viernes, 31 de octubre de 2008

Los monstruos de Viktor

Viktor era un chico muy extraño. Su tiempo libre lo dedicaba a hacer pequeños experimentos horripilantes. Sus creaciones más elaboradas eran las siguientes: un robot que se escondía detrás de una puerta para asustar a todo aquel que pasase a su cuarto, una recreación del Eduardo Manostijeras de Tim Burton, de quien pasaba el día viendo películas, etc.
Vivía con su tía, una señora huraña y malhumorada, que no le prestaba apenas atención. Cuando no estaba creando monstruos, se entretenía leyendo libros de Dickens o Stephen King, para aprender nuevas posibilidades, nuevos y horribles monstruos con los que asustar a su asqueroso vecindario.
Viktor nunca salía de casa, se sentía extraño ahí afuera. Raro, entre tanto niño admirable y normal. Tan sólo pisaba la calle en la noche de Halloween, en la que todos iban con mascaras y disfraces, y él podía caminar entre la multitud, desapercibido. Disfrutaba asustanto a todos aquellos que creían asustar a los demás. Pero él, lo hacía sin máscara, sin disfraz; su expresión ermitaña le servía para ello. A veces, incluso, sacaba con él a sus monstruos, para infundir el miedo más increíble a los chicos y las chicas que corrían a pedir caramelos en la noche de las brujas.
Él, por supuesto que lo hacía también, recogía cantidades enormes de caramelos con el truco o trato, acordes con su aspecto y la sensación que producía verle asustando a los demás. Al día siguiente, volvía otra vez a casa, con sus monstruos y sus libros. Si en la noche de Halloween lo ves corretear y gritar, será mejor que le des caramelos, se codea con las brujas y los demonios y hasta ellos, a veces, le temen. ¿Qué eliges, truco o trato?

jueves, 30 de octubre de 2008

Pregúntale al polvo, de John Fante

Gracias Loren. Gracias Fante. Las novelas cortas suelen tener una historia aparentemente normal -que terminan siendo siempre las más apasionantes- y su calidad se reduce a la forma de escribir que hayan tenido sus autores, es decir, su estilo. Si tomamos esta afirmación como cierta, queda demostrado aquí que Fante es un gran escritor, con un estilo impecable, lirico.
En Pregúntale al polvo crea un universo de perdedores estrepitoso e increíble, pese a la amplia dosis de realidad que Fante inyecta en sus renglones. Una historia de un futuro escritor de Los Angeles, que vive enamorado de sus cuentos, y que transita por el mundo sin dirección fija, sobrellevando una historia de amor-odio muy peculiar con una camarera mexicana: Camila López.
En las páginas de este libro encontrarás grandes confesiones de los personajes -que harán que empatices mucho más con estos-, una realidad amarga y dulce a la vez -que supera con creces toda ficción que se imagine- y, sobre todo, un estilo lírico precioso que cautiva al lector desde la primera a la última página ("...caras tensas, preocupadas, desorientadas. Caras semejantes a flores arrancadas de cuajo y metidas en floreros bonitos, flores cuyos colores y matices se marchitarían pronto."). Para muestra la historia de Vera Rivken, preciosa, repleta de bocados de realidad, amarga y a la vez bonita desde su esencia más pura.
Coincido, al cien por cien, con la descripción que me dieron hace unos días de la novela: es un libro con el que se aprende a escribir. Merece la pena pasar unos ratos de tiempo libre en su lectura. Ya me contarán, si lo hacen.

martes, 28 de octubre de 2008

Sobre amaneceres, eternos...

