La historia que me dispongo a contaros dista de lo mágico y onírico. Es una historia normal, del día a día; quizás en ello radique su especial belleza, pues para mi sin duda que la tiene. Esto ocurría -y no sé si seguirá pasando- en el estadio de fútbol del barrio de Vallecas. Un padre cada domingo va a ver el partido, junto a su hijo; un joven de entre 20 y 30 años. Hasta aquí todo es normal, típico incluso.
Lo extraño radica en que el padre es ciego, pero su pasión por el fútbol le hace seguir yendo al estadio cada semana. Su pasión, y además, el amor de su hijo por él. Tras sentarse y dar comienzo el encuentro, el hijo comienza a hablarle al padre como si trabajase para la radio, le hace crearse una imagen de lo que pasa en el piso de hierba, en definitiva, le radia el encuentro.
La lleva por la banda Michel, se la ha pasado a Ruben al centro, se la ha robado el defensa... Gracias a su hijo, el ciego se crea, en su cabeza, su propia imagen del partido. Cogido del brazo de su hijo, sonríe e incluso grita alentando a sus jugadores, pues siempre sabe lo que pasa en el estadio, como si sus ojos se lo denotasen. El balón está en la banda, la lleva Albiol, ha centrado al area, va a rematar Perera... En el momento en que su equipo mete un gol, se desata la alegría. Se abraza a su hijo, en seña de agradecimiento, sin él no podría acudir al campo cada fin de semana.
El arbitro pita el final, su hijo termina la particular retransmisión. Gane o pierda, su querido padre le abraza, y casi como si de un ritual se tratase, le da las gracias de nuevo. Ahora el camino a casa, charlaran sobre el partido, agarrado siempre al brazo de su chaval, a modo de guía.
Lo extraño radica en que el padre es ciego, pero su pasión por el fútbol le hace seguir yendo al estadio cada semana. Su pasión, y además, el amor de su hijo por él. Tras sentarse y dar comienzo el encuentro, el hijo comienza a hablarle al padre como si trabajase para la radio, le hace crearse una imagen de lo que pasa en el piso de hierba, en definitiva, le radia el encuentro.
La lleva por la banda Michel, se la ha pasado a Ruben al centro, se la ha robado el defensa... Gracias a su hijo, el ciego se crea, en su cabeza, su propia imagen del partido. Cogido del brazo de su hijo, sonríe e incluso grita alentando a sus jugadores, pues siempre sabe lo que pasa en el estadio, como si sus ojos se lo denotasen. El balón está en la banda, la lleva Albiol, ha centrado al area, va a rematar Perera... En el momento en que su equipo mete un gol, se desata la alegría. Se abraza a su hijo, en seña de agradecimiento, sin él no podría acudir al campo cada fin de semana.
El arbitro pita el final, su hijo termina la particular retransmisión. Gane o pierda, su querido padre le abraza, y casi como si de un ritual se tratase, le da las gracias de nuevo. Ahora el camino a casa, charlaran sobre el partido, agarrado siempre al brazo de su chaval, a modo de guía.
5 comentarios:
Precioso tío. Casi "lloro" de lo bonito de la historia...he dicho casi.
Ya en serio me ha emocionado. Gracias por compartir esa historia.
UN abrazo
Me gusta.
Me gusta la idea de la retransmisión como si fuese por la radio...imagino al ciego entre la multitud...vibrando mucho o más que otros.
A veces creo que no falta tener vista para ver las cosas bien.Solo basta con sentirlas.
Muy tierno.
Felicidades
Conmovedor.
PD: La palabra para verificar parece darme la razón: "WEENA".
XD
Un abrazo.
Apoyo a Pablo. A mi casi se me activan los lagrimales.
Gracias a tu cuento sentiré la vibración del campo mucho más fuerte.
Un besito.
Pablo: La historia lo merece amigo. Gracias a ti por pasar y comentar. Un abrazo.
Uxia: Yo también pensé eso cuando mi padre me contó esta historia. Seguramente él lo sintiese de forma más pura que los que lo veían. Gracias.
Leteo: Curiosa coincidencia, me hiciste reir. XD Un abrazo.
Serly: Me alegro de ello pues. Gracias por pasar y comentar. :) Un besazo.
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