Corría el año 1937 cuando decidió alistarse voluntario. Para muchos aquello no tenía nada que ver con él; pero su sentir iba más allá de eso, y marchó desde Canadá a España: a la primera linea de fuego, junto a las Brigadas Internacionales. No tuvo valor para decirle a su madre que se iba a luchar, y la contó que iba a tomarse unas vacaciones. Su padre se llenó de orgullo al saberlo. Se abrazaron y marchó sin mirar hacia atrás.
Cuando terminó la guerra, volvió a su trabajo como marinero. Los horrores de la guerra habían hecho mella en su moral, pero debía continuar su vida. Diez años después de alistarse como brigadista, el destino quiso que su barco hiciese una escala de una noche en Barcelona. Tomó en consideración bajar y dar un paseo antes de cenar. Caminó por las calles, admirando la gran ciudad de Gaudí; hasta que de pronto quedó paralizado mirando a un limpiabotas, que trabajaba en la calle. Se sentó en su taburete, y cuando se miraron a la cara, ambos se reconocieron al instante. ¡Era su antiguo oficial! No podían gritar, ni decir nada. Así, el antiguo oficial le paso a escondidas un papel, en el que se encontraban escritas, con una letra que vibraba por los nervios, unas señas.
Cuando el canadiense llegó al lugar que le marcaba el arrugado papel, descubrió a 10 antiguos brigadistas, que habían combatido junto a él; que le esperaban ansiosos de abrazarle. No cabía en sí de emoción, y aún 70 años después, no podía evitar que sus lágrimas corriesen por las mejillas al recordar aquella noche; como le abrazaban y besaban sus amigos brigadistas.
Este texto está inspirado en el artículo "Una guerra no tan lejana de Canadá", publicado en El País el 27 de julio de 2008.
Cuando terminó la guerra, volvió a su trabajo como marinero. Los horrores de la guerra habían hecho mella en su moral, pero debía continuar su vida. Diez años después de alistarse como brigadista, el destino quiso que su barco hiciese una escala de una noche en Barcelona. Tomó en consideración bajar y dar un paseo antes de cenar. Caminó por las calles, admirando la gran ciudad de Gaudí; hasta que de pronto quedó paralizado mirando a un limpiabotas, que trabajaba en la calle. Se sentó en su taburete, y cuando se miraron a la cara, ambos se reconocieron al instante. ¡Era su antiguo oficial! No podían gritar, ni decir nada. Así, el antiguo oficial le paso a escondidas un papel, en el que se encontraban escritas, con una letra que vibraba por los nervios, unas señas.
Cuando el canadiense llegó al lugar que le marcaba el arrugado papel, descubrió a 10 antiguos brigadistas, que habían combatido junto a él; que le esperaban ansiosos de abrazarle. No cabía en sí de emoción, y aún 70 años después, no podía evitar que sus lágrimas corriesen por las mejillas al recordar aquella noche; como le abrazaban y besaban sus amigos brigadistas.
Este texto está inspirado en el artículo "Una guerra no tan lejana de Canadá", publicado en El País el 27 de julio de 2008.
2 comentarios:
a veces me cuesta creer en las cuasualidades de la vida, por lo que siempre digo que es el destino el que hace que pasen cosas como estas.
un saludo
Puede ser lo que tú llamas destino, alomejor simplemente es que otros lo llaman casualidad, y aludís a lo mismo. Otro saludo. :) Como siempre: gracias por pasar y comentar.
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