Cada vez que lo consigo, que me sumerjo en ella, en la noche, en la tranquilidad, oscura y latente; tú apareces, oh, bello y eterno amanecer. Me tocas en el hombro para desposeerme de mi letargo, tan placentero por momentos. Al girarme, ahí estás, con tu mirada clavada en mi como un puñal culpable de un homicidio en primer grado. Sin más.
Sin embargo, no es una mirada malvada, ni cargada de odio; siempre me miras con ojos tristes -cargados de melancolía y recuerdos-; nunca llorosos, pues tú... tú eres felicidad. Y aunque muchos se empeñen en indentificarte, sin más, con la rutina; tú, amanecer, preciado y precioso a la vez, para mi eres mucho más. Pues qué sería más rutinario que no despertar jamás del sueño, vivir aletargado eternamente, vivir sin una vida en la que hacerlo.
Tus ojos me vuelven a mirar, esta vez en una proyección de habitación inexistente, en la que estás conmigo, a solas, con tu mezcla de colores anaranjados y grisáceos. Esta vez, tu mirada es distinta; casi me cuesta identificar cuál es la intención de tus felinos globos oculares, encapotados con un mantón color cristal, en forma de nubes y gotas de agua salada, que cae al suelo sin opción, sin respuesta.
Siempre que lo consigo, ahí estás tú; para no dejarme nunca caer en los brazos tentadores de tu antagonista en esta historia: la noche, parda, oscura, y oculta. Casí mágica -diría yo-, pero no más que tus ojos, tus besos fríos, tus brazos sobre mi cuello, en forma de bufanda helada; antes de que salga el sol, después de que se acueste ella. Yo te quiero por lo que eres: rutina -dicen algunos-, otros no saben describirte; oh, amanecer, bello y eterno amanecer de una mente sin recuerdos.

sábado, 25 de octubre de 2008

Amor ciego

La historia que me dispongo a contaros dista de lo mágico y onírico. Es una historia normal, del día a día; quizás en ello radique su especial belleza, pues para mi sin duda que la tiene. Esto ocurría -y no sé si seguirá pasando- en el estadio de fútbol del barrio de Vallecas. Un padre cada domingo va a ver el partido, junto a su hijo; un joven de entre 20 y 30 años. Hasta aquí todo es normal, típico incluso.
Lo extraño radica en que el padre es ciego, pero su pasión por el fútbol le hace seguir yendo al estadio cada semana. Su pasión, y además, el amor de su hijo por él. Tras sentarse y dar comienzo el encuentro, el hijo comienza a hablarle al padre como si trabajase para la radio, le hace crearse una imagen de lo que pasa en el piso de hierba, en definitiva, le radia el encuentro.
La lleva por la banda Michel, se la ha pasado a Ruben al centro, se la ha robado el defensa... Gracias a su hijo, el ciego se crea, en su cabeza, su propia imagen del partido. Cogido del brazo de su hijo, sonríe e incluso grita alentando a sus jugadores, pues siempre sabe lo que pasa en el estadio, como si sus ojos se lo denotasen. El balón está en la banda, la lleva Albiol, ha centrado al area, va a rematar Perera... En el momento en que su equipo mete un gol, se desata la alegría. Se abraza a su hijo, en seña de agradecimiento, sin él no podría acudir al campo cada fin de semana.
El arbitro pita el final, su hijo termina la particular retransmisión. Gane o pierda, su querido padre le abraza, y casi como si de un ritual se tratase, le da las gracias de nuevo. Ahora el camino a casa, charlaran sobre el partido, agarrado siempre al brazo de su chaval, a modo de guía.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Breve sobre los regalos

A veces, un regalo inesperado y con cariño y elaboración supera con creces a cualquier otra cosa, por muy pretenciosa y grande que sea. A medida que voy creciendo, en mis 20 años, he ido descubriendo que disfruto más de cualquier mínimo detalle, que de los presentes "gigantes".
Hoy, por ejemplo, recibí regalos de todo tipo, y al final me quedo con las cosas que con más cariño se me envían.

