miércoles, 25 de marzo de 2009

Habanera

Desde hace años ya no vive donde quisiera morir. Un nuevo régimen la obligó a huir del país que le vio nacer. Los sistemas que son absurdos tienden a esta práctica. Así, después de transcurrido un tiempo, ya sabe, de sobra, que su última voluntad no va a ser llevada a cabo. Morirá en España, ese país que nunca ha considerado como el suyo –aunque parte de su descendencia es de aquí-, mientras que las calles lóbregas de La Habana aguardan para recoger su último aliento.
“Hoy miro a través de ti,
las calles de mi Habana”.

¡Qué triste destino! Sólo tener un único deseo que cumplir, antes de irte, y no poder verlo consumado. Tan sólo anhelar sucumbir en tu país, rodeado de los tuyos, y que se haya tornado imposible, por haber salido de allí tiempo atrás, quién sabe con qué propósito.
Elizabeth, su nieta, es mulata –lo que se dice el mejor legado español en la isla-, muy guapa; y sufre en silencio por su abuela. Llegó muy pequeña aquí, desde Miami. Ya ni siquiera recuerda el Malecón, ni la plaza de la Revolución, ni las angostas arterias deslucidas de su ciudad; sólo la casa de su abuela, cerca del mar, y destellos de un éxodo en una pequeña lancha, hasta Miami, su nueva tierra prometida.
Una noche, ya en Madrid, mientras todos se divertían en una fiesta, en el apartamento de su abuela, en el extrarradio de Madrid; ésta le dijo: “Llévame a casa, mija, llévame a mi casa”. En aquel instante pensó que había llegado la hora en que su abuela había perdido la lucidez. Más tarde –no mucho más- cayó en la cuenta de que no era así, y calló, dejando escapar, incluso, alguna lágrima amarga, nostálgica de una tierra que casi no pudo saborear.

“Tu tristeza y tu dolor,
reflejan sus fachadas”.

Al día siguiente, para que no se le olvidase –aunque sabía que eso iba a ser plenamente imposible-, madrugó y salió rauda a la calle. Corrió al centro, y se grabó, en su piel coloreada con grano de café puro, a la altura del abdomen, en el lado derecho de su ombligo, y en letra pequeña pero visible: “Yo soy habanera”. Y decidió que, fuese como fuere, moriría en Cuba.

“es tu alma y soledad la voz,
la voz de esta nación cansada”.

* Frases de la canción extraídas de la canción Solos tú y yo, banda sonora de la película Habana Blues.

7 comentarios:

Pablo Álvarez dijo...

Preciosos amigo. Mucho más si te pones de fondo la canción de Habana Blues.
Y el caso es que me sigo imaginando a la abuela con un paño blanco a la cabeza y fumandose un buen puro...
Extraorinario texto

Un abrazo

S. Vigara dijo...

Habana...abuelas...cómo escribes...tiene todos los elementos para que me guste...

Ari Schreiber dijo...

Magnífico niño, magnífico :) que orgullo.

0000009 dijo...

en la ciudad dormida...

como te ganas a tu bella mujer con estos textos, chico!
y tu menos bello hermano tambien, que hace que hasta me sienta cubano repatriado!

beso, azucar


las abuelas cubanas huelen a mojito

MoT dijo...

Bueno, puedes estar tranquilo y contento porque le has devuelto a la película el regalo que ella te brindó. Con este texto, hiciste justicia.
Enhorabuena Txetxu.

Preciosa canción. Me apunto la peli.

Un besito

Anónimo dijo...

Sólo que ni La Habana -calles lóbregas, ¿dónde se vió?¿las vistes?- ni los habaneros tienen culpa de más nada.

Ni, claro, tampoco de que el regalo de Navidad que apagó aquel infierno avivado de Batista tuviera fecha de caducidad y nadie haya ido a poner -cerraron por vacaciones- combustible a la vieja máquina de vapor -como aquellas que duermen su letargo como un sueño irreal- tras el capitolio.

Jesús V.S. dijo...

Pablo: Imagina, imagina... :D Gracias amigo.

Serly: Me alegro mucho. :D

Uxia: :) :)

Zow: No he olfateado nunca a ninguna, jeje. Un abrazo.

María: La peli es genial, y la canción también.

Anónimo: Nadie ha hablado de culpabilidad, en ningún momento.