tag:blogger.com,1999:blog-87537849153906822682024-03-13T10:20:42.327+01:00El CuentacuentosJesús V.S.http://www.blogger.com/profile/12290891343413432532noreply@blogger.comBlogger316125tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-38258665491548720292013-08-25T23:16:00.002+02:002013-08-25T23:16:20.357+02:00Huellas<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">Para M, que hoy se ha vuelto a ir, esta vez algo más cerca, </span></div>
<div style="text-align: right;">
<span style="font-size: x-small;">y para P, que otra vez se queda aquí y la ve irse.</span></div>
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<div style="text-align: right;">
<br /></div>
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Dejamos huella en cada persona que tocamos. Es inevitable. Da igual que sea un roce leve o que sea prolongado en el tiempo. Cada persona en la que ponemos la mano siempre lleva una pequeña parte de nosotros con ella. La profundidad de la marca no tiene por qué ir ligada con el tiempo de exposición de la persona en cuestión; a veces, personas que nos rozan de manera tangencial dejan una huella mucho más indeleble que otras que nos tocan prolongadamente, aunque lo normal no es esto. </div>
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<br /></div>
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No sé cuántas huellas porta mi cuerpo. No tengo ni la menor idea. ¿Cien? ¿Doscientas? ¿Mil? Qué mas da. Pero sé que hay unas cuantas, quizás diez, a lo mejor algunas menos, no sé, que son huellas imborrables. Y aunque la mayoría de las veces son para bien, en ocasiones duelen. Las más importantes, por lo general, no se distinguen a simple vista. Tienes que indagar un poco, rascar en la corteza de una persona, para averiguar la identidad de sus huellas más profundas que, por costumbre, suelen ser, además, las fuertes, las más arraigadas, las que más duelen. </div>
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<br /></div>
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Las huellas indelebles no sufren riesgo de perderse. Puedes estar tranquilo. Da igual dónde, pero siempre están ahí. Anoche dos de ellas estaban en la misma ciudad, compartiendo la noche conmigo. Dos de las más importantes, cada una diferente en todo de la otra, pero siempre caminando en el mismo sentido. Hoy ya no. Hoy volvemos a separarnos, pese a que el vínculo sale fortalecido. Suele pasar. Hoy volvemos a lo mismo que hace un año. Sí, porque todo vuelve. Es inevitable. Pero, a cambio, sólo algunas cosas se van para siempre.</div>
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Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-82989729760586587702013-04-25T21:54:00.001+02:002013-04-25T21:54:27.892+02:00Un grito sordo (y un falso nueve)<div style="text-align: justify;">
Estoy cansado. De todo. De que no pase absolutamente nada. Estoy cansado de que, cuando pasa, no sea para mejor. Estoy cansado de ser siempre el que tiene que darlo todo cuando el mundo no suele traer nada de vuelta. Cansado de intentar sacar la cabeza para que siempre haya alguien que intente golpearla, con un mazo, un puño o lo que sea. Estoy cansado de que me miren con lupa, de sentirme observado en cada movimiento. Cansado de reyes, y de reinas. Harto de falsos nueves. </div>
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Estoy cansado de oír cantos de sirena. Y de que, cuando decido que me da igual que sean falsos, que voy a ir, que me embauco porque yo quiero, haya alguien que me haya atado otra vez al mástil del barco. Estoy cansado de estar harto. Cansado de las buenas palabras, sobre todo de las que no valen de nada. Cansado de mover tierra y mar para alcanzar una pequeña meta. Cansado del verano que aún no llegó, ni que decir tiene que también de la primavera. </div>
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Cansado de intentar escapar sin éxito, de estar encerrado. De no ser capaz de evadir mis pensamientos hacia las nubes como hacía cuando era pequeño y me enfadaba o me sentía afligido. Estoy cansado del yo, del tú, del ellos; del tiempo pretérito y del presente, y del vuelva usted mañana. De acabar por correr en busca de no sé qué, y de que el corredor de fondo tenga que ejercer siempre su actividad en soledad. Muy cansado de que todo sean agujeros, de que no haya con qué taparlos, y de las goteras. </div>
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Cansado de los ídolos, de Woody Allen, de Cortázar hasta de Extremoduro. De la mayoría de la literatura. Harto del periodismo, sobre todo de ese que da lecciones cuando no vale una mierda. Y hablando de mierda, estoy cansado de este país, de que cada vez queden menos oportunidades, de que si no trabajas gratis tengas que aguantar, encima, esa mirada que te dice que estás loco y que no puedes permitirte no dejar que alguien te humille de esa manera. Estoy harto de todo esto. Hastiado, cansado, aburrido de esa palabra con cada vez menos significado que es España. </div>
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Pero no pasa nada. Mañana, cuando salga otra vez por el portal, como cada día, volveré a sonreír. Y ya pasará la tormenta. O no.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-41786528424277992172013-01-22T23:30:00.000+01:002013-01-22T23:31:49.921+01:00Purple rain, purple rain...<div style="text-align: center;">
<i>I never meant to cause you any sorrow. </i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>I never meant to cause you any pain. </i></div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
La fiesta está tocando a su fin, aunque todavía siguen sonando canciones. Sólo quedan piezas sueltas. Prendas rasgadas, fruto de horas de vaivén. El cristal del alcohol hace que cualquier persona a la que mires parezca un perdedor, pero él es la clara personificación. Está sentado en la escalerilla de la entrada, rodeado de copas semivacías. Algunas tienen carmín en los bordes. Otras están rotas. Diluvia. Tú lo miras desde la frontera de la última ventana del salón. Parece tranquilo. Fuma. Con movimientos lentos, da sensación de tranquilidad. ¿Qué le pasará por la cabeza? </div>
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<div style="text-align: center;">
<i>I only wanted to one time see you laughing. </i></div>
<div style="text-align: center;">
<i><i>I only wanted to see you laughing in the purple rain. </i></i><br />
<i><i><br /></i></i></div>
<i>
</i>
<div style="text-align: justify;">
Le encantaban las noches de lluvia. Disfrutaba cuando caminábamos de vuelta, las noches en las que dormíamos juntos en casa de alguno de los dos. Estaba preciosa hoy. Ni siquiera nos hemos dirigido la palabra. Las cosas se enfriaron de forma irreversible. No tengo muy claro cuándo fue exactamente. No creo que podamos volver a mirarnos como antes. Probablemente no podamos mirarnos nunca más a los ojos. Sí, me ha saludado, pero ha sido tan frío que ninguno de los dos casi nos hemos girado. Hace frío aquí fuera. La noche es intempestiva. </div>
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<div style="text-align: center;">
<i>I only wanted to see you bathing in the purple rain. </i></div>
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Recuerdo una noche en la que caminábamos solos hacia casa y llovía mucho. Nunca se me olvidará como bailaba y sonreía. No le importaba terminar empapada. Parecía una especie de ritual de purificación. Reía. Reía sin parar. Era la personificación de la alegría. Me gustaría revivir uno de esos momentos perfectos. No recuerdo en qué momento hicimos esto definitivo. No fue con la ruptura, eso sí. Al principio funcionábamos como sólo amigos. </div>
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<div style="text-align: center;">
<i>Purple rain, purple rain.</i> </div>
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Te acaban de traer otra copa. La que con seguridad será la última de la noche. Está siendo una buena fiesta, aunque ya quedáis pocos en pie. Los que aún no se han marchado, están en el salón. Tú sólo le miras a él. Hace un rato sonó una canción que hablaba de la lluvia. La lluvia púrpura. Te suena que era la banda sonora de una película con el mismo nombre. Siempre pensaste que alguna vez podrías dedicarle esa canción a alguien. O quizá no fue exactamente así. Siempre pensaste que si alguna vez rompieses con alguien, le dedicarías esa canción. Aunque tal vez sólo interiormente. Es una de las diez canciones más tristes que conoces. Y lo malo es que, cuando la escuchas, tarda días en salir de tu memoria. </div>
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<i>It's such a shame our friendship had to end.</i> </div>
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Ya te has ido. Otra vez más. Como era de esperar, no te has despedido de mí. No imaginaba que fuese de otra manera. Has cogido tu abrigo beige, tu paraguas a cuadros y tu bufanda y, simplemente, has salido. No me ha dado tiempo a ver si te has despedido de alguien. Probablemente no. Es un comportamiento muy propio de ti. Nunca te despides de nadie cuando te marchas de una fiesta, pero nadie se siente molesto por ello. Ese rasgo tan misterioso fue una de las cosas que me atrajeron de ti. Lo cierto es que me sigue dando rabia cuando nos cruzamos como dos extraños. </div>
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<i>I never wanted to be your weekend lover. </i></div>
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<i>I only wanted to be some kind of friend. </i></div>
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<i>Baby I could never steal you from another. </i></div>
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Aquella noche que te besé, tiempo después de todo, no sabía que ya estuvieses involucrada con alguien. No tenía ni idea. No podía imaginarme ni siquiera que así era. Estábamos pasando una buena noche y, entre copa y copa, equivoqué mi jugada. Equivoqué tus señales. Nunca quise que él se enfadase contigo. Ni siquiera sabía que había un “él”. Supongo que, en el fondo, tú también lo sabes. Desde entonces sólo quise ser tu amigo. Mejor eso que nada. Pero no hemos vuelto a hablar. Y lo cierto es que, con el paso del tiempo, cada vez me duele menos cruzarme contigo. Cada día que pasa eres más extraña para mí. Casi como antes de que empezásemos a salir. Y cada vez me gusta más que sea así. Ya no me dueles. O sí, no sé. </div>
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<div style="text-align: center;">
<i>I think you better close it, </i></div>
<div style="text-align: center;">
<i><i>And let me guide you to the purple rain.</i></i><br />
<i><i><br /></i></i></div>
<i>
</i>
<div style="text-align: justify;">
Ya no sabes si es el cuarto, el quinto o el sexto cigarro seguido que él fuma cuando tú sales de la casa. Has perdido la cuenta de ellos, del tiempo y de las copas que has bebido. Ni siquiera terminaste la última que te sirvieron, pero tus amigos ya se van y tú no pintas nada solo en ese final de fiesta. La verdad es que te quedarías sólo para ver cómo termina la noche de ese fumador solitario. Durante los últimos minutos, una chica se ha sentado con él y los dos parecen charlar de forma alegre. Es la primera muestra de algo parecido a la alegría que muestra desde que lo empezaste a observar. Probablemente si le vuelves a ver no lo recuerdes, así que le miras una última vez. Y sí, sigue charlando con la chica. Mientras tanto, su mano te guía hacia el diluvio que no escampa ahí afuera. Probablemente vayáis caminando hasta casa. Llegaréis con la ropa calada. Pero a ninguno parece importaros demasiado. O al menos nadie rompe el silencio del fin de fiesta para anunciarlo. </div>
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<div style="text-align: center;">
<i>Purple rain, purple rain. </i></div>
<div style="text-align: center;">
<i>Purple rain, purple rain.</i></div>
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<i><br /></i></div>
<div style="text-align: center;">
<i><br /></i></div>
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<iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="344" src="http://www.youtube.com/embed/KARQkwkhjY4" width="459"></iframe>
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Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-39047090087309180362013-01-16T23:54:00.000+01:002013-01-16T23:54:56.227+01:00London: day off<div style="text-align: justify;">
