
Este es el primer capítulo de la serie. En él, el chico mancha se tiene que enfrentar a una chica que controla a la gente con su mirada.
Si os ha gustado el primer capítulo, tenéis el resto en la página Tim Burton's Town. Disfrutadlo.
El primer paso, siempre es el más complicado de dar. El más indeciso. Sin embargo resulta el más reconfortante una vez que comienzas la andadura. Sabe a victoria, nada más. A sonrisas, momentos de alegría y despreocupación. Pero sin duda, a victoria, uno de los mejores sabores. Porque da igual ganar por un centímetro que por un kilómetro, ganar es ganar...
Estaba quejándose de que no conseguía hacer determinado trabajo para la escuela porque todo lo que empezaba a hacer terminaba completamente mal.
- Quizás estos fracasos te estén enseñando algo –dijo su padre. Pero ella insistía en que no; que ella había entrado por un camino equivocado, y ahora no había más remedio.
El padre la cogió de la mano y fueron hasta la sala donde la abuela acostumbraba a ver la televisión. Allí había un gran reloj de pie, antiguo, que estaba parado desde hacía muchos años por falta de piezas.
- No existe nada completamente errado en el mundo, hija mía –dijo el padre, mirando el reloj-. Hasta un reloj parado consigue estar acertado dos veces al día.
Mírame. Perdido en un mar de claro tono. En el que no encuentro una isla donde descansar. Sin embargo, extrañamente me encuentro más y más cómodo navegando. Obstáculos vienen, los salto, contigo. Las olas son divertidas, como tus historias. Sigue subida en esa barca y vuélveme a mirar, pues el reflejo de tus ojos es el mar que estoy surcando.
El barquero se dispone al ritual. El Aqueronte turbio espera para, en la otra orilla, terminar en el descanso y el reposo de saber que todo lo que se deja atrás ha merecido la pena. Dos óbolos como moneda de cambio por el paso a la otra ribera. Cientos de ramas de oro que, invisibles a los ojos de todos, guían al barquero en su camino y le condicionan a hacerlo con esmero. Ve tranquilo, lo que dejas aquí sólo (y es muchisimo) es amor y un poso indescifrable de un sentimiento de dulzura y sosiego en tu marcha. El último beso será cada uno de los que me disté; y la anecdota que recordaré: cada uno de los momentos que pasamos juntos. Ve tranquilo, sin preocuparte de más y reunete con quien tu alma estime que debe hacerlo. De los demás, no has de preocuparte; yo lo haré y los cuidaré por ti, lo juro.
Hoy no es día de llantos, sino de bonitos recuerdos.
Por ti, abuelo...
Se acabaron. Se comió la última golosina, saboreándola hasta el último resquicio que quedó de ella. Ahora le quedaba un largo día por delante, y no tenía ni una sola más. Le encantaba el contraste de colores que producían estas en su bolsa transparente. Adoraba tener siempre algunas en su bolsillo para cuando tuviera un momento de respiro. Salió a la calle. "Encontraré un dispensador" -pensó-, mientras se encendía un pitillo, y emprendió su camino en busca de la felicidad, y de esas pequeñas golosinas.
Diferentes. Iguales. Todo son calificativos. Vivimos en el mundo de los calificativos. Piensa, ¿para qué sirven los calificativos? Para separar, según lo que cada uno desee, pero para separar, nada más. Desde los tiempos de guardería, te tratan de enseñar que todos somos iguales, que no existen dichos calificativos, pero ni ellos se lo creen, y discriminan de una manera u otra. En todo tipo de situaciones, nos intentan hacer ver que somos iguales, en algunos casos lo consiguen, en otros no...Por la calle aún suenan, a veces, gritos en contra de determinado tipo de gente, como por ejemplo, la de color.
Entonces, es cuando siento un extraño orgullo de ser, por una infima parte de mi, igual que esos que gritan; pero en la otra gran parte, diferente...
Solo pido a esa parte del mundo que insulta o discrimina que lean...entenderán que no existe el diferente...
El último bocado a la vida. Así lo sintió cuando en la noche gélida le dijo adios y se marchó, mientras él mordía su verde manzana ácida. Esas a las que llaman "dulces princesas". Curiosamente, esa noche ella vestía de verde... Pocas horas después, estaría delante de la pantalla de su ordenador escribiendo algún desatinado texto, que sólo a ojos de unos pocos, sería algo más que un parrafo lleno de palabras sin sentido.
Tras pasar años leyendo artículos y libros, sentía ser más inteligente y cultivado; aunque ciertamente, nunca le parecía suficiente, siempre quería saber más. Seguía pasando horas enteras sentado en su escritorio, con un libro entre las manos, y una taza de café humeante, soportando el frío ambiente de sus tardes solitarias. Para él, aquello era un placer especial. Disfrutaba de aquello con lo que poder mantener una conversación con sus compañeros en aquel club llamado "Els Quatre Gats"...