas de tu vida, si es que decides sentarte a verla.

domingo, 18 de enero de 2009

El viaje del elefante, de José Saramago

La nueva obra del Nobel portugués narra el viaje de un elefante indio, Salomón, en el siglo XVI, desde Lisboa hasta Viena, con motivo de un regalo del rey de Portugal al archiduque de Austria. Saramago despliega en sus páginas un buen número de recursos narrativos, fiel a su estilo peculiar de relatar -sobre todo en los diálogos. Este libro constituye una visión profunda sobre la vida, tras la duradera enfermedad que atravesó el autor, meses antes de su publicación, y por la cual llegó incluso a pensar -según sus palabras- que tal vez no viese fin.
El escritor, que siempre aseguró que su carrera literaria empezó tarde -con 60 años sólo había publicado Tierra de pecado-, da muestra de su enorme capacidad para relatar y describir. Con mucho juego en el ritmo narrativo, alterna la visión del propio elefante y su cornaca -cuidador- Subhro, mucho más pausada; con la visión de los mandatarios europeos que acompañan a la comitiva, siempre pendientes de llegar a tiempo, acelerados, y con poco sentido del humor.
El autor de Ensayo sobre la ceguera dota, por momentos, a su obra de un carácter épico, desde mi punto de vista, bastante logrado, que recuerda vagamente a los viajes de El señor de los anillos -con todos los elementos indispensables: nieve, lluvia, montaña, frío, etc. En cambio, en otras ocasiones José Saramago escribe de una forma mucho más espiritual, más mística, resultando similar el estilo al del autor brasileño Paulo Coelho y su Alquimista; llegando a ofrecer, en determinados pasajes, reflexiones, a cargo tanto del propio escritor, como de los personajes -en especial el elefante y Subhro.
El viaje del elefante no es una novela, es un cuento largo; según comentaba en su presentación el autor de la obra, con el que no discrepo en absoluto. Un relato cargado de ironía -agudizada al final del mismo- y crítica a las instituciones más importantes de la época: la nobleza, los militares y la Iglesia, que salen malparados, con la intención de desmitificar su necesidad de existencia. Merece la pena.

sábado, 17 de enero de 2009

Tendencia suicida

Vuelvo de la biblioteca –sí, ya sé que es viernes, pero hay que estudiar-, hoy me ha tocado Cine. La asignatura me gusta bastante. Entre menciones a Resnais, Capra o John Ford –grandes maestros- decido hacer un descanso, como en los antiguos cines, y coger una revista a la que echar una ojeada, una que tenga a mano, que no tenga mucho que rebuscar en los estantes. La tomo, y lo primero que encuentro tras abrirla es un título de Rosa Montero: Mil y una maneras de matarse.
La fotografía que ilustra el contenido me llama la atención: Stefan Zweig con su mujer, tras suicidarse ambos. Comienzo a leer y resulta que el tema es: Suicidio y literatura. La autora habla de una teoría que apunta que los escritores, poetas y, en definitiva, artistas, tienen una oscura tendencia al suicidio.
De repente experimento una rara aprensión. Yo persigo ser escritor, es uno de mis sueños meta. Incluso, aunque muy novel, ya me empiezo a considerar como tal –sin ningún tipo de ego. La lista de literatos que terminaron con su vida es tremendamente larga. ¡Qué raro! Estoy advirtiendo una especie de desasosiego repentino. Miro alrededor constantemente, mientras sigo con las líneas suicidas. Rozo la estilográfica que me regalaron, con la que escribo alguno de mis textos. La anudo entre mis dedos. ¿Será un vestigio de mi suicidio, sea cuando acontezca? Yo creo que no sería capaz de quitarme la vida. No sería lo suficientemente valiente. La aprecio más que a nada, la vida es… la savia.
Siempre me llamó la atención, desde que lo conocí, el suicidio de Virginia Woolf. Me resulta muy lírico, sumamente poético. Sumergirse en un río con los bolsillos del abrigo llenos de piedras, para no reflotar nunca más a ese mundo que tanto la había malogrado. Un suicidio, como dice la autora, legendario.
Sigo mirando a mí alrededor, con la pluma cosida a los perfiles de mis dedos. Ahora no me la puedo quitar de las manos, al igual que no me puedo quitar estas palabras de la cabeza. ¿Será verdad eso que dicen? ¿Serán leyendas sobre la literatura? Todo puede ser. La lista es larga, el artículo detalla unos cuantos suicidios y sus representaciones tan extrañas: Alejandra Pizarnik, Emilio Salgari, Larra, Cesare Pavese, Hemingway o la increíble historia de Stefan Zweig y su mujer –que ilustran el artículo en su edición impresa.
Alguna vez leí sobre el suicidio en asignaturas filosóficas y sociológicas. Pasé horas fascinado por el tema: suicidio egoísta, anómico, colectivo… Ahora leo esto y, muerto de miedo, pasaré horas mirando a la pluma y al folio blanco. Lo sé. Mientras, tendré que seguir escribiendo, para relatarte todas estas cosas.

