miércoles, 17 de diciembre de 2008

Los abuelos del parque

La mañana había entrado ya hacía rato. Era fría, de invierno, aunque el sol pegaba fuerte, de esas veces en las que si te sientas mucho tiempo expuesto a sus rayos, te arde la nuca. La situación era la siguiente: dos abuelos estaban sentados en un banco, mirando lo que parecía una pared en medio de un ajardinado espacio con carreteras poco transitadas. El silencio era espectral, el mundo parecía haber enmudecido de repente, seguramente por vergüenza de todo lo que sobre él ocurría.

- ¡Vaya sol ha despertado hoy!, ¿eh Heladio? – habló uno de los viejos.

- Ya le digo que si, Serafín, y que usted lo diga.

- ¿Hoy tenemos que ir a jugar nuestra partida, no? – volvió a preguntar Serafín.

Su eterno compañero de fatigas asintió sin más, disfrutando del repiqueteo de un pájaro que desmigaba un trozo de pan en la acera. ¡Cuánta tranquilidad! –pensó para sus adentros. A lo lejos se oyó el rugir de un motor, y ambos se pararon a escuchar. En poco menos de cinco minutos, un alargado vehículo negro pasó por delante de sus semblantes. Ambos se miraron sorprendidos. Por aquel parque no solían transitar muchos coches.

- ¡Qué silencio, amigo!. En Vallecas nunca había esta tranquilidad –comentó sin importancia Serafín.

- A todas horas coches… no se podía echar uno ni la siesta.

- Los domingos me gustaban, siempre iba a ver el Rayo con mi hijo y mis nietos. ¡Qué buenas tardes! Aún lo veo a veces -concluyó melancólico.

Algo le cortó en su última frase. Una señora que cargaba un ramo de flores rojas y blancas –parecían claveles- pasó a su lado, por lo que pareció sin percatarse de su presencia tranquila en el banco.

- Flores… -dijo Heladio, que continuó con el melancólico tono de su amigo-. Yo no tengo flores en casa. Nunca me gustaron mucho, ¿y tú?

- Yo tampoco. Ni yo, ni mis hijos somos muy de flores… aunque esas son bonitas -señaló las de la mujer.

La mujer depositó las flores, junto a una foto familiar, en un hueco que había en la pared hecho para ellas, junto a una inscripción fechada; y volvió a pasar por delante de los dos viejos, sin mirarles ni tan siquiera un instante. Se miraron alegres, sonriendo, esperando la partida del mediodía. Y es que, en aquel lugar, no tener flores no significa caer en el olvido -para nada-, pues para evitarlo están los textos o los propios recuerdos.

Para mi abuelo, y los abuelos de los demás, por Navidad.

4 comentarios:

S. Vigara dijo...

Juego con ventaja porque sabía donde estaban aquellos ancianos desde que leí un nombrey visualicé aquel extraño muro. Lo que has hecho se llama realismo mágico ¿lo sabías? es mi género preferido, y tú lo has bordado.

Un beso enorme.

Pablo Álvarez dijo...

Muy bueno, como ya te dije me emociono...el simple recuerdo de los abuelos
Un fuerte brazo

Laura Martín-Pérez González dijo...

Me encantan las imágenes que le has ido dando poco a poco en el texto.
Ya me ha dejado ver el corto. Mis felicitaciones a todos.
´Me recuerda bastante a un capítulo de un cómic d Astérix y Obélix en el que también van en busca de una sala que no parece existir.
Más allá de la idea genial del corto,me ha gustado los carteles que se ven mientras van en buscan del aula, como los de Plan Bolonia y escuela pública, y el café amargo que nos brindan esas máquinas.
Y la música es excelente...
Enhorabuena.

Jesús V.S. dijo...

Serly: No, no lo sabía. :) Otro beso enorme.

Pablo: Me alegra que pueda llegar a emocionarte. Para los tuyos entonces, también. Un abrazo enorme amigo.

Laura: Gracias por ambas partes de tu comentario. :D