Creí verla hoy, mientras comía sentado una manzana. Creí verla igual que lo creyó Horacio en aquella ventana de Montevideo. Pero no era aquella uruguaya tierna a quien veía. Yo creí ver a mi propia Lucía, mi propia Maga, por imposible que pareciese. Y la verdad es que, en los segundos de confusión que me produjo la equivocación con aquella muchacha, el corazón me dio un vuelco que me dio que pensar.
Creía que mi visión de su pelo ondulado se desvanecería al instante de perderla de vista, pero lo cierto es que entonces no hizo más que empezar. Todas las horas siguientes del día estuve asomándome a cada ventana, buscando equivocarla dulcemente con alguna figura que vistiese de color rosa y clavase sus ojos marrones en el cuadro iluminado del cuarto. Esperando que te detuvieses debajo de mi ventana, alcanzases una pequeña piedra y la lanzases al número uno del tablero.
Esperando que nos reencontrásemos antes del tiempo correspondiente.
Es verdad que su imagen se desvanece y retorna a mi memoria por momentos. No sé de qué extraño azar dependerá cada una de estas acciones, si es que así puedo llamarlas. Lo que sí sé es que por un momento Madrid cambió su nombre, salvando sólo la mayúscula, por Montevideo; y que una chica que entró en mi campo de visión por unas décimas de segundo, se llamó Lucía, al menos durante ese ridículo espacio de tiempo. Y volviste a Madrid para cruzarte sólo conmigo.
“¿Encontraría a la Maga?”, comenzaba la primera página.
Creía que mi visión de su pelo ondulado se desvanecería al instante de perderla de vista, pero lo cierto es que entonces no hizo más que empezar. Todas las horas siguientes del día estuve asomándome a cada ventana, buscando equivocarla dulcemente con alguna figura que vistiese de color rosa y clavase sus ojos marrones en el cuadro iluminado del cuarto. Esperando que te detuvieses debajo de mi ventana, alcanzases una pequeña piedra y la lanzases al número uno del tablero.
Esperando que nos reencontrásemos antes del tiempo correspondiente.
Es verdad que su imagen se desvanece y retorna a mi memoria por momentos. No sé de qué extraño azar dependerá cada una de estas acciones, si es que así puedo llamarlas. Lo que sí sé es que por un momento Madrid cambió su nombre, salvando sólo la mayúscula, por Montevideo; y que una chica que entró en mi campo de visión por unas décimas de segundo, se llamó Lucía, al menos durante ese ridículo espacio de tiempo. Y volviste a Madrid para cruzarte sólo conmigo.
“¿Encontraría a la Maga?”, comenzaba la primera página.
9 comentarios:
De verdad muy bonitas las historias
En verdad nose si es solo eso el cuento, o sigue, me gustaria saber
Adios
No sé si es inventado o no, pero no reconozco libro ni autor...
Muy bueno, de todas formas.
Un abrazo!
[Yo he actualizado por fin]
Muy bonito texto. el estilo, como siempre, perfect!
Un abrazo!!!!!!
:) a mi tb me gustaria leer maaaaaas
Muchas personas buscando a la Maga. Nos picó a todos.
:)
Un beso.
Anónimo: Muchas gracias. De momento se queda en esto, pero siempre escribo con posibilidad de alargarlo. Ya veremos, pero si llega a más y sigues entrando, tendrás noticia de ello. ;-)
Nacho: Está inspirado en la Maga y Horacio Oliveira, de la Rayuela de Cortázar. A ver si lo lees ya... ;-) ¡Otro abrazo!
Diego: Gracias Diego. Un fuerte abrazo. Ya se te echaba de menos por aquí. =)
Arianne: Te digo lo mismo que al anónimo. ¿Cómo va esa correspondencia? ;-) ¡Beso!
Lucía: A mí me picó mucho mucho, algún día te contaré. =) Otro beso.
entonces puedes responderte a porque existen los libros... porque existen historias donde aparecen personajes como la Maga... ellos hacen que tu vida llena de incidentes sean algo importante y mágico. un besito desde muy lejos
Ya te lo dije la primera vez que te escribí:me encanta Rayuela, adoro a la Maga y ha sido una delicia leer una entrada donde están presentes. Estupenda entrada. Me ha encantado.
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