viernes, 16 de enero de 2009

Million Dollar Baby, de Clint Eastwood

Tras ver esta sensacional cinta, pienso que se debería construir un monumento en nombre de ella y su equipo. Habrá quien piense que ya se han erigido cuatro: los oscars que recibió, uno a la mejor película, y otro a cada uno de los tres miembros del reparto (Clint Eastwood, como director; Hilary Swank y Morgan Freeman). Albergaba muchas esperanzas de ver una película que me entusiasmase, y tras terminarla este mediodía, veo cumplida esa expectativa.
Million Dollar Baby cuenta la historia de un entrenador de boxeo, Frankie Dunn (Clint Eastwood), que regenta un gimnasio de entrenamiento, junto a su viejo amigo Scrap, antiguo boxeador, ciego de un ojo, al que da vida Morgan Freeman. Un día llega a sus vidas Maggie Fitgeralz, interpretada por Hilary Swank; que encarna a una dulce y pobre camarera de 31 años, cuyo sueño es boxear de la mano de Dunn.
Tras unos días de asimilación y negativas para la chica, Frankie la acepta como pupila, tras la marcha de su más importante boxeador. A lo largo de su entrenamiento se creará un vínculo entre ellos dos, incluso si me apuras entre los tres, reconocidos perdedores en la vida; que tendrán que afrontar su mayor combate juntos, el cual creará cierta controversia o polémica.
Un drama que, en ocasiones, pone los pelos de punta, y en otras muestra una ternura y sensibilidad tremendas. Un reparto magnífico y una ejecución perfecta en todas las escenas. Desde los protagonistas hasta aquellos actores casi extras, como el divertido y joven púgil Peligro; lo bordan. Los tres protagonistas cuajan una maravillosa interpretación, con una Hilary Swank soberbia, que aporta una dulzura insospechada al principio y un dramatismo excepcional en las escenas más oscuras. Por otra parte Morgan Freeman, en un papel más secundario esta vez, cierra uno de sus mejores personajes en los que yo le conozco, y se reafirma como uno de los mejores actores del panorama. Magistral.
Million Dollar Baby, como ya adelantó la crítica, pasará a la lista de clásicos del cine de la mano de dos monstruos de la escena como Clint Eastwood y Morgan Freeman. En palabras de Javier Márquez: "Todo un monumento del arte cinematográfico, destinado a engrosar las futuras listas de clásicos de la historia del cine".

miércoles, 14 de enero de 2009

Expresso edulcorado

Ahora ya descansaban después de un día de excursión. Habían disfrutado como enanos de aquel pueblecito tan recóndito, escondido entre las montañas de la sierra. El silbido estridente del tren indicaba que el día había terminado, pese a ser mediodía, y que tan sólo quedaba el viaje de vuelta a su localidad.
El grupo era amplio, y como siempre dentro de los grupos grandes, se forman pequeños grupos más cerrados. Dentro de uno de estos grupos es donde se encontraban ellos. Ella se había sentado, se encontraba agotada después de haber caminado durante unas cuantas horas, y él estaba sentado a sus piernas, con la cabeza apoyada en una de ellas. Estaban realmente exhaustos, pero el día había merecido la pena. Habían quedado encantados con el pueblo en el que habían estado.
Ella estaba dormida, y él parecía estarlo también, pero tan sólo dormitaba con los ojos entreabiertos, entre todos sus compañeros. Aquella mañana, ella por fin se había decidido, tras cientos de ratos, miradas y mensajes, a besarle; y eso le estaba haciendo soñar despierto. Era el primer amor, y había llegado a creer que nunca conseguiría estar a su lado, pues ella ya tenía novio.
La mano de la muchacha había estado rondando por su cuello, antes de caer dormida, describiendo algo así como espirales infinitas, como si practicase para el próximo examen de dibujo técnico. Sin embargo, pese a caer en los brazos de Morfeo, había seguido acariciando su cuello, dibujando extrañas formas.
Ella era un amor prohibido -como ya se vio anteriormente-, aunque en los últimos meses le había hecho ver lo contrario, por lo que albergaba ciertas esperanzas. Cuantas veces había hundido su deseo por ella, en un amargo café madrugador, o en un vaso largo con alcohol noctámbulo.
Al fin y al cabo, el amor y la vida son eso. Sumergir, y ahogar, un sentimiento en una taza con café amargo una y otra vez, para en alguna de las inmersiones toparte con el edulcorante, que endulce la tosquedad de la cafeína. También existe quien siempre topa con la sacarina. Incluso los que suavizan la amargura con condimentos tan inútiles como la leche condensada o el chocolate. Nunca sirve. El amor y la vida son eso, sin más.
El silbido del tren le volvió a extraer de sus pensamientos, y retornó a su tarea de intentar adivinar los contornos de las figuras que dibujaba, permanentes, sobre su tez blancuzca. Sonrió, para sí, y sólo una de sus amigas se percató de aquella situación, y también le regaló una sonrisa sincera. ¿Con qué estará soñando ella?, pensó.

