viernes, 12 de noviembre de 2010

Mrs. Holly

Aún le falta echarse el rímel en un ojo cuando la puerta se cierra tras de sí. Va algo acelerada. Entra en el ascensor y destapa el bote. Se termina de pintar allí, en el trayecto hasta la calle. Igual que Holly se pintaba en el rellano.

Nota el frío en la piel, debajo del abrigo largo de color beige con el que ha salido hoy. Acerca el rostro, con el ojo izquierdo por delante, al espejo, y empieza a deslizarlo por sus orillas. Justo antes de que el ascensor llegue, termina, se mira por última vez en el espejo y sale.

Ya es de noche. Camina algo rápido, la esperan y llega un poco tarde. Bueno, al menos el sitio está cerca y no tiene que recorrer mucho camino hasta allí. En la primera esquina que gira tras abrir la verja del recinto, ya ve en la distancia el punto de encuentro y cree que le intuye esperando, con un abrigo oscuro, apoyado contra la pared, aunque no le alcanza bien la vista.

Cuando se acerca allí descubre que sí es él. Instintivamente se acerca el dedo a los labios, como si se lo mordiese, y una mueca dibuja una especie de sonrisa pícara en su rostro. Suele hacerlo si llega un poco tarde. El mundo es para ellos hoy. Y hace tiempo que no tenían tantas ganas de estar juntos como esta noche.

La luz de las farolas se acompaña de la de la luna para dibujar un rastro luminoso blanco en los adoquines de aquella calle, no demasiado transitada, donde él espera. Ya ha llegado a una distancia de tres metros de él, que sonríe y se separa de la pared. Se funden en un abrazo. La luz, dibujando su rastro en el suelo.

Moon river.

martes, 9 de noviembre de 2010

Cartas en el bolsillo

Le compré una parca negra a un tal Horacio Oliveira. Encontré en el bolsillo interior, al día siguiente, esta carta, en cuatro dobleces:

"Maga: los dos lo sabemos. Nada de lo que estamos viviendo quedará escrito en los libros, tal vez y como excepción si llamamos a este conjunto de papeles rayados de tal manera. ¿Te das cuenta? Nuestro amor nunca se transformará en ninguna novela. Quizás porque no debamos llamarlo así, el amor es para aquellos que necesitan papel rayado para escribirse. Y yo no estoy escribiéndote sobre amor, ni siquiera sé si lo estamos o no. A mí lo que me trae la felicidad es encontrarte cuando jugamos al “punto de encuentro”, y toda la ciudad es nuestro damero. A mí no me da la felicidad una hora y un lugar, ni saber que nos cruzaremos allí sin más posibilidad. Insensatos. Eso es para personas de otra pasta, para gente tipo. Yo prefiero el riesgo de no encontrarte una tarde, para así aprovechar cada momento y cada esquina de la ciudad, que es maravillosa, cuando sí nos encontramos. Yo te prefiero a ti sobre el resto, sabiendo que puede llegar un día en el que tú dejes de pensar lo mismo que yo. Pero merece la pena arriesgar, merece la pena la magia y el consuelo que ofrece la opción de conquistar la ciudad cualquiera de estas noches…"

martes, 2 de noviembre de 2010

Odio...

Odio los despertadores. Odio el café pasado de azúcar, la gente que no sonríe nunca, y los juramentos que después se rompen. Odio la tristeza, y también las lágrimas de cocodrilo. Y que siempre los carretes tengan una última foto. Odio la mentira y la soledad, y además me atormentan, y odio el sabor del alcohol de cuando se está triste. Odio el hambre y, a veces, al hombre, la insolidaridad, y a los dictadores. Odio tener que levantarme cuando duerme conmigo, y también el momento en el que gira la calle y sé que “esta noche no será sólo para nosotros”. Odio que se me acabe el papel o la tinta del boli. Odio saber que estará lejos un tiempo. Odio las prohibiciones, que a alguien le corten las alas, incluso a mí. Odio las muertes prematuras, el dolor que arrastran, y a esos que maltratan a una mujer y destrozan todo. Odio a veces Madrid, y el primer día después de que marche y el de antes de que vuelva porque tiene treinta y seis horas, por lo menos.