miércoles, 16 de febrero de 2011

Saber perder

Una ventana. Desde un apartamento alto se puede ver una plaza en la que un padre y un niño juegan a la pelota. El uno la lanza y el otro la devuelve de una patada. Así, inagotables, llevan ya un rato. La pelotita viene y va, como la fortuna –dicen-, a lo largo de la plaza, mientras los viandantes, ajenos al juego, caminan al lado.

Conforme pasan los minutos, el chaval patea la pelota con más fuerza, incluso a veces coge algo de carrerilla para efectuar su golpeo. Pero en una de esas, la bola se eleva, como si cobrase una especie de corta vida y de repente volase unos segundos, y se cuela encima de un tejadillo de unos tres metros. Los dos, padre e hijo, dan un pequeño grito, y enseguida el niño empieza a ver cómo puede subir a rescatar su balón.

Voltea todo el perímetro de la caseta, que es la salida de un garaje construido debajo de la plaza, por si la bola hubiese caído por el otro lado. Cuando regresa al punto de inicio, levanta la vista, para calibrar la altura y los posibles puntos de escalada, bajo la atenta mirada del padre, a un par de metros. Difícil. Sin mucha fe, da otra vuelta a la caseta, aún más despacio, para fijarse en posibles detalles en los que no haya reparado y que pudieran darle la oportunidad de trepar.

Cuando ve que es imposible, mira a su padre, como si le preguntase. El hombre se acerca y mide sus posibilidades, o al menos engaña al niño haciéndole creer que lo hace, y le dice algo al niño, que encoge los hombros. Los dos se dan la mano tras una última inspección, pero la pelota roja sigue ahí arriba, justo en el centro del tejado. El padre le dice algo al pequeño y los dos comienzan a caminar en la otra dirección. El chico se gira, sin soltar la mano, para intentar ver la pelotita ahí arriba, pero ya se ha resignado.

Acaba de aprender que a veces le tocará perder en la vida. En ocasiones se nos cuelan balones en lugares a los que jamás llegaremos a rescatarlos. Pero no pasa nada. Puede que con el tiempo, una ráfaga de viento nos los devuelva al suelo alguna vez. Y si no ocurre así, hay que asumir que no siempre se gana. Pura vida, sin más.

2 comentarios:

Loren dijo...

Sutilísimo y lleno de verdad.

Un fuerte abrazo.

Jesús V.S. dijo...

Gracias amigo. Ya sabes cuánto me gustan estas historias de la cotidianeidad.