domingo, 11 de enero de 2009

Nieve acristalada

Nieve. Ha nevado estos días de atrás. Después de tanto tiempo vistiendo el gris; la ciudad vuelve a portar su elegante traje blanco, como si de boda se fuese. Ha nevado, como lo hace en la bola de cristal de nieve con la que juego. Justo la noche anterior a la nevada, yo jugaba con ella: la agitaba y volteaba, y la nieve de mentira se posaba, sorda, sobre la superficie de la bola, que se asemeja a la atmósfera, o algo así.
Me gustaría poder invocar a la nieve cuando me apeteciese disfrutar de su compañía -mala según algunos. Agitar y voltear mi ciudad -cual palo de lluvia-, y que los aspados copos se deslizasen en un cálido baile de cortejo. Voltear la ciudad y que, al devolverla a su estado horizontal, no descendiese lo que más detesto de ella. Que bajo su burbuja de cristal contaminado -y contaminante-, tan sólo quedasen bancos cubiertos de blancura, lagos helados, buenos amigos; y una vespa para fotografiar cubierta de nieve, por ejemplo.


Aún hay nieve ahí afuera. Las calles parecen de nata por momentos. Me encantan esas tartas con pequeñas ciudades azucaradas entre las fronteras de nata y trufa; similares a las ciudades que se guardan bajo llave en una bola acristalada de agua y nieve espumosa. Ahora juego con ella. Igual que abajo alguien juega tirando bolas blancas, en batallas completamente encarnizadas; pero, sin embargo, nada cruentas. Deberíase aprender. Más de uno y dos.
Yo, en cambio, mentalmente estoy repasando el camino que perfilé antes, en el que encontré damas de hielo de ojos verdes, niños riendo rebozados por el suelo, o muñecos de nieve: sonrientes y tristes, grandes y pequeños...
Sigue nevando a través de mi cristal, que está empañado. La calle sigue tiñéndose de blanco, como el sueño que tras mis ojos avanza raudo. Mi imaginación, en su espera, está jugando al cubo de rubik. Trata de manera incesante, sin aliento; completar la cara blanca, para que tú te confundas y camines sobre ella, equivocando la superficie blanca que ofrece la nieve al viandante. Mientras tanto, la estilográfica -regalo de mi familia- sigue escupiendo tinta azulada, como diciendo: "Vísteme, de azul. Tengo una cita".

miércoles, 7 de enero de 2009

Niñez

"En mi casa he reunido juguetes pequeños y grandes, sin los cuales no podría vivir. El niño que no juega no es niño, pero el hombre que no juega perdió para siempre al niño que vivía en él y que le hará mucha falta".

Pablo Neruda


Joder, tío, ¡cómo crecemos! - me decía Oskar, mientras hablábamos de las nocheviejas que habíamos pasado juntos -cuatro ya- desde que nos conocemos. La verdad es que sí. El tiempo avanza vertiginoso, y desde entonces -pensaba en ese momento- ha habido multitud de cambios. Cuando nos conocimos eramos niños todavía, la inocencia se nos desbordaba en cada paso. No medíamos más de un metro y ni siquiera teníamos barba. Ahora, en cambio, eso quedó atrás. Yo tengo perilla, y en cuanto me descuido, barba de tres o cuatro días -que no entiendo el porqué de esa denominación, si alomejor es de siete.
Sin embargo, no es libre si no aquel que vive siempre en la mente de un niño, o que guarda un rincón para ella, para no olvidarse del yo niño. Me gusta recordar al niño que hay en mi siempre que puedo. Por eso, montó en bici, juego con bolas de cristal de esas en las que cae nieve -tan simples-, las cuales siempre me encantaron. Y sueño, soy un soñador nato; de muchos de esas ensoñaciones, nacen los textos que escribo.
Esta mañana me di cuenta de esto, de una manera clara y sencilla. Acompañaba a Oskar y a su hermana de diez años -un amor de niña- a su casa, antes de comer. Habíamos estado viendo con Serly la película de La Sirenita, para que la viese la pequeña. Caminabamos tranquilos y de pronto, nos percatamos de que el lago estaba helado, cubierto de placas transparentes de hielo duro. Sin mediar palabra, cogimos piedras y las lanzamos al hielo. Así estuvimos un rato. ¡Qué bien se lo pasa uno tirando piedras al hielo! -pensé, mientras lanzaba una lo más lejos posible.
Asique, siempre que podáis, jugar. Intercambiad palabras con el infante que portáis en vuestro interior, volved a ver películas que os gustaban de pequeños, y todo ese tipo de cosas. En cada niño nace la humanidad.