Este texto lo escribí el día 20 de Julio de 2008, allá por mi cumpleaños; aunque es aplicable a todos los días de mi vida.

domingo, 19 de octubre de 2008

El acordeonista de la calle Eloy Gonzalo

Los domingos coge su maleta y baja a la calle, haga el tiempo que haga, sea lluvia, calor, frío, nieve... Probablemente, él sea una de las personas que mejor conocen las calles de Chamberí. En su maleta guarda un acordeón y una pequeña banqueta en la que apoyarse en sus mañanas. Los viandantes observan, a su paso, tan solo fugaces instantes de lo que él les dedica. Hasta los domingos van con prisa.
Bajo el reloj del edificio de Altadis, justo enfrente del antiguo Hospital Homeopático de San José; se sienta y prepara su instrumento, con el que pasa veladas de amor clandestino en noches solitarias y oscuras, y por el que proclama su amor a voz en grito, las mañana de domingo; desde Septiembre hasta Julio, pues todos tienen vacaciones.
Sonríe, mientras funde sus dedos en las teclas de ese extraño instrumento -mezcla de piano y algo así como una gaita surrealista-, con ese peculiar sonido, tan afrancesado y bohemio. Y mientras sonríe, su alegre música se despliega en un lento baile por Eloy Gonzalo. Es algo precioso de ver, sobre todo si el tiempo acompaña y el estado de ánimo hace lo propio.
Ay, ay, ay, ay, canta y no llores; se desprende de su cuerpo -pues éste lo forma la fusión de ambos-, mientras el hace lo que la canción indica. No canta, pero sonríe, una de las mayores virtudes que puede ostentar el ser humano. Así, alegra las mañanas de domingo, de los que en un día como tal tienen que trabajar, o simplemente de aquellos que concurren la calle y tienen el impulso de parar a escucharle. Merece la pena.


L'accordionist, rue Mouffetard. 1951.
Autor: Robert Doisneau

La naranja mecánica, de Anthony Burgess

Para empezar, responderé a la pregunta que conlleva leer este tipo de libros (los que han inspirado alguna película). La respuesta es: me ha gustado mucho más el libro que la película, aunque me ha costado bastante más entenderlo, que lo que me costó el film de Kubrick.
La trama seguramente ya la sepáis, es conocidísima por todos. Alex y sus drugos -amigos- salen en la noche a hacer "trastadas" de adolescentes, en una sociedad que se ha convertido en un nido de corrupción y ultraviolencia, sobre todo cuando el sol cae y la oscuridad se manifiesta. A partir de entonces, una serie de sucesos darán la vuelta a la vida de este nadsat -adolescente-, que verá como su vida da un giro inesperado en poco tiempo.
El libro de Burgess está dividido en tres partes, a su vez subdividas en siete capítulos cada una; excepto algunas ediciones norteamericanas, que eliminan el último capítulo del libro, al igual que en la película de Stanley Kubrick. La temática de cada división está perfectamente delimitada por éstas, por lo que resultaría fácil resumir en una frase el contenido bruto de cada una.
Lo extraño y atípico de esta novela radica en el lenguaje utilizado por Alex y sus drugos: el lenguaje nadsat o jerga de la chiquillería. Pese a que la novela incluye un glosario de terminos, una especie de diccionario conversor nadsat-español; la lectura del libro acaba convirtiendo, además de en eso; en un curso intensivo de nadsat, que por cierto es un idioma rarísimo, que mezcla términos de orígen gitano, rusos, etcétera.
En definitiva, aunque al principio resulte una lectura extraña -sobre todo si has visto la película antes-, al final merece la pena leerla, sobre todo por el final, enormemente distinto al de la película, y personalmente, pienso que mucho mejor. Si tenéis oportunidad, y ganas, leedla y me contáis.

