martes, 31 de mayo de 2011

El caballero de la triste figura

Llueve. He salido y sigue lloviendo. Aún no ha anochecido por completo y las farolas aún no lucen, por lo que la luz que alumbra la calle es escasa. La tenebrosidad que prevé a la llegada de electricidad. La oscuridad, allí donde algunos se sienten más a gusto en su irrefrenable soledad. La ciudad se mantiene en un silencio que nadie se atreve a romper, incluso se escucha el avión que despega y se eleva al cielo desde el cercano aeropuerto. Ni siquiera se oye el tráfico.

Nada más asomar mi cuerpo por la puerta me he cruzado a la única persona en un rato que llevo caminando. Una mujer, solitaria, que caminaba despacio, cuyas pisadas sobre los charcos se seguían escuchando hasta que dobló la primera esquina. El asfalto tiene el color gris brillante de cuando está mojado y la poca luz que existe se refleja en el lago que dejo a la derecha mientras camino. Me acuerdo del lago de los cisnes –siempre que paso por allí-, porque cuando era pequeño una pareja de cisnes vivían allí, uno negro y uno blanco. Me encantaban. Ya no están.

Tengo la extraña sensación de no poder parar de andar y mis pasos parecen sucederse por sí solos. Camina por delante de mí una figura, a la que tan sólo puedo ver la espalda. Me acabo de dar cuenta que, inconscientemente, camino siguiéndola desde hace un rato. Se cruzó delante de mí cuando retomé el paso después de ver un avión que se elevaba en el cielo húmedo. Su figura me intrigó. Se paró al final del callejón, me miró sus ojos, que yo intuía en la lejanía, y volvió a andar. Viste un chaquetón negro hasta las rodillas y desde lejos me pareció que llevaba una bufanda clara que le tapaba el cuello. Desde que me he dado cuenta de que le ando siguiendo tengo un poco más de frío.

Parece que sigue una ruta aleatoria, como si caminase sin rumbo. Creo que sabe que yo camino detrás de él, porque la calle está desierta, llueve y los charcos hacen sonar sus pasos, e imagino que también los míos. Vuelve a despegar un avión. Cuando dejo de mirarlo he perdido de vista al caballero de la triste figura. Al girar en la última esquina, no le veo, sigue lloviendo, y ahora que lo pienso, no sé por qué te estoy aburriendo con estas historias.

sábado, 7 de mayo de 2011

Leían

Leían.

Vislumbré un chico y una chica desde la ventana del autobús. Se abrazaban, se desabrazaban, se besaban, se desbesaban, Compartían el momento parcos y tímidos, igual que se rozaban sus manos. Pero me llamó la atención algo: leían.

Leían, sí, juntos, a veces uno en el hueco del hombro del otro, a veces separados. Leían desconsoladamente, tanto que por el rostro les resbalaban las palabras. Cada cierto tiempo uno de los dos miraba al otro y secaba las sílabas que se precipitaban por su cara o que se habían quedado en sus ojos formando vocablos de cristal ininteligibles.

Leían constantemente, gemidoramente… como si acaso fuese la última lectura que hacer juntos y tuviesen miedo de cerrar el libro, apagar la luz, y salir caminando cada uno en una dirección.

Leían como si la noche fuese a devorarlos al término de la página, en el último punto final. Cuando todo se vuelve más oscuro y el amo y señor de la noche es nuevamente el miedo.

Leían y me pareció que no querían mirarse el uno al otro en tales circunstancias, por eso se escondían y pensaban en silencio en el final de aquella historia. Como si aquel acto de leer fuese algo íntimo y estrictamente introspectivo, incluso para ellos.

Leían…

Nota: Puede cambiar el verbo leer por cualquier otro y comprobar el resultado del juego.