martes, 6 de enero de 2009

En la línea de fuego

Para mi amigo Pablo y para Serly.

"La bala silbó rozando la aleación de hierro y valentía de la que se compone mi casco. Besar banderas, izar la cámara, escuchar el silencio que dejan tras de sí las explosiones... No sé si todo esto está hecho para mi. Cuando se vive a 10.000 kilometros de tu hogar, todo es diferente. Ya no se hecha de menos lo mismo que cuando estás de viaje, y no quieres igual a las personas que cuando estás allí".

Desde hace unos meses, pienso en palabras de la índole de las que acabo de vomitar al papel -ficticio, en un ordenador-. Y las imagino como inicio de una novela o relato, sobre los reporteros de guerra. Sobre todo desde que conozco dos personas que tienen como meta este destino. Y debido a que, además, tengo un sentimiento tremendamente bipolar hacía esa profesión.
Por un lado, me inspira un tremendo miedo, una incomprensible locura: jugarse la vida, solamente por hacer llegar a lugar seguro una información, que posiblemente sea tratada y manipulada, sin tener en cuenta el trabajo desarrollado y el riesgo con el que se acuesta el protagonista cada noche. Por otra parte, siento hacia los reporteros de guerra (ya sean fotógrafos, periodistas, reporteros, propiamente dicho); siento hacía ellos -continúo- un profundo y honorable respeto y admiración. Su situación me parece increíblemente dura y su decisión de dedicarse a ello, se me antoja fría y calculada, a la vez que pasional y cálida como un beso de despedida.
Me contaba Serly hace unos meses que, en una ponencia, un reportero de guerra afirmaba que es en esta situación tan extrema, donde había visto emerger a la superficie lo mejor del ser humano: cada beso se da al otro como si fuese el último, cada despedida es una despedida, tan real que estremece; cada vez que una familia vuelve a casa al completo, se agradece la vida, un bien muy preciado que apreciamos tan poco a veces. Y es que, verdaderamente, es cierto lo que se dice: nadie a la hora de morir se acuerda de los malos sentimientos hacia otra persona, sino que sus últimas palabras son un te quiero, o algo parecido; aunque suene un poco hollywoodiense. Tan real como la vida misma.

viernes, 2 de enero de 2009

Hogares

Para mi amigo Loren.

Elige un lugar para vivir que no sea una casa.
Si me trasladasen esta especie de orden alguna vez, creo: primero, que me asombraría hasta límites insospechados -nadie se lo esperaría nunca-, y segundo, que sé cual sería ese espacio acondicionado para la vida con el que me quedaría.

Quizás alguno de los que estáis leyendo esta entrada, os hayáis preguntado lo mismo: "¿Qué lugar sería en el que me instalase? Al principio se os habrá antojado difícil la respuesta, pero hombre, haced un acto de imaginación. No creo que os pase.
Mi lugar, volviendo al tema, sería una biblioteca o una casa del libro, porque, para mí, lo tiene todo: acción, historias, amor, infancia... No se necesitaría ningún tipo de ambientador, pues los libros huelen bien -como alguna vez os conté. Dormiría entre páginas y estanterías, o incluso -si lo tuviese- en uno de esos sillones-butacones de lectura. ¿Por qué no? Para comer, sería muy bueno alimentarse con algún buen libro de recetas, pues sólo viendo las fotografías de los platos ya se siente uno bien alimentado.
Olvídate del embrollo de la calefacción y todo eso. Allí no hace falta, el calor está asegurado. No hablo de quemar libros, ni mucho menos, pues como apunta Manuel Rivas, los libros arden mal. Hablo de la calidez que dan los libros, y más cuando puedes digerirlos al calor de un radiador o una estufa en los pies.
La vida está asegurada allí, sin haber hablado aún de la lectura, elemento tan importante en la vida de algunos, entre los que yo me incluyo. Así que, si al leer mi cuestión te planteaste por qué lugar te decantarías; yo te ofrezco cual sería mi hogar, por si te sirve de ayuda.