jueves, 16 de octubre de 2008

Uno de tantos fabulosos destinos

El dieciseis de octubre de dos mil ocho a las ocho horas, catorce minutos y 39 segundos; un chico habla por el teléfono móvil con quien parece un amigo: hablan sobre una hora y un lugar donde encontrarse. Mientras, a su lado, una mujer lee una novela que parece interesante. Me gusta la gente que lee. A unos quince kilómetros de allí, un chico llamado Óscar recibe su primera clase de una nueva asignatura. No parece interesarle mucho: preferiría estar caminando por la calle más bohemia de su ciudad, sin ninguna preocupación.
Una chica está sentada en las escaleras que suben hacia el parque. Llora -por su amor perdido- y está sola. El mundo parece quedarle grande, enorme; tanto que se siente insignificante. Mientras tanto, un chico de, aproximadamente, su edad; mira la ciudad a través de la ventana de un tren. Sus miradas se cruzan, él sonríe y decide, en ese momento, que se apeará del tren en la siguiente parada, que no es la suya.
A su vera, alguien escribe en un papel cualquier historia, quizás esta misma. Más allá de la ciudad de destino del expreso en el que viaja, alguien espera la aparición de un amigo. Tres niños juegan al escóndite en el parque, alrededor de una fuente; mientras un mendigo los observa sonriente -por muy mal que se halle una persona, un niño tiene la potestad de robar siempre una sonrisa- y con algo de envidia en su mirada. Cada cual sigue con su historia.
Por lo restante, todo marcha al corriente. Es ya de noche, la temperatura es cálida y agradable, aunque parece que va a llover -huele a humedad-; la contaminación es alta y la presión atmosférica estable.

Escrito en el tren de vuelta a Coslada, a Jueves 16 de Octubre de 2008, a las 20:31.

martes, 14 de octubre de 2008

Perfecta simbiosis entre literatura y música

En el tren, casi siempre viajaba sentado, con un libro entre las manos, cualquiera que estés imaginando; y a menudo, con unos cascos en los oídos. Así creaba su pequeña burbuja, dentro de la cual volaba por parajes insólitos, entre letras, versos, metáforas...
Acompasaba su viaje con acordes de piano, lentos y melancólicos, o alegres y rítmicos; según lo que le sugiriesen las páginas desgastadas de sus libros. Siempre que ponía música era para leer poesía. Para perderse entre encabalgamientos e hipérboles, entre aliteraciones y personificaciones; que se acoplan a los compases que acompañan.
Aquella extraña mezcla -similar al amor más puro- entre música y poesía le elevaba, recostado en su frágil burbuja de papel de libro antiguo. Sin levantar la vista practicamente, mientras resuena la melodía de El piano de Nyman, un poeta revela sus secretos e intimidades en poco más de 100 páginas. Acorde, palabra, palabra, acorde; y el chico vive enamorado de cientos de poetas y de miles de dramaturgos y, por consiguiente, de sus obras. Rodeado de gente, siente la soledad más amable; la de aquel que se evade de una realidad perra y fría a través de la palabra de quienes, antaño, quisieron plasmar su sentir y dejar un legado en este mundo de paso.
Continúa, cada día alguna lectura distinta, otra canción distinta. Miguel Hernández, Juan Ramón Jimenez, Ángel González, Rafael Albertí: las estaciones deberían llamarse así. Una estación, un poeta. De repente, algo le saca de su ensimismamiento: un aviso le recuerda que su parada es la siguiente. Mañana continuará su viaje.

sábado, 11 de octubre de 2008

Algo estúpido

Las fotografías habían caído al suelo y yacían como esperando a que alguien se tropezase con ellas. No eran fotografías de tamaño grande, ni de motivos artísticos. Eran fotografías de carnet, de un chico joven, normal, de aspecto sano, que probablemente habrían caído de la cartera de alguno de tantos jóvenes que transitaban el edificio en hora punta.
Multitud de pasos las saltaban, y a pesar de la dificultad que esto conllevaba, seguían manteniendose limpias, es decir: sin restos de ninguna pisada. Tras unos minutos, una chica se dio cuenta de algo atípico en el suelo y se agachó a ver qué era. Iba con un par de amigas, pero no quiso decir nada. Sin pensarlo en exceso, metió su mano en el bolsillo y depositó allí las fotografías, con sumo cuidado de que no se rompiesen, y sin saber muy bien qué hacía. Aquel momento había resuelto plenamente las dudas que había mantenido hasta hacía unos momentos.
El sentido de sus sentimientos quedó claro entonces, y concretó que trataría de encontrar al joven del retrato. Tal vez para devolverle sus fotos, tal vez porque había experimentado aquello que llaman mariposas en el estomago al verle encuadrado en ese pequeño trozo de papel de foto.
En los días siguientes sólo trató de buscarle, dejando a un lado otro tipo de preocupaciones; y su situación se convirtió en una especie de amor bohemio-romántico. Pero sus días habían adquirido un sentido, que era lo que necesitaba, y el simple hecho de esperar su encuentro le hacía cabalar miles de posibilidades.