Llueve. Desciendes los cuatro peldaños que te separan de la calle donde todos caminan apresurados. Sales a Gower Street y, enseguida, te camuflas en el medio de toda esa gente. Bloomsbury. Cuna de escritores y artistas. Sherlock caminaba en la novela por estas calles cada vez que se dirigía hacia el British. Y ahora tú vives a sólo unos metros. Te has abrigado, pero no has cogido un paraguas, las gotas te golpean el rostro casi con violencia. Caminas hacia Goodge Street, vas a coger el metro. Hoy es tu día libre y sólo vas a pasear. </div>
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<br /></div>
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Sin más. Londres es una ciudad para pasear. Te bajas en la parada del Underground. Westminster. La orilla del río puede ser un buen itinerario. Hoy no hay músicos como el domingo por la tarde, pero, aun así, siempre es un agradable paseo. De vez en cuando te adentras en las calles que suben hacia la imponente St. Paul. Esa mole blanca, con la cúpula, te deja mudo. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los turistas, una vez dentro, suelen subir a la galería de los susurros. Siempre te ha fascinado la posibilidad de que el sonido de un susurro viaje de un lado a otro de la sala y la persona que está enfrente te escuche nítidamente. Cada vez que subes, generalmente acompañando a alguien que viene por primera vez a Londres, piensas que aquel sería un buen lugar para impresionar a una primera cita que no lo conociese. </div>
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Te quedas parado frente a la parte de la catedral que mira hacia el Millenium Bridge. Lo vas a cruzar, pero, por ahora, te limitas a mirar St. Paul. Piensas. Por la tarde seguramente cojas un autobús y vayas hasta Hyde Park a caminar entre las parejas jóvenes y los deportistas que te adelantan en sus bicis o corriendo. Sí, vas a ir allí y luego bajarás en Trafalgar Square para ver a Anna. Has quedado por la tarde, casi noche, en un pub que está en una de las calles de la zona. Seguro que, cuando llegues, la gente se apresura, esta vez para llegar a sus casas. Cientos de personas, con sus mochilas, sus maletines, caminando en dirección a algún autobús o parada de metro. Quizás alguno vaya a pie hasta casa. Conductores de autobús, empleados de banca, acomodadores de los pocos cines que van quedando, cocineros que ya han terminado su turno… </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Pero aún queda un rato para ver a Anna así que te encaminas hacia el puente. Mientras lo cruzas rememoras cada secuencia de cine o televisión en el que lo has visto. Recuerdas que los espectros de Harry Potter lo destruían, o que en la serie Black Mirror la princesa era liberada justo en el umbral de ese puente y caminaba con piernas trémulas hasta que se desvanecía. Una figura frágil, un vestido verde, en el centro del puente, con St. Paul –otra vez–, al fondo, como único testigo. </div>
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<br /></div>
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Es entonces cuando, pensando en ello, te viene a la cabeza el principio de aquella serie en la que una mujer confesaba: “Amo Londres”. Decía que le gustaba por las múltiples posibilidades que ofrecía, por lo cosmopolita que era, pero, sobre todo, por el anonimato que le permitía a cualquiera. Estás de acuerdo con ella. Es una ciudad anónima, hecha y sostenida por millones de identidades ocultas. Enmascarados con un rostro que, rara vez, descubres. ¿Con cuánta gente te habrás cruzado más de una vez sin ni siquiera darte cuenta? Anónimos. Identidades sin rostro, sin nombre. ¿Se cumplirá la regla de los seis pasos aquí también? </div>
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<br /></div>
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Dejas atrás la Tate y vuelves sobre tus pasos por el otro lado del Támesis. No tienes prisa. Es tu día libre. <i>Day off</i>. Quizás vayas a comer algo a Covent Garden. O tal vez llames a alguien para tomar café allí. ¿Qué más da? Estás en Londres, nada más te importa. La ciudad es maravillosa, las opciones se multiplican. Tal vez hoy conozcas alguien que merezca la pena, tal vez hoy sea el día D con Anna. No lo sabes. Todo puede pasar. Mientras tanto, caminas. Llueve. Hace rato que saliste a Gower Street.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-32234716650809184572013-01-03T22:46:00.000+01:002013-01-03T22:46:56.653+01:00Princes Street Gardens<div style="text-align: justify;">
Te sientas en el tronco rebanado de lo que un día fue un árbol. El parque no está repleto de gente, pero a esta hora tiene mucha vida. Parejas que se sientan en los bancos con sus niños, patinadores que viven sobre ruedas, o ancianos que caminan lentos, próximos a su destino. </div>
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<br /></div>
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Pasan un par de minutos de la una de la tarde. El cañonazo que cada día hace estremecer los cimientos del castillo, como una tradición decana, todavía ruge en los oídos de aquellos que estaban en el parque. Detienes tu vista en varios grupos. Cerca de ti un grupo de chavales de lo que aparentemente es un viaje escolar, ríe con un extraño juego que tú desconoces. No entiendes lo que dicen, tienen pinta de eslavos –quizás finlandeses– pero comprendes que se están divirtiendo. </div>
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<br /></div>
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A tu lado está ella, que te acompaña en este viaje, y desde unos cuantos meses antes, también en el viaje continuo que nunca te permite detenerte. Los bancos de Princes Street Gardens, como casi todos los de Edimburgo, tienen placas con mensajes que los ciudadanos dedican a la ciudad o a sus seres queridos. No dejas de pensar que es una maravilla de tradición. </div>
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<br /></div>
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Ninguno de vosotros dos habla. Sobran las palabras y ambos dedicáis los minutos que os da esa parada para comer y observar la vida, que transcurre, ajena a todo, en los jardines. Es la ventaja de estar en una ciudad extranjera, con todo el día por delante y sin ninguna obligación que cubrir hasta el anochecer. No hay mayor libertad que esa. No hay ser más libre que el turista. </div>
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A vuestro lado, un matrimonio observa a su pequeña rubia mientras corretea entre las personas sentadas en el césped. La escena es idílica, bucólica, carente por completo de cicatriz. Unos leen mientras otros han optado por cerrar los ojos y aprovechar el sol y algunos empiezan a reanudar su camino. El padre se mantiene recostado, sin perder ojo de lo que hace esa pequeña, la madre, también rubia, se ha tumbado a su lado y permanece serena, sabiendo que él vigila lo que pueda ocurrir. Él, de repente, la llama insistentemente y rompe la serenidad de esa zona del parque. Un par de personas se giran para comprobar qué pasa. En el silencio que domina la escena, su voz parece alarmada, aunque verdaderamente no pasa nada: sólo quiere atar un cordón de su zapato. </div>
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Con el tiempo la escena te vuelve a la memoria gracias a una serie de televisión. Es parecida, aunque nada tiene que ver en realidad. No sabes si a tu acompañante también le resultará familiar cuando la vea. Probablemente. O tal vez en ese momento miraba hacia otro lado y no recordará esa escena nunca. Los recuerdos, igual que la vida, dependen, en la mayoría de ocasiones, de hacia dónde mires. Quizás mañana, cuando la vea, le pregunte.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-5124335060146618402012-11-25T10:02:00.000+01:002012-11-25T10:02:00.261+01:00La metamorfosis<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">"Desde que leí <i>La Metamorfosis</i> de Kafka, no he vuelto a mirar con los mismos ojos a los hombres", pensó la cucaracha.</span></div>
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<span style="background-color: white;"><br /></span></div>
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ6iLPIPBfBSlObRjVtakxqCo8Uvq5Ha8uDaWdUboF32uYk4g6emYA-qbhq0r7hRfLtPBGjrzqS93BtAkoKI1LgSPlYG-4SHpS0TNHAL8HYmX2XhGocVQ0QZc0jzkG09k7mIXBMpZrJDH0/s1600/Franz_Kafka_-_Insecto_01.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="213" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgZ6iLPIPBfBSlObRjVtakxqCo8Uvq5Ha8uDaWdUboF32uYk4g6emYA-qbhq0r7hRfLtPBGjrzqS93BtAkoKI1LgSPlYG-4SHpS0TNHAL8HYmX2XhGocVQ0QZc0jzkG09k7mIXBMpZrJDH0/s320/Franz_Kafka_-_Insecto_01.jpg" width="320" /></a></div>
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<span style="background-color: white;"><br /></span></div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-53847907479411522152012-10-19T19:59:00.000+02:002014-10-10T09:13:45.484+02:00Paragüero<div style="text-align: justify;">
Asisto, ensimismado, al desfile de paraguas que tiene lugar en la calle. No veo nada más que esas figuras hexagonales de colores, los codos y las piernas de quienes los portan como un estandarte. A veces me sorprende una gota que golpea con furia la tela y sale despedida en mil pedazos hacia el suelo encharcado. La lluvia y sus formas poéticas. ¿Existe una figura literaria más potente que la lluvia? ¿Quizás un paraguas roto que ya no alcanza a hacer su función? </div>
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Los hexágonos de colores se mueven descontrolados ahí abajo mientras yo, refugiado en la ventana de esta biblioteca, observo la danza correosa que protagonizan. Veo uno de color rojo bajo el que me imagino una mujer fatal. Uno de esos labios carmesí de pantalla de cine. ¿Cuánto valen los tópicos? También hay uno grande y blanco, cuya forma desde lo lejos parece más bien octogonal, sobre el que se distinguen tipografías de periódico. Por la vestimenta que se adivina de cintura hacia abajo, es casi seguro que lo porta un hombre. Al parecer, buena fachada. Tal vez la figura de un escritor fracasado, un periodista que inventa noticias o un corrector de estilo que acude decidido a asesinar al último novelista que ha pasado por sus manos. </div>
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La plaza, que se acurruca bajo el edredón de la lluvia, se ha convertido en una cabalgata de formas de colores que van y vienen. A la altura de la parada de autobús, en cambio, el desfile adquiere carácter de formación militar. Los colores se solapan y parecen sobrexcitados, corriendo de un lado a otro rápidamente. La localidad, que antes fue dormitorio, ha pasado a ser una ciudad paragüero. En mitad de la plaza avanza lo que por su andar lánguido y gradual parece ser un anciano. No alcanzo a verle más allá de mitad del pecho. Todo lo demás lo cubre un sobrio paraguas de luto. Sí consigo ver que va bien vestido, incluso la corbata añil encajada entre las solapas grises de su traje. Elegante, parece acudir lentamente, como si no quisiese llegar nunca, a su propia vigilia. Calculo que ya no debe andar muy lejos de allí. </div>
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En contraposición, a su lado se acaba de cruzar la vitalidad de un Mickey que corre, salta y salpica el agua de los charcos a su madre, la única mujer que anda descubierta, como si disfrutase de la lluvia en su rostro de agua y rímel. El viejo parece decir algo, ha estirado la mano saludando a la pequeña, que lleva un abrigo rosa, y cuyos gritos alborozados atraviesan el cristal grueso de la biblioteca. Me imagino una leve sonrisa en el rostro del anciano, mientras rememora el tiempo en que él era quien correteaba con el paraguas de alguno de los superhéroes de la época. O las tardes de otoño, cuando jugaba al fútbol encima de los charcos, imaginando que salían victoriosos del césped calado del Vicente Calderón. </div>
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Un paraguas puede simbolizar cualquier cosa que puedas imaginarte. Bajo un paraguas puede esconderse el llanto del desamor o puede brotar una amistad. Alguno de estos hexágonos de colores mantiene seca una historia, mientras alguien lee. Bajo un paraguas se puede hacer el amor, de muchas maneras, pero también se puede romper el mismo. Los días de lluvia son propicios para ambas cosas. Y para la literatura. También pueden inspirar una sinfonía, gota a gota, o hacer que algún escritorzuelo junte cuatro líneas seguidas. Sólo es necesario alguien que sepa mirar.</div>
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</div>
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<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxbX7mt6KWp0xbTUJXRqKwojQDV4PeRzbbZx5b3NOXRXysDon0CcZjpdWZNkc0it9QpmD_UOnKhVQmGAqp3oq9Gh0-XHgpuTbaXrpQNdvy7nHSXtaCN5IUS1atrOsgAcIZa91daHYoiAFW/s1600/elliott-erwitt6.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgxbX7mt6KWp0xbTUJXRqKwojQDV4PeRzbbZx5b3NOXRXysDon0CcZjpdWZNkc0it9QpmD_UOnKhVQmGAqp3oq9Gh0-XHgpuTbaXrpQNdvy7nHSXtaCN5IUS1atrOsgAcIZa91daHYoiAFW/s1600/elliott-erwitt6.jpg" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">'Couples'. Elliott Erwitt.</td></tr>
