Él sube por la cuesta que le conduce a casa. Acaba de dejar en el parque a dos amigas con las que hacía tiempo no se sentaba a hablar. La casualidad le ha llevado a encontrarse con ellas en un momento en el que parecía estar solitario. Sus amigas se han quedado allí, esperaban a una chica, que debe estar al llegar: Ella.
Se cruzan Él y Ella fugazmente, pues Ella, camino inverso, estaba llegando al lugar de encuentro con sus dos amigas. Intercambian una rápida mirada, clásica entre dos desconocidos que piensan que nunca más volverán a verse. Una mirada repentina que por un momento parece activar un resorte en la mente de las dos personas, pero que se desvanece enseguida que otra persona se cruza en el camino.
Lo que no saben Él y Ella es que mañana volverán a encontrarse, porque las amigas de Ella también eran las amigas de Él, que habían quedado en el parque esperándola, con las que Él volverá a quedar al día siguiente. Y lo que no saben ahora es que empezarán a conocerse poco a poco, sin más propósito que el de pasar un rato con aquellas dos chicas, sus amigas en común, en principio. Y empezarán a sentirse cómodos.
Y tampoco saben que tras un tiempo sus labios se habrán rozado, inocentemente primero, de otra manera más violenta después. Ni siquiera sabe Ella, al cruzarse, que Él toca la guitarra y que tiempo después pasarán varios ratos maravillosos aprendiendo algunas canciones. O que en una futura noche fresca de verano, Ella descansará sobre el césped del parque, con su cabeza sobre el pecho de Él y sus brazos anudando su torso, protegiéndolo del repentino frío veraniego. Y que nada más importará en esos momentos.
Nada. No saben nada de eso.
En este momento sólo se miran un instante, para después seguir pensando cada uno en su vida. No se conocen, no saben nada de sus días. Ni siquiera pueden saber si la vida inspira la literatura, o si por el contrario, es a partir de la propia literatura como se construye la vida. Todo lo desconocen mientras dejan atrás los ojos anónimos del otro.
Se cruzan Él y Ella fugazmente, pues Ella, camino inverso, estaba llegando al lugar de encuentro con sus dos amigas. Intercambian una rápida mirada, clásica entre dos desconocidos que piensan que nunca más volverán a verse. Una mirada repentina que por un momento parece activar un resorte en la mente de las dos personas, pero que se desvanece enseguida que otra persona se cruza en el camino.
Lo que no saben Él y Ella es que mañana volverán a encontrarse, porque las amigas de Ella también eran las amigas de Él, que habían quedado en el parque esperándola, con las que Él volverá a quedar al día siguiente. Y lo que no saben ahora es que empezarán a conocerse poco a poco, sin más propósito que el de pasar un rato con aquellas dos chicas, sus amigas en común, en principio. Y empezarán a sentirse cómodos.
Y tampoco saben que tras un tiempo sus labios se habrán rozado, inocentemente primero, de otra manera más violenta después. Ni siquiera sabe Ella, al cruzarse, que Él toca la guitarra y que tiempo después pasarán varios ratos maravillosos aprendiendo algunas canciones. O que en una futura noche fresca de verano, Ella descansará sobre el césped del parque, con su cabeza sobre el pecho de Él y sus brazos anudando su torso, protegiéndolo del repentino frío veraniego. Y que nada más importará en esos momentos.
Nada. No saben nada de eso.
En este momento sólo se miran un instante, para después seguir pensando cada uno en su vida. No se conocen, no saben nada de sus días. Ni siquiera pueden saber si la vida inspira la literatura, o si por el contrario, es a partir de la propia literatura como se construye la vida. Todo lo desconocen mientras dejan atrás los ojos anónimos del otro.