Cierto es que al pensar lo que estaba haciendo se sentía profundamente estúpida, pero el momento en que le encontrase merecería la pena. Y como dice la canción:

But then I think I'll wait
until the evening gets late,
and I'm alone with you.

Y continúa:


By saying something stupid,
like 'I love you'.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Pequeño ensayo sobre la felicidad

Los elementos que componen la fórmula de la felicidad son variopintos, y los esenciales están constituidos, generalmente, por cosas que aparentemente son ínfimas. El mundo de los pequeños detalles. Así, por muy rico que se considere uno -sea cual sea la moneda en la que hablemos-; encuentra la felicidad en pequeñas situaciones de la vida.
Esto puede querer decir muchas cosas -la mayoría de veces no sé a dónde me llevará la senda que tomo al escribir-, pero no me pueden negar que sea cierto. De esta manera una persona encuentra la felicidad en acciones tan simples, y a su vez necesarias, como ayudar a una persona, sujetar la puerta en el metro y que te correspondan con una sonrisa y un "gracias", o una visita inesperada en una tarde de otoño, entre otras.
Solamente se trata de buscarla; de no cerrarse y no querer mirar, para no encontrarla. Se suele dejar ver, no se esconde. Cuando la gente la encuentra, está más radiante, más guapa, y sus ojos adquieren un brillo especial, encantador. Me gusta advertir la felicidad en los ojos de la gente. Otro pequeño detalle, que hace grande la vida. Y es que, como dice Antonio Gala: la felicidad consiste en darse cuenta de que nada es demasiado importante. Serán las pequeñas cosas...

lunes, 6 de octubre de 2008

Si esto es un hombre, de Primo Levi

Gracias a una buena recomendación empecé a leer este libro. Al principio, si te agarras únicamente por el tema del libro, lo más probable es que pienses que será otro más sobre el periodo nazi y sus consecuencias. Pero tan sólo con leer la primera página, el primer parrafo, comprobarás que no es así.
Si esto es un hombre va mucho más allá de eso. Primo Levi se limita a contar sus experiencias vividas en un campo de exterminio durante los últimos años de la II Guerra Mundial. Pero no se cierra solamente a los hechos, sino que lo que escribe es una especie de reflexión moral sobre la humanidad, la infamia de ésta y sus posibles porqués. Esta reflexión es lo que hace de este testimonio uno de los más estremecedores de todo cuanto se ha escrito sobre esta temática.
Una novela, que con la impresión de no llegar a enganchar totalmente al lector en tramas inesperadas y nudos imposibles; arranca un grito profundo de las gargantas de los lectores que puedan disfrutarlo, y todo ello sin apenas levantar la voz, sin apenas críticas. Levi cuenta los horrores de aquel periodo de la forma más natural del mundo, dejando escenas en la retina de los lectores realmente desoladoras; lo que hace la novela mucho más rotunda y dura.
Cuando creía haber leído suficientes testimonios sobre el tema (revistas, periódicos, libros...) llegó a mis manos esta obra, y cambió mi perspectiva, radicalmente.