</tbody></table>
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Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-12601065963195061252012-10-02T00:20:00.001+02:002012-10-19T00:46:20.031+02:00Suave es la noche<h4>
<div style="text-align: right;">
<i><span style="font-size: x-small;">Are scenes no-one forgets </span></i></div>
<span style="font-size: x-small;"><i><div style="text-align: right;">
<i>And I'm enchanted, music softly plays </i></div>
</i><i><div style="text-align: right;">
<i>By dancing silhouettes </i></div>
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<i><br /></i></div>
</i><i><div style="text-align: right;">
<i>City by night.</i> Elvis Presley.</div>
</i></span></h4>
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Me gustaba detenerme unos minutos al final del día en la ventana. Lo había tomado por costumbre desde que era adolescente y ya era un acto mecánico. Antes de acostarme, fuese la hora que fuese, me apostaba en la ventana de mi habitación, si es que estaba en casa, o en la más cercana que tuviese, si no lo estaba. </div>
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Es en esos minutos en los que la madrugada y la noche se empiezan a fundir en su abrazo roto, cuando mejor se escucha el silencio. Los días en los que más solitario me había sentido, solía buscar un rastro de vida en las casas contiguas o un ruido más alto que otro. Tal vez el silencio no sea otra cosa que eso: la búsqueda de una demostración de vida ajena. </div>
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La noche del 19 de julio de 2011 no había sido diferente. Me golpeaba la brisa en la cara, donde me escocía un pequeño corte que me había hecho con un folio. Aquel día no había visto a nadie. Era domingo. Había dedicado el día a la lectura. Al finalizar la jornada tenía el regusto de la soledad entre los dientes, derritiéndose como los hielos de la copa de ron, ya vacía en la mesilla, y en el cigarro que se consumía despacio sobre el cenicero. </div>
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Miraba las ventanas de las casas cercanas. Siempre me fascinó la escenografía de las ciudades por la noche. En cada ventana iluminada imaginaba una historia esperando que alguien la contase. Una vida, diferente cada vez, que sufriría modificaciones de una noche a otra. La vida desarrollándose dentro de esos pequeños cubículos, rodeados por cristales abiertos, en los que habíamos convertido nuestros hogares. </div>
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Desfilaban mis ojos, fachada arriba y abajo, cuando una luz se encendió inesperadamente. No era una lámpara, si no más bien un reflejo. Alguien había encendido la televisión en una de las casas que podía ver un piso más abajo, en el edificio contiguo. La sorpresa me hizo quedarme allí mientras dejaba de lado el resto de luces, los coches o las pocas personas que ya caminaban por la calle a cuentagotas. </div>
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No veía quién había encendido la televisión que daba reflejo en la pared que alcanzaba mi vista. Pronto, sin embargo, apareció una vecina que había visto siempre, desde que vivía allí, pero de la que no conocía el nombre. Ocupó el sillón y encendió una pequeña lamparita en la mesilla. El reflejo de la luz se sobrepuso sobre el de la televisión, creando una especie de aureola amarilla, similar a los focos que seleccionan un miembro del público en los concursos de la televisión. </div>
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Nunca me había parado a pensar en la edad que tendría ella. Desde que había llegado a ese bloque la había visto innumerables veces, pero en escasas ocasiones nos habíamos llegado ni a saludar. Calculé que tendría más o menos mi edad. Entre treinta y treinta y cinco, no más. Hacía calor, con lo cual su pijama era corto y dejaba ver las piernas y gran parte del torso, por encima de los senos. Pensé que estaba buenísima e instantáneamente a ese pensamiento tuve cierto recelo en seguir mirando y aparté la vista un momento. </div>
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Sin embargo, qué daño hacía por mirarla. Yo estaba en mi ventana y ella estaba en su casa, y si estaba allí sentada era porque así lo había querido. Sin más. Así que, después de ir al mueble bar, rellenar la copa de hielos y ron y encender otro cigarro, volví a la ventana. </div>
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La segunda vez que la observé estaba mucho más recostada, casi tumbada por completo. Desde mi posición, creí que alcanzaba a ver el brillo del sudor que le caía por el rostro. El calor empezaba a ser insoportable, y como bien dijo Pessoa, dan ganas de sacárselo, igual que la ropa. </div>
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Y eso debió pensar la chica, que de pronto se sacó la parte de arriba del pijama y quedó casi desnuda, sólo con el sujetador y la parte de abajo del pijama, que no era más que una suerte de tanga de color naranja. Definitivamente estaba buenísima. Pensé que debería hablar con ella, pero en seguida el pensamiento difluyó a otro caudal. </div>
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De pronto entendía el sudor que la envolvía cuando volví de rellenar mi copa y que no le resbalaba antes de que dejase de mirarla. Y también entendí el porqué de que se hubiese recostado en ese fragmento de tiempo. No quitaba ojo de la pantalla que yo no veía. Aunque lo cierto es que la mayor parte del tiempo, cuando se movía despacio, de manera espasmódica, mantenía sus ojos cerrados. Gran parte de culpa de su calor y del que empezaba a asolarme a mí repentinamente, la tenía su mano derecha, que había empezado a deslizarse de forma rítmica dentro de la parte inferior del pijama, que se movía creciendo y decreciendo al compás mudo de los grillos. </div>
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Haciendo honores a Scott Fitzgerald lo hacía despacio. Suave es la noche, pensé, mientras notaba como me excitaba sin control. Por supuesto, ella no se había percatado de nada. Probablemente ni siquiera habría pensado en la posibilidad de que alguien la pudiese ver. O la que podía ser otra posibilidad: ni siquiera le importaba que pudiese ser de esa manera. </div>
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Sus ojos cerrados, su cuerpo desnudo y esas manos que conocían mejor que nadie su cuerpo, rompían la tranquilidad de la noche, silenciosa, rumiante y tensa. En esos cerca de treinta y cinco años se concentraban el escuálido placer, el apetito, la experiencia y la soledad. </div>
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Apuré mi cigarro y agarré la copa. Con la mano que había sostenido el pitillo me masturbé mientras ella hacía lo propio un par de pisos más abajo. No solté la copa, no solté nada, sólo seguí con ganas mientras la observaba e imaginaba cuarenta mil cosas que nunca sucederían. Y acabó casi a la vez que yo. Se levantó rápida, apagó la luz y se perdió por el interior de los pasillos que ya era imposible que yo viese. Durante un rato habíamos compartido dos soledades de verano, algo que ella jamás llegaría a saber, para después volver a ser los mismos solitarios que hacía un rato. Barcos que se cruzan en la noche, y ni se saludan ni conocen… </div>
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Aún me quedé un rato pegado a la ventana, con la vista clavada en el punto en el que había estado ella, que todavía permanecía en mis ojos, como esas imágenes que después de mirar durante un largo rato se mantienen unos instantes si cerramos los ojos. </div>
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Después de limpiar los restos de aquella noche: el vaso vacío con los restos del hielo, los clínex, o el cenicero lleno de colillas, abrí la cama y me acosté, desnudo tal cual me había quedado. </div>
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Era verano, el calor apretaba fuera y acababa de perder toda la fuerza que me quedaba al final del día. Supuse que ella había hecho algo parecido. Una solitaria más, como otra cualquiera entre tantas. Otro número primo. </div>
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Al día siguiente me crucé con ella al salir del portal. Y como siempre, apenas nos saludamos.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-79944709122712968532012-09-20T13:08:00.000+02:002012-09-20T13:08:00.401+02:00Signos<div style="text-align: justify;">
El chico aparece con su amigo, gesticulando excesivamente cuando habla. Él se sienta en una de las mesas de la terraza; es una de las últimas tardes del verano. Su amigo entra un momento al bar y en seguida sale a colocarse a su lado. Él viste una camiseta roja, del Real Madrid, con el número 22 a la espalda. Acaba de comenzar el partido. </div>
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Gesticula mucho, y me parece extraño, ya que está justo detrás de mi acompañante y sus brazos se cuelan en mi campo de visión constantemente. Me distrae, incluso me irrita por momentos, hasta que tras mirarle fijamente un par de segundos me doy cuenta de que ese aspaviento tan exagerado tiene un motivo: es sordomudo. Me doy cuenta en el instante en que su amigo entra en la conversación y susurra un tono excesivamente bajo, que probablemente sólo escuche él, que acompaña de una mímica similar a la del chico. Permanecen sentados, uno enfrente del otro, sin apartar la vista de su <i>oyente </i>apenas para seguir el partido. </div>
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Me fascina su comunicación, mucho más real que cualquier otra. No hay interrupciones. La limitación del chico de la camiseta roja hace que los dos tengan que estar pendientes de lo que dice el otro sin apartar la vista ni un momento. Y cuando la apartan se llaman braceando cerca de la mirada del otro. Mantienen un diálogo fluido en el que se intercambian opiniones constantemente. Creo que nadie más los está mirando, sólo yo. No sé de qué hablan, aunque por algunos de los gestos que hacen, intuyo que es sobre alguna acción del partido. </div>
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Sin embargo, por momentos parece no interesarles tanto el fútbol y se pierden en una conversación atropellada y larga por la cual dejan de mirar a la pantalla. Él tiene un zumo de piña en la mesa y no le quita ojo a la camarera. Supongo que su amigo tuvo que aprender un día su lenguaje, para poder comunicarse con él. Sospecho que, a pesar de la dificultad, la recompensa vale la pena. </div>
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Cuando pedí la cuenta, ellos seguían allí sentados, entre su conversación y la pantalla verde en la que el Real Madrid estaba empatando a cero. Más tarde, cuando ya había llegado a casa, vi como el Madrid había ganado, tras remontar, en el último minuto, y me imaginé a aquellos dos amigos fundidos en un abrazo, tal vez el gesto más universal que existe.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-44542477935613874922012-09-10T23:58:00.001+02:002012-09-10T23:58:56.749+02:00Cartografía<div style="text-align: justify;">
Camina por la calle a esa hora en que Madrid sólo huele a alcohol y gasolina quemada. Madrid, ay Madrid, esos momentos en los que tengo ganas de olvidarte. Mira hacia arriba, a las cornisas, donde algunas luces ya están encendidas o no se han apagado aún. Otras vidas, todas distintas, ninguna que se asemeje a otra, pese a que todas sean similares en realidad. Poco cambia. </div>
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Alza la vista e imagina esas vidas. Desde pequeño pensaba qué harían las personas dentro de las casas que observaba mientras sus padres caminaban por delante. Solía inmiscuirse a través de esas ventanas todo lo que podía con los ojos. Allí era más feliz. Ahora se acuerda de aquello con cierta nostalgia. Casi siente la vergüenza que le abochornaba cuando alguien se asomaba de repente y lo sorprendía mirando adentro. </div>
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Ahora sigue con la pretensión de crear un mapa de cada vivienda, de cada familia, de cada vida que se esconde por detrás de esos cristales sucios. A veces incluso se dedica a elaborar breves textos en relación a lo que imagina. Una especie de cartografía del Madrid más íntimo, del que nadie se detiene a ver. La gran metrópolis, en la que cantautores fuman en pijama y empresarios de traje y corbata gritan alocados viendo el fútbol en la pantalla. O la de esa chica anónima que se apoya en la ventana un día de lluvia, como en la repetitiva y típica escena de ficción. El Madrid de los <i>nothingmans</i>; el de los cinco millones de cadáveres. La ciudad donde, al final del pasillo, dicen que gira el río. </div>
