miércoles, 9 de junio de 2010

De repente. Otra vez.

De repente vuelve a llover. Otra vez. Y mucha gente no lo entiende. Pero si hace un par de días hacía calor y los estudiantes se empezaban a dejar ver por los céspedes y los parques hasta altas horas de la noche. Llueve de manera apática y creo que por momentos se me contagia el sentimiento de la lluvia.

Volviendo de la biblioteca, en los últimos días una especie de casa, a la que verdaderamente siento como mía y me detengo en un quiosco de prensa a mirar unas revistas. El termómetro que tiene en el tejadillo del puesto marca ocho grados, y el reloj digital que se alterna con la temperatura, las 8:08. Tal vez ambas afirmaciones robóticas sean mentira, la horaria así lo es. Me viene a la mente cuánto me gusta la fonética de la palabra ocho, si bien es cierto que sólo en pronunciación de algunas bocas. Y mis padres, siempre que veo un quiosco de prensa, inevitablemente recuerdo a mis padres.

Llueve ininterrumpidamente, como si la lluvia viniese de la misma Lisboa y estuviese siendo descrita en este preciso momento por Pessoa, del que hoy cayó un artículo en mis manos. Junio se ha vestido de Noviembre estos últimos días. Sé que, a veces, a los meses del año les gusta bromear disfrazándose de algunos de sus compañeros. Noviembre se ríe de la gracita de su colega, ya que él hizo lo mismo y en su momento salió disfrazado de verano.

Es raro, pero incluso, cuando te paras parece que la sensación térmica es de cierto frío. Y yo, que camino solo, pienso que solamente quiero perderme en un café templado en la cocina fantasmagórica de mi casa vacía. Mi habitación aún tiene el mismo ambiente que si me hubiese levantado hace tres minutos. Abro la ventana. Me hechiza, al ver la cama deshecha, la idea de estar tumbado y sentir la calidez de tu pecho en mi espalda, sobre la que estarías abatida. Abrigar la desnudez candorosa de tu piel sobre la mía, con el olor de cuerpos desarmados, sexo, amor y caricias pasadas de hora impregnados en las sábanas. Tal vez sería lo que más se asemejaría al calor hoy, porque tras mirar por la ventana compruebo que afuera sigue lloviendo sin parar.

De repente vuelve a llover. Otra vez. Y mucha gente no lo entiende. Maldita ciudad, que hasta cuando estás mojada tienes algo.

2 comentarios:

Ana Castro dijo...

Hace poco me preguntaron si me reconocía más en verano o en otoño, que cuándo escribía más. Contesté que escribía más en verano, que es cuando tengo tiempo de ser yo plenamente, aunque me va más el otoño. Pienso que esto es una vuelta al otoño y tiene todos los tintes de las hojas secas apiñadas en las esquinas de las aceras, pero sin hojas. Y es un otoño característico, extraño, porque no es lo que toca. Una chica del sur como yo debía de condenarlo. Pero me encanta la lluvia. Las lluvia nos proporciona excusas para muchas cosas. También más tristezas y melancolías de la cuenta (a veces).

Anónimo dijo...

La lluvia es como un refugio, algo que envuelve. Gracias Txetxu por escribir asi.
Besos
La madre de Ana