sábado, 4 de octubre de 2008

Quehaceres pretéritos

Anoche me dio por pensar un rato antes de dormir, no sé si tal vez para cansarme completamente antes del letargo. No sabría decir cuántos pensamientos volaron por mi cabeza en aquellos breves minutos. A pesar de esta lluvia de ideas -tan solicitadas actualmente para todo- hubo un pensamiento en concreto que me rondó más tiempo que el resto.
La cuestión podría estar interconectada con el eterno "siempre echas en falta las cosas cuando las pierdes"; tópico de gran veracidad, por otra parte. En fin, el caso es que reflexioné sobre lo profundamente atípicas que resultan las formas de actuar y de sentir de los seres humanos. Un ser humano que no da muestras de debilidad puede pasar a ser el más débil en una relación sentimental, por ejemplo, dando su brazo a torcer tanto como nunca pensó que pudiese hacer.
Pondré un ejemplo de esta profunda sinrazón de la que hablaba. Una pareja decide cortar con su aventura, las cosas acaban mal, y cada uno acaba siguiendo su curso, independientemente de la otra persona. El amor parece quedar ya lejos, y ahora florecen sentimientos que nunca pensaron que surgieran entre ambos. Pasa el tiempo, todo se enfría y ahora estos dos antiguos amantes han cambiado tanto que son dos personas distintas completamente.
En la calle cruzan sus miradas cuando se encuentran y ya no se percibe rencor ni malos pensamientos en ellas. Una buena tarde, por algún azar extraño, vuelven a coincidir. Hablan, recuerdan buenos momentos -sin comentarlos entre ellos- y deciden volver a empezar una relación, esta vez de amistad. Con el paso del tiempo todo marcha bien y se convierten en buenos amigos.
Aquí es donde radica lo caprichoso -por denominarlo de alguna forma- de esta historia. Una noche, pensando antes de dormir, el chico enumera las cosas que le hubieran gustado hacer. Una de las primeras cosas que le vienen a la mente es el simple hecho de darle un abrazo a su antigua novia; algo que no tuvo lugar gracias al resquemor que causó la ruptura entre ellos. Tal vez ahora sea el momento idóneo, piensa. Y la pregunta es: ¿llegará algún día ese abrazo ahora que son amigos? ¿Podrá así realizar una de esas pequeñas cosas que dejó sin hacer en el pasado? El ser humano es profundamente irracional, profundamente estúpido.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Personificación de Octubre

Ahí llegas con el viento bajo el brazo. Con tu penetrante mirada, la cual a veces cuesta adivinar, como si tras unos cristales ahumados se encontrase. Tu silueta se encarna tras un humo blanco, misterioso; como si de una escena de un thriller psicológico se tratase. Misterio: eso es lo que me sugieres, querido y leal compañero.
Tu voz es tan cortante, a veces, que hasta las propias hojas, ya amarillentas, caen al advertir tu llegada parsimoniosa. Evitan, de esta sutil forma, que el hilo que nace de tu garganta en proceso de congelación produzca un fugaz rozamiento con su pequeño tallo -como el hilo con el que sesgan la vida las parcas, ejecutoras infalibles del destino- y les haga desvanecerse, caer.
Traes novedades con tu paso -el año debería empezar contigo- y te vas con los fantasmas y los difuntos, cuando expira tu periodo anual de treinta y un días; a paso lento, pero rítmico. Dejas paso a otra persona de carácter semejante al tuyo, aunque con instintos más meláncolicos. Además de todo esto, tus lunes son más especiales que el resto, incluso tienes a quien canta por ellos. Ya por eso merecen una mención honorífica.
Yo te seguiré haciendo preguntas, quizás sin esperar que soluciones mis inquietudes: ya sé que eres de pocas palabras, viejo amigo. Sin embargo, creo que me arriesgaré a continuar cuestionándote algunas de mis dudas, aunque sólo sea para verme reflejado en el brillo latente de tus pupilas grisáceas, Octubre. Aunque sólo sea por encontrar en tu atención aquel lago en el que Narciso se encontraba cada día a si mismo, como yo ahora encuentro un atisbo del invierno en la profundidad de tus madrugadas apáticas, Octubre.