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<br /></div>
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La tranquilidad de las calles vacías, su iPod y algunos discos de rock and roll, de ese rock and roll que él considera el de verdad, se han convertido en sus compañeros de viaje más fieles. Y el frío, el frío que le cala hasta la memoria, el frío que no consigue ahogar ni siquiera con varios cafés consecutivos. Presa del deseo ve a su amiga en la ventana. La ha visto tantas veces asomada cuando pasaba por esa calle angosta y abandonada que, aunque ahora esté tan lejos, en otra ciudad, sigue viéndola ahí cada vez que pasa. <i>So long</i>, hasta la vista, amiga. </div>
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Podría coger el metro, pero le agobia tan sólo la posibilidad de estar ahí encerrado, entre tanto rostro desconocido, entre tanta cara de circunstancias. Camina, camina solo. Mejor que mal acompañado, piensa. Total, qué nos queda después del día, si no es el paseo y el recuerdo del fresco pegándote en la cara cuando entras en la ducha. </div>
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Es tarde, aunque para algunos ya sea pronto y arranque un día nuevo sin novedades. Adelanta el paso con brío, pero en seguida se da cuenta de que no, esta vez nadie va por delante. Ni sus padres, ni ella, ni su amiga... Soliloquio. Algunos están lejos, otros cerca, todos luchando por encontrar su sitio, de una u otra manera. Al final, Madrid era más puta y mala de lo que nos enseñaron. Ni rastro de la poesía. Tal vez mañana. La esperanza es lo último que se pierde.</div>
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Cuando se acuesta, las calles siguen oliendo a alcohol pasado de hora, gasolina quemada y amor a contratiempo. En esa hora en la que leer a Bukowski tiene un sabor diferente, más auténtico. Pero esta noche ni siquiera él tiene sus besos de contrabando, los que apenas le cuesta conseguir. Hasta eso está empezando a perder.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-50612821751957826882012-08-31T23:33:00.000+02:002012-08-31T23:33:15.276+02:00Troya<div style="text-align: justify;">
Poco a poco te vas quedando solo. La vida se convierte en aferrarse a los buenos recuerdos. Y en el miedo repentino que te da el futuro. Los amigos que te han ido acompañando a lo largo del camino se van yendo. Dejas de verlos. Repartidos a lo largo y ancho del planeta. De los que se hicieron mayores contigo ya van quedando cada vez menos. </div>
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<br /></div>
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Entonces es cuando a ti te vienen las dudas. Y no sabes si deberías seguir su camino o continuar un poco más en el que crees que es tu sitio. Y te dejas llevar por la absurda corriente de qué pasaría si fuese yo el que se larga. Si una buena mañana dijese que no quiero seguir aquí, que esto no me aporta nada, y me quiero perder por ahí. Conmigo mismo o con quien sea. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Dubitativo, entre copas, empiezas a cuestionar todos tus ídolos, todo aquello que creías incuestionable, intachable, inamovible. No sabes si es mejor tratar de salvar algo que probablemente no tenga salvación o si es mejor dejar de luchar y empezar con otra cosa, arrojar la toalla. Nunca se tiene la certeza absoluta de nada. La incertidumbre es la esencia de la vida. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Escribes, devuelves el folio a la papelera, redactas cartas para personas a las que desearías hablar, pero lo cierto es que siempre guardas el sobre antes de llegar al buzón, o ni siquiera sacas la carta de casa. Intentas buscar esos recuerdos, ese clavo ardiendo al que agarrarte con fuerza, pero no encuentras por qué sacar pecho, hincharte de orgullo. Eres un perdedor, sin más. Pero tampoco es grave, todos lo son y, si no, acabarán por serlo. Nadie gana eternamente. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Lo peor es que ya ni nos queda París. La ciudad, candente, se tornará en fuego pronto. Retornarán las llamas de Troya. Ya sólo te queda algún baño perdido o algún pub lleno de extraños en el que suenen los Stones. No has cumplido la promesa que te repetiste una y otra vez. Al final lo has dejado enfermar, poco a poco, mientras te ibas quedando solo. Tal vez alguien te echará de menos en algún lugar lejano, quizás Nueva Zelanda, Lituania o Méjico. Pero ni de eso puedes estar seguro. La mayoría de veces la vida va tan rápido que no concede tiempo ni para extrañar.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-42124396980783908482012-08-30T13:21:00.002+02:002012-08-30T13:21:31.010+02:00Catatonia<div style="text-align: justify;">
Consideras que tomar café, solo en un bar, es algo triste. Por eso cuando te acercas a la barra y pides tu café con hielo, después de dejar tus cosas en la mesa que vas a ocupar, te pones los cascos y haces que empiece a sonar la voz melancólica de alguna mujer. No importa lo qué diga, ni siquiera quién lo diga, te vale cualquier cosa. El quién es lo de menos. El caso es dejar de escuchar los murmullos que, crees, se forman a tu espalda. El caso es sentir, al menos, una lejana compañía, aunque ilusoria. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Miras hacia arriba y allí están, las altas cimas imperturbables. Esas que nunca vas a alcanzar, por mucho que lo intentes. Siempre habrá alguien que te empuje hacía abajo y te golpee cuando todavía tengas reciente la última bofetada. Así es como funciona el juego. </div>
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<div style="text-align: justify;">
Sacas una libreta en la que empiezas a escribir. Mierda, todo mierda. Nada rescatable. Palabras enfermas, en fase terminal. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<i>“Y aquellas hojas de papel tenían cáncer. Su escritura tenía cáncer”</i>, escribió Bukowski. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Copias sus palabras en una página vacía, como recordatorio, no sabes de qué. Quizá de que seguramente no llegarás nunca a escribir como él. Probablemente tampoco lo estás buscando; si tuvieses que elegir preferirías llegar a hacerlo como John Fante. Pero te queda tan, tan lejos... </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Mientras, tú, te limitas a deslizar por el papel palabras en estado catatónico.</div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-62767783660487750992012-07-30T23:22:00.001+02:002012-07-30T23:27:34.198+02:00Geografía de los locales malditos<div style="text-align: justify;">
Hay toda una geografía de locales malditos. Cualquiera que haya paseado mucho por alguna ciudad, da igual Madrid que Londres, Barcelona o Nueva York, los habrá reconocido. Locales malditos, sí. Establecimientos en los que no importa el negocio que se abra, siempre termina quebrando. Son esos locales en los que si llevas viviendo más de diez años en la ciudad habrás visto albergar una peluquería, un sucursal bancaria, un bar de copas, un bufete de abogados o una charcutería, da igual, es indiferente. Es el establecimiento lo que está maldito. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Las grandes ciudades tienen estas pequeñas cosas. Son un terreno en el que la prosperidad parece destinada a aparecer, por lo menos en mayor medida que en otras zonas, pero a veces se dan estos fenómenos. Ni siquiera deberíamos tratar de entenderlo. Simplemente existen y cuando entras en la nueva pastelería, piensas un momento en cómo era la disposición cuando, anteriormente, aquel local era un tienda de bolsos y maletas. </div>
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<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Suele ser difícil averiguar de dónde proviene la maldición. Muy complicado. Verdaderamente se puede especular de tal manera que exista una historia adecuada a cada persona. Tal vez una muerte violenta en el pasado lo dejó maldito. O el mal fario de una sucursal bancaria que quebró y dejó sin ahorros a las familias que habían confiado en la entidad. Cualquier cosa. El ser humano está tan ávido de historias que cuando no tiene la certeza de la realidad, está dispuesto a aceptar cualquier relato, preferiblemente si este guarda una cierta lógica, aunque no siempre. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Los locales malditos son un termómetro de la sociedad. Ahora permanecen un poco más ocultos entre todos los que han ido echando el cierre los últimos años. Sin embargo, cuando los demás sean realquilados y los negocios empiecen a funcionar, los malditos serán traspasados una y otra vez con idéntico resultado. </div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
Y la gran ciudad probablemente ni se de cuenta. El dolor será tan sólo una punzada breve, demasiado pequeña para ni siquiera intentar sanarla. Y sólo en contadas ocasiones queda una cicatriz visible a la luz del día.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-65614673514377850882012-07-16T14:38:00.000+02:002012-08-22T00:28:21.236+02:00Todo va bien<div style="text-align: center;">
<div style="text-align: right;">
<b><i><span style="font-size: x-small;">Un fragmento de algo más grande:</span></i></b></div>
</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Todo va bien hasta que cualquier día te sientas tranquilamente, después de un mal día, y piensas que en realidad no es así, y que anteayer o el día anterior tampoco fueron mucho mejores. Y el caramelo de frambuesa ácida empieza a saber amargo. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Todo va bien hasta que te das cuenta de que nada es lo que parece. Todo el artificio queda al descubierto y los decoradores empiezan a mirarte con recelo cada vez que te los cruzas. Estás rodeado de gente a la que no conoces apenas, sólo porque así se han dado las circunstancias. Tu familia no te conoce tampoco, no sabe quién eres con exactitud. Nadie lo sabe. Y no, no tienes amigos. Esos que hasta ahora habías dicho que lo eran son sólo un grupo de gente a la que tú te aferras para no certificar lo que es inevitable, que todo el mundo vive y muere solo. Sin más. Son tu clavo ardiendo para soportar la frialdad de la ciudad. Bomberos que huyen a la hora de sofocar el fuego. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Todo va bien hasta que enciendes tu primer cigarrillo, hasta que das la primera calada y todas tus convicciones parecen hacerse humo. Ni siquiera estás en edad de empezar a fumar y no compartes el primer cigarrillo de tu vida ni con tu sombra. Eso también es un indicativo de que algo no marcha. Y ya no es consuelo que siempre haya alguien peor que tú. Qué mierda importa eso. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">De repente lo ves todo claro. No te gustas, o más bien no te gusta nada de ese tío en el que te has convertido. Ese que te mira en el espejo cada mañana. Dudas del sistema, de tus habilidades, de tu felicidad, hasta de tu profesión, mientras se ha terminado el cigarrillo. Cierras los ojos. Ella te habla desde tu cabeza y prefieres no escuchar. Te hace ver las cosas de manera distinta y luego te devuelve a la realidad de golpe. Y tú ya estás cansado de todo eso. Piensas que puede ser la hora de terminar con todo. </span>Puede que no valga la pena estar tan lejos de la poesía.</div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Todo va bien hasta que un puto día llega una mala noticia y todo se tambalea, y dudas. Dudas de todo y quisieras coger el primer tren rumbo a casa. Pero no sabes dónde queda la estación y además no tienes una casa a la que volver, ni siquiera un lugar dónde pasar la noche a gusto. No perteneces a ningún lugar. En ningún aeropuerto habrá nadie que porte un cartel con tu nombre y un bienvenido. No te hagas mala sangre pensando en que podría ser así. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">¿Y tus amigos? No, ya dijimos que no, déjalo, es sólo una invención, una mentira piadosa. La ilusión de no estar solo aquí, entre tantos otros. Dentro de unos años te cruzarás con ellos y volveréis la vista cada uno hacia un lado para no tener que hablar. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Un escenario que mantiene abierto el telón. Nada más que ficción. Un puto show de Truman en el que alguien mirará ahora, desde quién sabe dónde y pensará: “Mira ese jodido imbécil. Se cree que escribiendo espantará sus fantasmas”. Una obra de tiempo indeterminado y variable en la que el reparto cambia según las necesidades del director, que sentado en su butacón, se ocupa de tener a los actores jodidos a un ridículo precio. Una novela de menos de cien lectores que arde con facilidad. </span></div>
