El pintor estaba sentado delante de su lienzo, recien terminado. En ese momento su mirada estaba perdida, vagaba por el horizonte que mostraba su ventana. Pensaba, quizás en su patria. Ni siquiera él lo sabía. Su personalidad había quedado relegada a un segundo plano, desterrada a un infierno mucho más profundo que aquel que todos repelían. Para él, era indiferente entrar allí o no: no creía en ningún cielo. Después de ver tanto horror la idea de que pudiera encontrarse algún día en algo así como un paraiso, era para su mente, un mero engaño. La ventana deparaba un ambiente prebélico sin concretar. El artista no dejaba de mirar al horizonte, como si en un segundo del que nadie esperaba nada; apareciese la torre más alta de su tierra al fondo, al alcance de una mano que se estirase.
De repente un estruendo... dos funcionarios que hablaban en alemán, un idioma que siempre le había parecido de lo más horrible. Cerró con fuerza sus ojos, tratando de que así sus oídos también dejasen de escuchar, pero fue tarea imposible.
- Y esto... ¿lo has hecho tú?
- No, lo habéis hecho vosotros.
3 comentarios:
Muy bueno, sí señor. La verdad es que esta historia es tan escalofriante que se podrían escribir varios tomos en una futura Enciclopedia sobre la infamia.
Un abrazo compañero.
Acabo de encontrar tu blog.
Dura historia la primera que leo, pero me gusta...
Seguiré pasandome por aqui!
Un beso
¡Alucinante, tío!
Un abrazo. Nos vemos por la uni...
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