jueves, 24 de septiembre de 2009

La dócil expiración del presente

Cada día morimos un poco. Cada paso de peatones por el que cruzamos, cada cucharada de azúcar que vertimos a nuestro café, cada instantánea que tomamos con nuestra cámara; es una muestra de que ella nos está ganando la partida con jugadas encubiertas, que casi hacen que nos olvidemos de que ronda por ahí.

Los días pasan, y en el cómputo global, siempre la noche acaba abatiendo las horas de luz. Es la ley tácita. Hay que saber vivir con lo que se tiene y ser feliz, porque, al final, cualquiera enfila el camino hacia el destino común. Es eso lo que nos hace emocionarnos con las pequeñas cosas, lo que nos lleva a levantarnos pensando en el lujo que es saber que tienes a tu mejor amigo a la distancia de tan sólo una puerta, o nos conduce a entrar a una tienda de golosinas para pedir un caramelo con el sabor de sus labios. Porque eso también es felicidad. Y ser feliz es aprovechar bien el tiempo y todo lo que él nos depara.

Somos el tiempo que nos queda. Y el camino que se nos alarga a cada momento delante de nuestros ojos incrédulos. Hace poco escuchaba que la felicidad es el propio camino, que no existe ninguna meta para con esta causa. Por eso es harto importante saber leer las miradas, los gestos, saber interpretar una leve caricia sobre nuestra mano. Porque todo eso termina por pasar y no nos queda nada, acaso el vago recuerdo de haberlo disfrutado por unos instantes.

Mi padre siempre abogaba por saber detenerse en el momento idóneo, por nunca dejarse llevar por esa prisa que ahoga las inertes vidas de los que nos rodean. Por eso ahora acostumbro a detenerme a observar cómo juegan varios niños, cuya vida queda casi al completo por delante, a mirar al cielo y buscar una sonrisa cómplice que sé que en un momento u otro llegará. O simplemente me detengo a contemplar cómo la chica a la que espero viene hacia el lugar donde estoy sentado, su vaivén al andar, y cómo una sonrisa va apareciendo en su cara según va acercándose a mi posición. Pues eso también es ser feliz. De verdad.

Mejor es no confiar en Mañana. De cualquier manera es imposible conocer si éste llegará. Al fin y al cabo, dejamos de vivir todos los días durante unas horas, las cuales no es posible predecir si se convertirán en eternidades. Y llegará un momento en el que a la hora de volver a renacer nos hagan leer una inscripción que rece: No hay mañana.

martes, 15 de septiembre de 2009

¿Para qué quiero despertar?

¿Y despertar para qué? ¿Para descubrir que todo era un sueño? ¿Cómo reconocer si el paseo con aquella chica era real o una mentira producida por la fase REM de cada noche? Si al fin y al cabo nadie tiene conciencia de si mismo mientras está dormido. Ni tan siquiera sabemos si mientras dormimos el mundo sigue estando ahí. Es improbable. Nuestro cuerpo puede desvanecerse cada noche mientras creemos que está abatido sobre la cama.

Sin embargo, ese día él tuvo que despertar. El repicar del parpadeo de sus ojos en medio del silencio le hizo saltar de la cama para descubrir que no dormía con alguien, como hubiera sido capaz de asegurar hacía unos segundos. Todavía sentía el calor de la mano de aquella chica sobre la suya. ¿Pero quién era? Hasta hacía un momento había sido su novia, pero realmente ya no la conocía. Pese a haberse levantado pensando en ella.

¿Y si fuera verdad lo que ella le había dicho y todo hubiese sido un sueño, producto de su fantasía? Se asomó a la ventana de su cuarto, pero ni lo que encontró debajo de ella era lo que estaba acostumbrado a encontrar cada madrugada. Además afuera diluviaba de manera extraña. Nunca había visto aquel adoquinado ahí abajo; siempre había estado el cruce de carreteras en el que a menudo colisionaban vehículos.

Empezó a aflorar una partida de nervios por su cuerpo, y una angustia que no recordaba de otras ocasiones le invadió las entrañas hasta el punto de querer gritar e incluso llorar de manera estrepitosa. ¿Y si aquella chica con la que había paseado en una noche fresca de verano fuese invención de un original azar de sueños? ¿Y si cada noche de su verdadera vida conformase una existencia por si misma?

Podría ser realidad: cada noche la muerte nos acuna durante unas cuantas horas en su regazo, cuidando de quien sabe formará en sus filas tarde o temprano. Cerramos los ojos, y con eso morimos, sin más, para después volver a entrar en el sendero de la vida. Hasta que las parcas reciben la orden de efectuar su cometido.

Volvió a acostarse, esperando que todo hubiese sido una fútil pesadilla. ¿Y si alguna vez despertases y descubrieses que todo ha sido falso?

Por si acaso, mientras, abrázame.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja.

Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y nuestros ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua.

Rayuela, capítulo 7. Julio Cortázar.

Le baiser. Man Ray.