<div style="text-align: justify;">
<br /></div>
<div style="text-align: justify;">
<span style="background-color: white;">Todo va bien hasta que el cigarrillo se acaba, y enciendes otro, y, cuando este se acaba, otro, y al final te diagnostican cáncer. Es la vida. Una enfermedad mortal que cuando se reproduce estás jodido, pero que si no lo hace te permite aguantar hasta morir fruto de la vejez y la decrepitud. Un número indefinido de años de soledad establecidos como esperanza de vida. Nacer y al instante empezar a morir. Lo de vivir por el camino ya, incluso, empiezas a cuestionarlo. Y encima vuelve a ser lunes.</span></div>
Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-13721875389333270742012-05-30T12:12:00.001+02:002012-05-30T12:22:05.051+02:00La lectora de clásicos<div style="text-align: justify;">
Está leyendo en ese momento en el que la noche empieza a caer sobre los párpados como una losa insalvable. Ese momento del final del día en el que las manecillas del reloj circulan lentas, como sin engrasar, y el tiempo se cuenta ya no en minutos, si no en páginas o capítulos. </div>
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Desde que era una niña le gusta sentarse a leer novelas antes de dormir. Lee clásicos. Sabe que no sobra el tiempo. Hace años que dejó de leer obras modernas, salvo excepciones: regalos, recomendaciones muy fervorosas, y poco más. Antes de atreverse con autores vivos tendría que rendir un culto, al menos, a los grandes desaparecidos literarios. Sin embargo, frecuenta algunos círculos literarios en los que autores todavía vivos aún fuman y tragan alcoholes, lejos de prohibiciones. </div>
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Su mente está llena de ficciones, o de su poso, aunque a la hora de la verdad, es consciente de que la vida, a pesar de ser el centro de la Literatura, está lejos de ser lírica. </div>
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Lee despacio. Sin prisa, pero sin pausa. Y siempre con un miedo disfrazado de aislamiento noctámbulo. A veces toma cariño a algunos personajes hasta el punto de que, cuando prevé que se acerca su desenlace, desliza las páginas entre sus dedos, finos y largos, con un ritmo más lánguido. Odia, según dice, la manía de los escritores de matar a los personajes. A veces, cuando termina una novela en la que alguien fallece, guarda unos días de luto silencioso por quien corresponda y se queda un día entero sin leer. O incluso más de uno. Nunca me ha dicho si es verdad o no, pero pienso que en esos momentos odia a los escritores. Es más, sus ojos vidriosos, mientras cierra algún libro entre sus manos, me indican que incluso a mí me odia por jugar a ser Dios de esa manera. </div>
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Es difícil, porque tienes que acercarte mucho y no le gusta, pero si miras bien, dentro de sus ojos la oscuridad desvela, muy al fondo, la estela de personajes como Oliver Twist, la señora Dalloway, Aureliano Buendía o los protagonistas de los cuentos indios de Kipling. Quizá sea sólo un reflejo, una suerte de sombras chinescas que representan el espectáculo de los tiempos como si su retina se tratase del mayor de los teatros. </div>
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Sus ojos entonces son la mayor expresión de Literatura. Algo difícil de describir con palabras. Ni siquiera creo en la capacidad de Pablo Neruda para lograrlo. ¿Quizá Shakespeare? No sé.</div>
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Su biblioteca, no demasiado amplia, pues no cree en la necesidad de confiscar las palabras albergadas en un libro, está llena de volúmenes con restos de lágrimas sigilosas en las páginas de la muerte de algún personaje. Llora, sí, en ocasiones, aunque después no hace otra cosa que negar la evidencia, aún con los ojos quejumbrosos y los pómulos rojizos. Entonces comienza el duelo. </div>
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Recostada en la cama con la novela en las manos, me recuerda a la imagen de André Kertész en la que una mujer, en el umbral de la vida y la muerte, lee con pasión un libro, abstraída de todo lo que pasa alrededor, incluso del entorno horrible en el que se encuentra. Ella es hoy la representación de esa imagen, en pleno siglo XXI, de la juventud eterna, la encapsulación en el tiempo de esa lectora que, años después, vuelve a ser joven otra vez, en otro cuerpo, en otra vida, pero entre las páginas de la misma novela.<br />
<br /></div>
<table align="center" cellpadding="0" cellspacing="0" class="tr-caption-container" style="margin-left: auto; margin-right: auto; text-align: center;"><tbody>
<tr><td style="text-align: center;"><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBRUpQSHN2TRQbBB0P-luvxZ7SpZIFVBiPhsx-MpThWUc5K_tOmWWjZyuieEAz7tkrLF1KOP9sqv2XNHTmiunrZ-MlbdDPYWqCPPl22iO8KBWvzGzG7guITXHSiUus8v2-dZnWq1rT5swP/s1600/Andr%C3%A9+Kert%C3%A9sz+-+Hospice+de+Baune,+1929.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: auto; margin-right: auto;"><img border="0" height="320" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBRUpQSHN2TRQbBB0P-luvxZ7SpZIFVBiPhsx-MpThWUc5K_tOmWWjZyuieEAz7tkrLF1KOP9sqv2XNHTmiunrZ-MlbdDPYWqCPPl22iO8KBWvzGzG7guITXHSiUus8v2-dZnWq1rT5swP/s320/Andr%C3%A9+Kert%C3%A9sz+-+Hospice+de+Baune,+1929.jpg" width="254" /></a></td></tr>
<tr><td class="tr-caption" style="text-align: center;">Hospice de Baune, 1929. André Kertész.</td></tr>
</tbody></table>
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Es la lectora de clásicos, que justo ahora suaviza la velocidad con la que pasa las páginas. Creo que en la historia en la que anda sumergida se acerca la muerte por algún lugar, quién sabe si no estará ya demasiado cercana a alguno de los personajes. </div>
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Sería feliz si, con el avance en las teorías literarias, los experimentos de Unamuno pudieran convertirse en realidad. </div>
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“Leer es vivir dos veces”, dijo Gamoneda.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-47268742297954558982012-04-25T19:43:00.000+02:002012-04-25T19:43:06.460+02:00A night in the Chelsea Hotel<div style="text-align: justify;">
Cuentan los que alguna vez han conversado con él que, cuando bebe algunas copas de más, y en la borrachera surge aliento nostálgico, suele hablar de ella. Hace muchos años ya de aquella noche pero la recuerda con la misma fuerza que la noche que escribió aquel poema lleno de rabia, como si el recuerdo quisiese cincelar, como si su memoria actuase desde entonces como un trozo de mármol en el que se escribe el epitafio de alguien que aún no había de morir. </div>
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<br /></div>
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Él cuenta siempre la misma historia. Ni una palabra de más, ni una de menos. Con las mismas palabras bravas y dulces que ella, que le abandonó de forma prematura, deslizaba con su tono de voz agudo y tejano. </div>
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Era aquel el Nueva York de finales de los sesenta. Nada que ver con la ciudad en la que vive ahora. Quizás el mejor tiempo que haya vivido, quizás no. Él, insultantemente joven respecto a su envoltura actual, reservó una habitación en el hotel con el único propósito de cruzarse con aquella semidiosa rubia que también era actriz. Sólo buscaba cruzarse con ella, ya pensaría qué decirle, si es que no callaba cuando se encontrasen. Le habían dicho que solía trasegar mucho por el ascensor del hotel. </div>
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<br /></div>
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Se montó solo. Su habitación estaba en uno de los últimos pisos. Aquellos edificios eran altos, y a la mitad de trayecto, en el piso 10 –siempre recuerda preciso-, se abrieron las puertas. Evidentemente no era Brigitte Bardot quien entró; lo hizo ella. Estaba buscando a un tal Kriss. </div>
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<br /></div>
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- Pues estás de suerte, nena, porque yo soy Kriss Kristofferson. </div>
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Ella se echó a reír. Era evidente que no lo era. El elevador continuó, como siempre hacen las máquinas, sin conciencia, y ella, seducida por esa confianza en sí mismo, seguramente empezase a hablarle de banalidades. Nunca el viejo suelta palabra de aquella conversación. Cuando el ascensor se detuvo en el piso de él, los dos ya sabían que iban a pasar la noche juntos. Allí mismo, en aquella habitación del Chelsea. Había saltado un resorte. Eso cuenta el viejo genio. </div>
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<br /></div>
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No se amaban, ni lo hicieron nunca, solamente aquella noche. “Ni siquiera pienso en ti a menudo”, le escribe el viejo en aquel poema. Supongo que lo que tuvo lugar allí fue un juego en el que, sencillamente, el uno se conformó con el otro. Probablemente se drogarían y beberían. Pero nunca, nunca, se amaron, salvo aquella noche. Escasas veces se rencontraron siquiera. </div>
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<br /></div>
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Él se llama Leonard. A pesar de que aquella noche la muerte era para él un destino lejanísimo e impensable, hoy está más cerca de ella que de la cincuentena. Hace tiempo que se convirtió en un genio, pero nada parece alegrarle lo suficiente, siempre lleva su sombrero calado impavidez hasta la frente. </div>
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Ella en cambio ya no está. Se llamaba Janis y hace mucho que ya no está. Murió joven, poco tiempo después de aquel encuentro, con el cuerpo y el tiempo consumidos como si tuviera ochenta años. No dejó un cadáver bello, nada más lejos de la realidad. Y con ella, dicen, murieron los años sesenta. Perdió la guerra antes de tiempo, aunque su vida no fue otra cosa que una derrota dulce. Hoy sólo revive unos instantes cuando suenan los acordes de su poema, convertido después en canción por él mismo. Está muerta, sí. Pero qué más da. ¿Quién puede asegurar que eso no la convierta en la más inteligente de todos? </div>
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Chelsea Hotel No. 2.</div>
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<center><iframe allowfullscreen="" frameborder="0" height="315" src="http://www.youtube.com/embed/Sx83eIVkKyo" width="420"></iframe></center>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-52739394027329466462012-04-03T11:19:00.002+02:002012-04-03T11:32:32.593+02:00Bloomsbury<div style="text-align: justify;">
Una de las casas londinenses de Charles Dickens está en Bloomsbury. Este barrio de pequeñas viviendas oscuras, a lo largo de su historia, ha acogido a escritores de la talla de Woolf o Forster, numerosos artistas, o pensadores como Keynes, que también perteneció al llamado grupo de Bloomsbury. </div>
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El círculo de Bloomsbury, que se reunía en la casa de los Woolf en el primer tercio del siglo XX, aunaba un enorme interés por la Literatura, las Artes o las cuestiones relativas a la sociedad. Se puede decir que tenían una inquietud similar a la que Dickens mostró en sus novelas tiempo atrás. </div>
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Londres aún tiene una estrecha relación con la cultura. En el mismo barrio de Bloomsbury se mantiene abierto desde hace siglos el Museo Británico, muy cerca del 221B de Baker Street en el que se instaló Sherlock Holmes para poder desarrollar sus habilidades de investigación en el museo, entre caso y caso, y muy cerca también del número 48 de Doughty Street que habitó el propio Dickens. </div>
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La ciudad respira arte y literatura. Cualquier esquina puede ser ente artístico, desde la Tate Modern o la National Gallery hasta el Globe o el 84 de Charing Cross, en el que durante un tiempo estuvo abierta la librería Marks & Co. Londres está, además, llena de espíritus, de vivos y muertos, los fantasmas de Van Gogh y Turner, el de Norman Foster o una mezcla de los fantasmas victorianos y los contemporáneos. </div>
