martes, 19 de octubre de 2010

Las distancias cortas

El eterno dilema de las distancias. La cercanía, la lejanía, el saberse más cerca de una persona que cualquiera… Divagaba sobre todas estas bobadas mientras la miraba, sentado en un banco de la orilla de la fuente. Ella estaba en el primer piso de aquel centro. Veía el movimiento de su camisa gris con cuadros, de un lado a otro, acompañada por su melena ondulada. Estaba en su clase de pintura de los martes.

Anochecía cuando yo estaba postrado en aquel banco del parque. Empezaba a hacer frío, las noches del próximo invierno se presentaban muy frías en la ciudad. El agua de la fuente repicaba en el pequeño muro blanco y salpicaba algunas gotas en la parte de mi nuca descubierta por la parca. Pero no quería irme de aquel banco de piedra.

No llegué a ver qué había en su lienzo, pero imaginé multitud de motivos: bodegones, botellas, retratos o incluso una especie de imagen de mí de carboncillo sobre el papel fino. Alguna vez la había observado mientras pintaba, sentada en el suelo, con un lienzo a medio terminar. No era, por tanto, la primera vez que la veía pintar. Incluso guardo algún dibujo firmado por ella. Pero nunca la había visto así, de esa manera tan cercana y distante a la vez, como ahora la veía. Nunca había jugueteado con la sensación de lejana cercanía, tan sólo auspiciada por una pared y una altura, dos tramos de escalera, como ahora, mientras la miraba moverse a través de esa ventana sin que se diese cuenta de que, efectivamente, me mantenía embaucado en sus labores pintorescas.