Sin bandera izada, más que la de negro fondo y tibias huesudas. La inmensidad que siempre quise como mi hogar me ampara mientras navego hacia uno de los enclaves seguros, controlados por la piratería. Guardados los cañones, aunque siempre dispuestos a someterlos a todos, la jornada es apacible entre cantos y botellas.
Cuatro años de batalla defendiendo tu puerto de mar, para que la flota militar me lo arrebatase. No, eso no podía quedar así. Ahora vuelve a ser puerto pirata, oh comodoro; y no cambiaría esa bandera por nada en este mundo, así que guárdate esa patente. Nací bucanero, mi padre lo era, y si quiere vencerme tendrá que ser en digna beligerancia, no como socio. Tengo alma de océano.
Las olas provocan un ligero zarandeo en la cubierta de mi barco. El Belem surca las crestas alzando su estatua de proa -donde coronaba la bandera portuguesa antes que la pirata- hacia las nubes grises que amenazan tormenta y se funden con el grito atemperado de aquella mujer. En las aguas lusas aún la andan buscando, a ella y al Belem.
No hay mejor estatua para un navío que su imagen. Caroline… Su reticencia y recelo se convirtieron en pasión por el mar y la vida pirata. También ayudó a eso el problema con su padre, el gobernador. A veces canta y todos escuchan, es como si el oleaje se detuviese, y el reflejo de la luna en las aguas internacionales –nuestras- dejase de invocarnos, para detenerse y deleitarse con su tímido chorro de voz.
Sólo cambiaría la bandera de las tibias y la calavera por un único estandarte: los bucles rizados de su pelo largo. Una especie de Ariadna en proa. El mar nos envuelve. El Belem navega sin compañía. El timonel canta: “Y si el barco está escorado, y si el barco está escorado, y si el barco está escorado... ¡Todos a estribor!” Algunos se contagian. Caroline está sentada al lado de la estatua de la diosa, encima del palo mayor. Mira al mar con aire melancólico. Se asemeja a la efigie. Me separan de ella un cañón y doce metros de eslora. Una nueva canción, oigo su hilillo de voz, que asciende sin que vuelva la vista. Creo que también la luna se ha hermanado a nuestro coro. “…oh, oh, al agua con él. Sólo un par de pasitos lo alejan del fin, oh, oh, al agua con él”.
Cuatro años de batalla defendiendo tu puerto de mar, para que la flota militar me lo arrebatase. No, eso no podía quedar así. Ahora vuelve a ser puerto pirata, oh comodoro; y no cambiaría esa bandera por nada en este mundo, así que guárdate esa patente. Nací bucanero, mi padre lo era, y si quiere vencerme tendrá que ser en digna beligerancia, no como socio. Tengo alma de océano.
Las olas provocan un ligero zarandeo en la cubierta de mi barco. El Belem surca las crestas alzando su estatua de proa -donde coronaba la bandera portuguesa antes que la pirata- hacia las nubes grises que amenazan tormenta y se funden con el grito atemperado de aquella mujer. En las aguas lusas aún la andan buscando, a ella y al Belem.
No hay mejor estatua para un navío que su imagen. Caroline… Su reticencia y recelo se convirtieron en pasión por el mar y la vida pirata. También ayudó a eso el problema con su padre, el gobernador. A veces canta y todos escuchan, es como si el oleaje se detuviese, y el reflejo de la luna en las aguas internacionales –nuestras- dejase de invocarnos, para detenerse y deleitarse con su tímido chorro de voz.
Sólo cambiaría la bandera de las tibias y la calavera por un único estandarte: los bucles rizados de su pelo largo. Una especie de Ariadna en proa. El mar nos envuelve. El Belem navega sin compañía. El timonel canta: “Y si el barco está escorado, y si el barco está escorado, y si el barco está escorado... ¡Todos a estribor!” Algunos se contagian. Caroline está sentada al lado de la estatua de la diosa, encima del palo mayor. Mira al mar con aire melancólico. Se asemeja a la efigie. Me separan de ella un cañón y doce metros de eslora. Una nueva canción, oigo su hilillo de voz, que asciende sin que vuelva la vista. Creo que también la luna se ha hermanado a nuestro coro. “…oh, oh, al agua con él. Sólo un par de pasitos lo alejan del fin, oh, oh, al agua con él”.
2 comentarios:
Con diez cañones por banda,
viento en popa, a toda vela,
no corta el mar sino vuela
un velero bergantín.
Me gusta el texto, pero los piratas dan algo de miedo.
Un beso!
Los piratas son grandes. =) Un beso.
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