El papel flota en el agua unos segundos, para después hundirse en la opaca transparencia de ésta. Es como si quisiese dejar un último testimonio de lo que portaba en sus delimitaciones. Al sumergirse -sin oxígeno que valga- las palabras se desvanecen en cuestión de centésimas de segundo, y su tinta pasa a formar parte de la composición del agua de la que estamos hablando. Como si realmente se tratase de un aditivo natural de la misma.
Yo, que estoy petrificado frente a la barandilla que me separa del lago, lo miro. No le quito ojo y me fascina como van desapareciendo las palabras que anteriormente lo arropaban. Un folio en blanco es como una vestimenta nueva, a estrenar. Primero lo muestras con orgullo, después, según avanza el tiempo -y ya lo has exhibido- pierde su interés inicial, y pasa a engrosar la lista de textos del pasado. No vale decir eso de: "No soy vanidoso". Todo escritor lo es de alguna manera.
El papel se ha hundido ya. Todavía flota alguna palabra que no ha llegado a descomponerse, e intenta aferrarse a un trozo de quilla sobre la transparencia del agua. Aún puedo leerlas en la superficie. Pero ya no merece la pena seguir ensimismado en ellas. Me marcho.
Enfilo la primera calle que me lleva hacia casa. Silbo. La música del viento. Podría ser Tchaikovski, con el final de su Obertura 1812 -también utilizada en V de Vendetta. Podría significar destrucción como en ese caso: la destrucción del papel, de las ideas. La destrucción de este mundo podrido en el que vivimos.
Mejor tararearé, es menos destructivo. En este caso es Queen. The show must go on. Viene como anillo al dedo después de que se ha deshecho mi papel, en el que alguna vez albergué ciertas esperanzas. No sé de qué, la verdad. Ciertamente, el show ha continuado, sí. Igual que continuó tras la marcha de Mercury. El mundo no para, ni para respetar un minuto a los muertos. ¡Qué vergüenza!
¿Se habrá difuminado ya la última palabra en el lago? Seguramente. Yo ya he llegado al portal y justo cuando iba a meter la llave, me ha caído en la cara la primera gota de la tormenta. Se avecina larga.
Yo, que estoy petrificado frente a la barandilla que me separa del lago, lo miro. No le quito ojo y me fascina como van desapareciendo las palabras que anteriormente lo arropaban. Un folio en blanco es como una vestimenta nueva, a estrenar. Primero lo muestras con orgullo, después, según avanza el tiempo -y ya lo has exhibido- pierde su interés inicial, y pasa a engrosar la lista de textos del pasado. No vale decir eso de: "No soy vanidoso". Todo escritor lo es de alguna manera.
El papel se ha hundido ya. Todavía flota alguna palabra que no ha llegado a descomponerse, e intenta aferrarse a un trozo de quilla sobre la transparencia del agua. Aún puedo leerlas en la superficie. Pero ya no merece la pena seguir ensimismado en ellas. Me marcho.
Enfilo la primera calle que me lleva hacia casa. Silbo. La música del viento. Podría ser Tchaikovski, con el final de su Obertura 1812 -también utilizada en V de Vendetta. Podría significar destrucción como en ese caso: la destrucción del papel, de las ideas. La destrucción de este mundo podrido en el que vivimos.
Mejor tararearé, es menos destructivo. En este caso es Queen. The show must go on. Viene como anillo al dedo después de que se ha deshecho mi papel, en el que alguna vez albergué ciertas esperanzas. No sé de qué, la verdad. Ciertamente, el show ha continuado, sí. Igual que continuó tras la marcha de Mercury. El mundo no para, ni para respetar un minuto a los muertos. ¡Qué vergüenza!
¿Se habrá difuminado ya la última palabra en el lago? Seguramente. Yo ya he llegado al portal y justo cuando iba a meter la llave, me ha caído en la cara la primera gota de la tormenta. Se avecina larga.