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En la abadía de Westminster está el rincón de los poetas. Allí se reúnen involuntariamente, defunción mediante, escritores de distintas épocas que formarían tertulias inverosímiles. Henry James, Rudyard Kipling, Thomas S. Elliot, Lord Byron, el matemático Lewis Carroll o el mismísimo Dickens, entre otros. Basta sólo con cerrar los ojos un momento para imaginarlos a todos a los pies del memorial erigido a Shakespeare. </div>
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Los domingos por la tarde los músicos callejeros tocan hasta el anochecer en la orilla del río. La ciudad sigue su rumbo caudaloso hacia un nuevo lunes. Mientras tanto, las obras arquitectónicas, protagonistas silenciosas tanto de libros como de películas, como el Big Ben, Trafalgar Square o el Millenium Bridge, se beben el cóctel de turistas y londinenses que regresan del partido de fútbol o del teatro, quién sabe si a Bloomsbury.<br />
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<a href="http://www.flickr.com/photos/le_txetxu/sets/72157629335665662/" target="_blank">Galería de fotografías de Londres en Flickr</a></div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-9666771663268059842012-03-23T01:29:00.004+01:002012-10-19T00:43:54.698+02:00Las ventajas de la omnisciencia<div style="text-align: justify;">
Ser narrador omnisciente tiene sorprendentes ventajas. Sobrevuelan con su mirada una pequeña ciudad llena de edificios rojizos en la que algunas ventanas tienen las luces encendidas. Dentro de los hogares, las personas hacen su vida, ajenas a los hilos que las mueven y ya conocen su destino. </div>
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Un matrimonio pasa las últimas horas del día en casa: ella ve la televisión en el dormitorio, él ocupa el salón viendo el partido; una pareja recién casada hace el amor en la encimera de la cocina, una madre acuesta a su hijo en un dormitorio con planetas colgando de la lámpara… Ajenos a la mirada del narrador, recrean una vida, no notan los ojos posados sobre su nuca. En el último piso una joven sale de la ducha, con el pelo mojado, la toalla envuelta sobre el cuerpo tostado que gotea. Tampoco parece darse cuenta, o tal vez sí pero no le preocupa. </div>
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El narrador omnisciente lo sabe todo. Conoce todo sobre los personajes. Puede controlarlos a través de miedos que ni ellos han descubierto todavía. Él sabe cuando va a llover y por eso sale a pasear por su ciudad con un paraguas en la mano y lo abre justo en el momento en el que empiezan a caer las primeras gotas. Incluso sabe que un autobús va a atropellar a su personaje predilecto y por eso corre a cruzar la calle para intentar remediar en el último instante el fatal arrebato de su imaginación. </div>
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La omnisciencia narrativa supone una mirilla en cada casa. Es el embajador de Orwell, el germen de la inseguridad. Cuando la sospecha crece en la ciudad es porque los personajes empiezan a sentir que alguien los mira, los vigila, los tiene atados, en definitiva: determina su destino. </div>
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En una de las casas un hombre se sirve un bourbon, pensando que nadie lo sabe porque su esposa ya está durmiendo. No se da cuenta de que ahora su secreto es compartido. En el portal un chico es infiel a su novia. El narrador se jacta en su escritorio: sabe que algún día podrá chantajearlos y sacar réditos de su información. </div>
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Los narradores omniscientes también sienten compasión a veces. Es difícil que sean justos, al fin y al cabo actúan como deidades. Entre sus protegidos suelen tener a los propios escritores, personajes con los que comparten vivencias, y que generalmente los enternecen. Pero esto también depende de la propia experiencia del narrador. Como la vida misma.</div>
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Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-49875801572333463892012-03-05T16:49:00.000+01:002012-03-05T16:49:24.153+01:00De pronto es lunes<div style="text-align: justify;">
De pronto es lunes y te despierta una mala noticia. Una sola llamada hace que tu gran fin de semana quede relegado a un segundo plano y que te parezca muy lejano, cuando sólo hace unas horas que terminó. La vida continúa ahí fuera, exactamente igual que la dejaste anoche al acostarte, o eso parece. Para ti puede que sí, pero en según qué casos, la cosa cambia. </div>
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Llamas a alguien, ni siquiera sabes por qué o a quién, pero llamas. Necesitas hablar con alguien, oír la voz de otra persona que te cuente algo diferente a lo que acabas de escuchar. Llamas y sales a la calle. Alguien que te diga que todo es verdad, que ya te has despertado, que no estás soñando todavía. Andas con el teléfono en la mano, esperando que tras alguno de esos pitidos uno de tus contactos descuelgue y al otro lado de la línea alguien hable. </div>
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Caminas, solamente caminas. ¿Para qué? -piensas-, si al final no llegaré a ninguna parte. El tráfico te envuelve en seguida. Nadie se fija en que caminas sólo, ni en tu expresión de dolor, cercana al llanto. Eres insignificante y lo piensas, lo sabes, e incluso te regodeas de tu propia insignificancia. A nadie le importa una mierda lo que te haya pasado. No tenéis ni puta idea de lo que pasa o qué -gritas interiormente al resto, que corre, sube al autobús o lleva a los niños al colegio. </div>
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Caminas. Nadie coge el teléfono. Es posible que ni siquiera hayas marcado ningún número. Qué lejano se te antoja el sábado y cómo ha cambiado todo. Piensas en hablar con uno de tus amigos, pero está en Méjico, a tomar por culo, y no quieres despertarlo por el cambio de hora. Ya le avisarás, te dices. Al final acabas hablando con tu madre, cuya voz te tranquiliza un poco. Te paso a papá, resuelve cuando se os acaba la conversación y no sabéis qué deciros. Por lo menos hablar con ellos te tranquiliza un momento, pero en poco tiempo tu cabeza está dando vueltas otra vez. </div>
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Es Nacho ahora quien habla al otro lado. Notas en su voz ese tono del que no sabe muy bien cuál es tu situación. Comedido pero sin ser demasiado sobrio. Agradeces el gesto, posiblemente involuntario, pero lo agradeces. Es uno de los pocos amigos de verdad que tienes. Él, el chico que te dio la nefasta noticia, el propio protagonista de la historia y unos pocos más. Lo demás es pura escenografía. Figurantes con los que llenar tus calles para tratar de paliar una soledad insoportable. Proyecciones. </div>
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El edificio en el que estás parece a la vez un hospital y una cárcel. Quizás sea un manicomio, un psiquiátrico donde los locos creen ser libres. Tal vez. Pierdes la noción de tiempo y de lugar. De repente hay algo extemporáneo en todo. Al lado hay una soberbia mole gris que te entristece con su sola presencia. Seguramente no vuelvas allí nunca más, pero te agobias porque no encuentras la salida. Caminas, entras, sales, vas a la calle, te alejas, pero tu inconsciente siempre te acaba llevando a ese lugar angosto donde nada es lo que parece. Como una oscura metáfora de la propia mente humana y de la misma vida. </div>
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Por fin te suena el móvil. Es ella. Antes la habías escrito, pero no podía contestar. Las obligaciones, las putas obligaciones que no llevan a ninguna parte y nos roban el tiempo y la felicidad. ¿Qué hago yo aquí? -te preguntas. Hablas con ella un rato y su voz, al otro lado de la línea, ejerce un efecto balsámico similar al que hace la de tu madre. Te tranquiliza, te droga. Incluso puedes ver un lado positivo, sonríes. Hasta que cuelgas. Después, otra vez la misma historia. </div>
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En seguida vuelves a caminar solo. Es como si no quisieras parar; sólo caminar, preso de quién sabe qué. Te sales un momento de la fila de próximos cadáveres que circula por la acera. Bajas a la carretera, sin pensarlo, como si retases al destino y permaneces ahí parado unos segundos. Venga, estoy aquí, sacúdeme a mí también -pareces decir en tu más rotundo silencio. Vuelves a subir en cuanto un coche te pasa muy cerca. Al fin y al cabo sólo eres un cobarde más. Nada de héroes. Estás caminando de nuevo. Sabes que ese paseo no esconde ninguna razón concreta más que la de recordarte cruelmente que estás solo. Que todo lo que te rodea es artificio. Que nada es de verdad. Solo entre un millar de cuerpos. Solo. Solo. Solo... </div>
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<br /></div>
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Rozas con los dedos un teléfono en una cabina, te paras un segundo, como si esperases que sonara. No, las cabinas sólo suenan en las películas. La realidad es distinta. Aquí nadie te va a llamar para consolarte. Piensas en quién habrá hecho la última llamada desde ahí. Existen pocas posibilidades de que conozcas al que haya usado ese teléfono antes de que tú te parases frente a él. Poquísimas. Algo así como veinte entre siete millones. Ni siquiera sabes hacer el calculo porcentual que eso significa. Una cifra casi tan insignificante como tú entre todas esas personas. La ciudad es un puto hormiguero lleno de mierda y de esquinas con restos de fruta podrida y porquería. </div>
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<br /></div>
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Te has salido del camino y no sabes volver. O no sabes si quieres volver al redil. Nadie va a llamar a esa cabina, entérate ya y sigue con lo que tengas que hacer. Esa cabina sólo es una metáfora más. Espabila. Sólo eres un buen chico que anda algo perdido. Una mala noticia ha llevado el último fin de semana a un cajón de difícil acceso y ahora nada más eres un mendigo ocasional que busca una respuesta. Un don nadie que espera que un giro milagroso de la vuelta a una situación irreversible. Un iluso de esos que todavía creen en las historias de fantasmas y en la lotería. </div>
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<br /></div>
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Ni siquiera eres el único al que la vida golpea, como andas creyendo desde hace un rato. Para nada. Es más, seguro que antes de que acabe la semana conoces otra desgracia, puede que mayor que la tuya. Y ahora crees que todo supondrá un giro en tu manera de ver las cosas, pero te darás cuenta de que en pocos días, volverás a hacer todo de la misma forma que siempre. La vida a veces es tan mierda como las noticias que arrastra. Y en el fondo de todo, manchada de mierda y residuos orgánicos, está la justicia que algún día nos sirvió como eje. El mundo ideal es una patraña.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-34378609801861578392012-01-27T23:44:00.000+01:002012-01-27T23:44:07.088+01:00Recuerdo de Berlín<div style="text-align: justify;">
Amanece otra noche oscura. Berlín es una ciudad fría, nivosa a veces. La calle remolonea silenciosa, sólo se oye el lento crepitar de los motores de los coches. Por momentos me recuerda a Madrid. Pero en seguida cambio de opinión cuando nadie me saluda ni me mira mal. </div>
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Los andenes de la S-Bahn están llenos de gente, atrincherados todos en sus abrigos. Sólo se dejan ver la parte superior del rostro, los ojos. Se empeñan en que no quede nada más expuesto al frío, con ahínco, como si tratasen de ocultar que debajo del abrigo no hay nada, que se han olvidado el resto de sus cuerpos en casa. </div>
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Algunos beben alcohol destilado en pequeñas botellas que se guardan en los bolsillos. Les ayuda a vencer al gélido crepúsculo industrioso. Nadie habla. Berlín es silenciosa en su propia esencia. Es difícil que alguien levante la voz aquí. Sólo los aviones que vuelan cerca de los edificios más altos perturban el silencio que no se atreven a romper ni ambulancias ni manifestaciones. </div>
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La vida transcurre en Berlín de la misma manera que en cualquier otra ciudad. Hoy en día las grandes capitales no se diferencian mucho unas de otras. Todas albergan espectros que se dejan llevar porque no saben hacia dónde caminan, que se relacionan los justo para asegurarse de que no están solos aquí. </div>
