lunes, 13 de septiembre de 2010

Contiendas

Todo el que hace la guerra tiene algún motivo. Llámame loco si es lo que piensas, pero leyendo Cien años de soledad, he caído en la cuenta de que nadie lucha por el mero hecho de luchar. Todos tienen una razón oculta, y no me refiero a razones materialistas. Debajo de esto, más profundamente, existen motivos personales.

Tomando un espectro más amplio de definición, y si me permiten añadir, siendo un poco ventajista, habrá quien argumente el clásico: “la vida es una guerra”, o alguna cosa parecida. Muy fácil desde mi punto de vista, aunque probablemente cierto.

Nadie pensaría hace un par de siglos que a nuestras alturas aún andaríamos desperdiciando el tiempo en matarnos los unos a los otros. Pero lo cierto es que las guerras están a la orden del día, tristemente. Y lo peor de eso es que, con tal asimilación del concepto como algo natural, muchas veces somos nosotros mismos los que optamos por tomarnos cualquier cosa como una guerra.

Batallar, luchar, desgastarse, para no llegar a ninguna meta. Simplemente porque creemos que tenemos una razón para creernos superiores. Sin embargo, la razón en la mente de cada combatiente suena creíble y muy lógica. Creo que la razón más evidente para hacer la guerra es el miedo de perder lo que hemos conseguido. Y pérdido entre las calles de Macondo me doy cuenta de que para muchos de los personajes es idéntico el pensamiento.

Aunque no todo es miedo. El ser humano tiene el comportamiento, entendible desde lo más irracional de la mente, de marcar y proteger lo que considera suyo. Para algunas cosas aún seguimos siendo muy salvajes. De esta manera, seguimos considerando como nuestro lo que más cercano tenemos: la familia, la pareja, los amigos… Y ante cualquier amenaza externa nos ponemos en pie de guerra. Me lo enseñó uno de tantos Aurelianos.

Me suele ocurrir cuando leo a algún escritor del que me gusta su forma de contar historias que pienso que nunca llegaré a escribir como me gustaría. Supongo que en el caso de García Márquez, él ve la vida desde los ojos de la sabiduría y de la mayoría de edad dejada atrás hace mucho tiempo. Pero ese pensamiento sobre la escritura se convierte a menudo en mi guerra interna.

Mientras tanto, ya hace más de cien años de la última carta. Y el coronel aún no tiene quien le escriba.

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