El barquero se dispone al ritual. El Aqueronte turbio espera para, en la otra orilla, terminar en el descanso y el reposo de saber que todo lo que se deja atrás ha merecido la pena. Dos óbolos como moneda de cambio por el paso a la otra ribera. Cientos de ramas de oro que, invisibles a los ojos de todos, guían al barquero en su camino y le condicionan a hacerlo con esmero. Ve tranquilo, lo que dejas aquí sólo (y es muchisimo) es amor y un poso indescifrable de un sentimiento de dulzura y sosiego en tu marcha. El último beso será cada uno de los que me disté; y la anecdota que recordaré: cada uno de los momentos que pasamos juntos. Ve tranquilo, sin preocuparte de más y reunete con quien tu alma estime que debe hacerlo. De los demás, no has de preocuparte; yo lo haré y los cuidaré por ti, lo juro.
Hoy no es día de llantos, sino de bonitos recuerdos.
Por ti, abuelo...
1 comentario:
me has emocionado muchisimo.
sigue escribiendo asi.
con el espiritu bien alto.
el corazon es fuerte.
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