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Existen el amor, la rabia, la amistad y los celos, por supuesto. Y cuando llueve parece que el mundo esté de capa caída. Las iglesias, con sus emblemas a media asta, dejan caer el agua por sus canalones y sus tejados picudos, y los perros callejeros se refugian junto a los borrachos debajo de las ruedas de los coches o en los soportales más profanos. </div>
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Ay, Berlín, tan llena de luz y de oscuridad. Con tus noches más oscuras a medida que pasa el invierno, y con el suave aliento iconoclasta de tu <i>kunst </i>y tu cerveza en la garganta. Ciudad imperial e imperiosa como ninguna, con tu puerta de Brandenburgo, tu Nefertiti y tus rincones llenos de podredumbre, como los de otra cualquiera.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-78709851707564994572012-01-12T19:10:00.000+01:002012-01-12T19:15:32.248+01:00Antiguos santuarios<div style="text-align: justify;">
<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El chico se quedaba parado siempre delante de aquella librería. Cuando estaba cerrada, esperaba siempre a que abriese con cierta congoja. Alguna vez le vi entrar dentro y pasear ojeando algunos ejemplares, pese a que siempre que llevaba algún libro era del fondo de alguna biblioteca pública. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Tendría alrededor de trece o catorce años. Aún no había leído los grandes clásicos, pero empezaban a interesarle ya las obras inmortales. Se sentía muy atraído por los libros que veía desde fuera, además de por la chica que trabajaba dentro, a la que miraba embobado como se movía entre las estanterías. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">La zozobra sólo le duraba hasta que la veía doblar la esquina y sacar la llave. Esperaba que, cuando pasasen unos pocos años, algún día al comprar algún libro ella hablase con él o le dejase su teléfono en alguna de las páginas. Mientras tanto se conformaba pensando en los libros que compraría cuando trabajase. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Con el paso de los años, aquella librería, que tenía también una sección de viejo, se había convertido en una especie de santuario para él. No había día que no pasase por delante al menos una vez. Los domingos cerraba, por lo que su angustia, aunque la viese cerrada al pasar, era menor. Había visto que muchas tiendas de libros cerraban últimamente, por eso tenía miedo de que cualquier día también le llegase la hora a la suya. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Cuando una librería cierra para siempre, la Literatura sufre un cambio radical en su totalidad. Algunos personajes mueren de repente en capítulos que no existían antes o contraen graves enfermedades que merman su idiosincrasia. Los protagonistas que sobreviven a cada liquidación sufren pensando que tal vez los próximos sean ellos. Hoy en día, con el aumento de clausuras, ya nadie quiere ser protagonista. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">El chico vivía aterrado cada retraso de su adorada librera. Había leído algunas novelas como <i>Oliver Twist</i>, <i>Canción de Navidad</i>, <i>Platero y yo</i> o <i>El viejo y el mar</i>, y no contemplaba la posibilidad de volver a leerlos y que la historia fuese distinta. De la misma forma, cuando pudiese gastar en libros tanto dinero como pretendiese, quería leer los clásicos de la forma en que sus autores la habían escrito, sin cambios fortuitos. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">Prácticamente la totalidad de establecimientos dedicados a las letras se habían convertido paulatinamente en peluquerías, centros veterinarios o bares de copas <i>cool</i>. Ya casi no se vendían máquinas de escribir, como la que tenía su padre. Los personajes habían asistido tristes a cada uno de estos cambios. Quizás Aureliano Buendía ya no era soldado, ni Gatsby tenía su mansión. Tal vez Ricardo Reis se había refugiado en alguna tienda de antigüedades porque era lo más parecido a su época que aún resistía. </span></div>
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<span class="Apple-style-span" style="font-family: Georgia, 'Times New Roman', serif;">De alguna manera, no se podía permitir eso. En su inocente cabeza pensó: “Si algún día sólo queda esta librería en la ciudad, lucharé porque nunca cierre”. Entonces miró cuántas monedas tenía en el bolsillo y, por primera vez, cruzó la puerta de cristal y madera decidido a comprar.</span></div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-64991030539751595212011-12-24T11:27:00.000+01:002011-12-24T11:27:29.705+01:00Cuento negro de Navidad<div style="text-align: justify;">
¿Por qué la maté? ¿Por qué lo hice? Hubiese sido suficiente con negarme a seguir viéndola, provocar un alejamiento irreversible. ¿Qué me llevó a hacerlo? Ahora ya no hay vuelta atrás. Me volví loco y pensé que sería fácil que todo volviese a su cauce. No sé si quería jugar a ser Dios, pero lo que de verdad sé es que la he matado y ya no podré verla nunca más.</div>
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No importa si hago que alguien la saque de la cámara frigorífica: su aspecto ya no será el mismo. Las dentelladas del cuchillo se habrán hecho más visibles aún con el frío. Su rostro sin vida sólo me recordará mi terrible acto. Y si hiciese que alguien viniera se convertiría en cómplice de mi asesinato, y quién sabe, tal vez tuviese que matarle también.</div>
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Joder, estoy viendo una mancha de sangre salpicada en la pared y en las páginas de aquel libro, sobre la mesilla del teléfono. ¿Y el cuchillo?, ¿qué he hecho con él? Tendré que tirarlo. Buscar algún sitio en el que sea difícil de encontrar y lanzarlo allí para el resto de los tiempos. El estanque del Retiro o el lago de la Casa de Campo podrían estar bien. ¿Pero dónde está?</div>
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Tenía que hacerlo. Estaba cobrando demasiado protagonismo en esta historia, para la que sólo era una secundaria. Empezaba a conocer más cosas de las que debiera del protagonista, y de mí. No podía seguir así. Si la hubiese intentado convencer, seguramente no lo hubiese entendido, y esto tenía que ser rápido, no era el momento de dar explicaciones. No sobra el tiempo, desde luego. </div>
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Pero era guapa, es una pena que ella, todavía joven, tenga que terminar así pudiendo haber sido de otra forma menos macabra. No sé, quizás empezaba a enamorarme de ella, pero no podía estar aquí en casa, podría haber visto algo. ¿Cómo voy a seguir ahora como si nada? No sé si voy a poder, seguro que mi mirada me delata. ¿Y con el cadáver? ¿Qué hago con el cadáver? Mírala, ahí tirada en la cámara, parece que está tumbada sin más, aún con ese gorro de papá Noel que traía cuando llegó a casa. Cerraré la puerta. Y sus ojos, no quiero verla más.</div>
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Tengo que hacer algo con ella, no puedo seguir teniéndola ahí. Tengo que deshacerme del cuerpo, pero no puedo llamar a nadie. Esperaré a la noche. Mientras voy a ponerme un whisky. Debería arreglar un poco la casa, está todo manga por hombro y hay manchas de sangre salpicadas por toda la pared, en los libros y en la mesilla de la máquina. Esa es otra... ¿Qué voy a hacer con la máquina de escribir ahora? </div>
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Si no lo hubiese hecho podría volver en cualquier momento. En la escritura cabe casi todo. Pero sí, lo hice... ¿Por qué la maté? Aún me quedaba por escribir más de la mitad de la novela.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-74808464381723635592011-11-15T18:15:00.001+01:002011-11-15T18:22:37.704+01:00Queremos tanto a Flanelle<div style="text-align: justify;">
Flanelle era francesa. No le gustaba salir a la calle si no era necesario, prefería siempre quedarse al calor del hogar compartido. Siempre detestó mojarse, pero cuando llovía se rendía a mirar la calle desde lo alto, protegida por el muro infranqueable que suponía el cristal de la ventana. Adoraba estar entre sus brazos, allí sentía la seguridad de quien se siente invencible, y se regocijaba dando vueltas entre ellos. Cuando su compañero escribía, pasaba los minutos sentada en el suelo con la espalda cerca del radiador caliente. Se amaban. </div>
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Theodor, en cambio, entraba y salía sin ningún tipo de concierto. Siempre había sido el más independiente y no necesitaba sentir el calor ni el refugio de un cobijo. Caminaba raudo entre los coches y cada vez que podía subía al tejado de la residencia para observar cómo los hombres perdían sus días entre prisas y remordimientos ahí abajo. Un día, cuando era pequeño, corría por una escalera de incendios; un inoportuno resbalón le hizo precipitarse dentro de la casa. </div>
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Flanelle, aún muy joven, estaba sentada en el sillón, al lado del escritor que aporreaba una máquina vieja, que podría haber despertado incluso a los limpiadores de estrellas, tan lejanos allá arriba. Sus miradas se cruzaron un momento, pero el estrépito ocasionado por la caída hizo que el dueño de aquella casa se levantase a comprobar qué había pasado. </div>
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¿Estás bien?, le dijo al levantarlo, acariciando su espalda dolorida por el golpe contra el parquet. En lugar de reprenderlo por colarse en su casa o por correr por la escalera de incendios, le ofreció agua y algo de comer. Era un hombre muy simpático, sin duda. Cualquier otro se hubiese levantado pegando gritos y bandazos y él hubiese tenido que salir huyendo en seguida. </div>
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Desde entonces aquella casa se convirtió en una especie de hogar ocasional para Theodor, huérfano desde hacía un tiempo, solitario callejero parisino. Algunas veces esperaba en el portal a que alguien le dejase subir, otras, su agilidad le permitía llegar hasta el lugar por el que entró la primera vez. </div>
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Flanelle y Theodor. Theodor y Flanelle. Testigos directos de la obra de aquel loco que escribía en el viejo armatoste y escuchaba combates de boxeo en la radio hasta la madrugada. Pocas veces salieron juntos a la calle. Como ya es sabido, Flanelle prefería salir poco y, si lo hacía, era casi siempre sola. Sin embargo Theodor representaba justo lo contrario. En ocasiones pasaba largos días sin aparecer, callejeando por ahí mientras malgastaba alguna de sus vidas. Pero siempre volvía, generalmente empapado, cuando había tormenta. </div>
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Sus arrumacos al llegar eran algo así como pequeños zarpazos desabrigados en el rostro de sus compañeros. Cuando tardaba mucho en regresar, Flanelle le castigaba con un sugerente vacío. Se ocultaba durante un rato hasta que, por fin, salía de alguna habitación con la elegancia propia de quien sólo siente indiferencia por el recién llegado. Su relación con Theodor siempre fue un zarandeo tan a punto de desvanecerse como de encarrilarse y perseverar recto hasta el fin de los días. El escritor redactó algunos textos sobre ellos, que leía a Theodor, al que decía que en alguna de sus anteriores vidas había sido crítico literario. </div>
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En 1982 Flanelle perdió la última de sus vidas, trayendo la muerte a la casa. Días después la invitada retornó para llevarse a Carol con ella. A partir de entonces, la decadencia del escritor fue mayúscula. Cayó en una depresión que le llevó a pedir que esa mujer de negro volviese otra vez y le dejase ir al lugar donde estuviese Carol. Lo hacía indirectamente, con mensajes que pintaba en una pared, hasta que dos años después, la emisaria que la muerte había enviado en forma de leucemia le invitó a marchar con ella. </div>
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Había muerto el escritor que siempre pareció joven, ese al que la extraña enfermedad que tenía en la piel no le permitía envejecer y siempre mostraba la misma apariencia. Ese que todos queremos llegar a ser. El escritor al que dos años atrás Flanelle y Carol, dos de los amores de su vida, le habían indicado el último camino por recorrer. El mismo hombre que, tiempo atrás, había acogido a Theodor, que marchó entonces solitario, como siempre, a enterrar las pocas vidas que le quedaban. Cuentan que alguna vez volvió, pero nunca congenió con los nuevos inquilinos de la casa de Julio.
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<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7d7NUvOA6PfSY0s1TIIPsHvbW4tBARz6b42-LuUvzvhQbVlMhbpUHmAcWqnabJReZTFJm0X_aIDakGpixCc0099JxZgSyYyVg7j_dETk8Kj-_l1P9m5MQvU0GZJIaPsxod2PJRfoJq7Iy/s1600/IMAG0125.jpg" imageanchor="1" style="margin-left: 1em; margin-right: 1em;"><img border="0" height="191" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg7d7NUvOA6PfSY0s1TIIPsHvbW4tBARz6b42-LuUvzvhQbVlMhbpUHmAcWqnabJReZTFJm0X_aIDakGpixCc0099JxZgSyYyVg7j_dETk8Kj-_l1P9m5MQvU0GZJIaPsxod2PJRfoJq7Iy/s320/IMAG0125.jpg" width="320" /></a></div>
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Theodor y Flanelle
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Después de aquella noche no la volvió a ver. Supo tiempo después que se había marchado a una ciudad del oeste de Alemania donde perdió hasta el último resquicio de su acento. Los cursos terminaron y el tiempo pareció detenerse otra vez, como hacía cada principio de verano. Ni siquiera hubo una llamada después. Por la mañana la vio marcharse para ir directamente al aeropuerto. Ella no sabía que estaba despierto mirándola cuando se fue. </div>
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Terminó su carrera, supuso que ella también lo habría hecho. Varias veces tuvo la tentación de llamarla o escribirla. Nunca negó categóricamente la posibilidad. Hubiese sido tan sencillo… Pero la forma en la que se había marchado, sin despedirse, deprisa y corriendo, le había dolido. </div>
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La vida nos conduce por derroteros distintos de los que imaginamos prematuramente. Él comenzó a moverse dentro del mundo de las revistas culturales, primero las más humildes y locales, para después hacerse un hueco. Poco a poco su memoria consiguió desterrarla a un lugar recóndito y oscuro. </div>
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Los escarceos dieron paso a un proyecto de relación que concluyo en un matrimonio con dos hijos. Ya sólo se acordaba de ella cuando conocía a alguna mujer que abanderase su nombre. Sin embargo, sí supo que había comenzado a escribir. Fue en una librería, una tarde en la que vio su nombre impreso en azul añil en las tapas de un libro. Lo hojeó; en la solapa había una fotografía de la mujer que le había robado su juventud. La pregunta de su mujer le sacó del ensimismamiento producido por aquel encuentro fortuito. Respondió con alguna evasiva sobre el libro. </div>
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Su trabajo le obligaba a leer algunas obras determinadas que llegaban de las editoriales, sujetas siempre al criterio de la novedad y las futuras ventas. Aunque disfrutaba de todo lo que leía, normalmente le quedaba poco tiempo para leer por placer. Tardó bastante tiempo en empezar a leer su libro, y cuando lo hizo, ni siquiera lo terminó. Narraba la historia de una joven que emigraba a Alemania. No quiso conocer más.
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Siguió con el curso de los días y los libros, que se entrecruzaron con el recuerdo que se había despertado aturdido de una larga siesta. Cada vida, al igual que cada novela, es un universo distinto y único. En la suya ella parecía un satélite que se dejaba ver y se escondía aleatoriamente tras el hemisferio que quedaba oculto donde su vista se perdía. </div>
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Rozaba ya los cincuenta la siguiente vez que se eclipsaron involuntariamente. Un día, cuando se levantó, su nombre aparecía en todos los medios. Había recibido un prestigioso premio de Literatura. El vuelco que dio todo no fue por el premio en sí, del cual se alegró instantáneamente. El encargo que le había dejado su redactor jefe vía email fue lo que le abrumó. Pronto tendría que entrevistarla.</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-8753784915390682268.post-2224310034871022602011-10-17T20:25:00.002+02:002011-10-17T20:35:56.684+02:00Cristales rotos<div style="text-align: justify;">
Lo imperfecto de la perfección es su más que probable inexistencia. No podemos aspirar a tenerlo todo. Es la ley. Las personas estamos hechas de imperfecciones. Maquinaria puramente imperfecta fabricada en serie. Los detalles que tiñen de color esa imperfección haciéndola visible a nuestros ojos son tan nimios que, a veces, llegan gracias al entorno, el contexto que complementa a la persona o el grado de alcohol en sangre del que escucha una conversación. </div>
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A su vez lo bello de la imperfección es que es subjetiva. Lo que a uno le puede parecer altamente imperfecto, otro puede encontrarlo cabalmente compatible, e incluso atrayente, con las ideas que obedecen a su personalidad. Es lo que muchos llaman química. Elementos que se asocian, se atraen o se rechazan dentro de un compuesto. Acción, reacción, final, elementos disociados… </div>
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La culpa de la imperfección reside en las expectativas. Siempre. Cada vez que empezamos a conocer a alguien establecemos una falsa idea de lo que es. En realidad creamos una especie de proyección de lo que nos gustaría que fuese. En esa configuración depositamos todo aquello que nos ha herido en vidas pasadas y nos auto convencemos de que la persona que acabamos de conocer nunca sería capaz de hacer algo semejante. Son esas imágenes las que nos hacen poetizar a alguien y protegerlo en un pedestal acristalado hasta que cualquier noche algo desbarata nuestro pensamiento o, al menos, parte de él. Algunos dicen que en ese momento, justo cuando encuentras eso que no te imaginabas en la persona en cuestión, suena una especie de multitud de cristales que se rompen. Es lo que muchos llaman la <i>noche de los cristales rotos</i>. Muchas jornadas históricas terribles han empezado con este fenómeno en una sola persona. </div>
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Nada se crea ni se destruye, por otra parte. Puede sonar a tópico, pero todo se transforma. Nada de lo que podamos ver lo hemos inventado nosotros: todo estaba ahí mucho antes de que llegásemos. Y por supuesto que seguirá cuando llegue el día en que nos vayamos, sea más tarde o más temprano. Las vidas de las que, en ocasiones, nos creemos patronos, las de nuestra gente más cercana, queridos y allegados, ya estaban ahí mucho antes de que se cruzasen con la nuestra. No somos nadie para intentar controlarlas. Ni siquiera somos nadie para creer conocerlas en toda su complejidad. Las personas esconden sus secretos más preciados en lo más íntimo de su personalidad. Es por eso por lo que un día despiertan comportamientos que nunca sospechamos y todo nuestro imaginario sobre esa persona se derrumba con las acciones que conllevan. </div>
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Todo se transforma, sí, menos las personas. Como maquinaria imperfecta que hemos sido constituidos, nuestros errores tienden a repetirse en la mayoría de ejemplares diseñados. Sin posibilidad de subsanar el fallo, por mucho que alguien diga <i>no lo volveré a hacer más</i>. Tan solo es cuestión de mirar a cualquiera para saber que eso es mentira o una verdad a medias. Todos están cortados por el mismo patrón, por tanto sufren los mismos errores irreversibles. Ninguno es distinto al otro. Y ninguno tiene la destreza de mudar sus patrones de conducta o su piel. Es nuestra esencia: somos lo que somos desde que nacemos hasta que expiramos. </div>
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Todo tiene un punto de origen para nosotros: unas palabras o un gesto de un camarero por el cual empiezas a entablar cierta relación después de muchas noches de cruzaros diez veces sin palabras, un encuentro casual en la madrugada con alguien que un día compartía estas palabras contigo y ahora sólo es un extraño más, la persona a la que le confiaste todos tus miedos y te mintió, haciéndote desconfiar del resto de personas para siempre, esa a la que ahora ves por la ventana con mezcla de odio, temor y pena… Un origen para todo. </div>
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Ese principio poco a poco va llevándonos hasta la <i>noche de cristales rotos</i>, hasta un error que torna todo irrevocable. Errores que un día creímos que no se producirían. Mentiras que alguien nos hizo creer y nos hicieron caer sin remisión en la tentación de la trampa. Pura prestidigitación. En cierto modo, también hemos sido diseñados para caer en la trampa y confiar en lo que no debemos alguna vez. </div>
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Nada es real ni ficticio. No existe la verdad como tal, sólo es una obsesión que el ser humano intenta desmontar a cada minuto, con alto porcentaje de éxito. Todo tiene una parte de cierto y de falso, de ilusión y de realidad, de gratificación personal y de daño ajeno; incluso la llamada que ahora mismo parpadea en tu teléfono móvil, a las tres y media de la madrugada, con la que tantas veces fantaseaste y ahora dudas si deberías o no coger. Lo importante es saber delimitar qué prefieres dañar y qué conservar intacto. O tú o alguna de las máquinas de tu cadena de fabricación.
</div>Jesús V. S.http://www.blogger.com/profile/12680318428542388502noreply@blogger.com0