Me cuesta mucho describir un recuerdo, sobre todo cuando no es una vivencia mía, si no contada, descrita a su vez por otra persona. Sin embargo hay uno que se exime de esta dificultad mía, o eso creo. Es un recuerdo de la infancia de mi padre que me liga de manera inexorable a él y a mi abuelo.
Me lo confesó él mismo en el tanatorio, el día que falleció mi abuelo. Sé que puede empezar a sonar drástico, o incluso amargo, pero espero que sigas leyendo. Estábamos apoyados en la barandilla, recuerdo, mirando sin hablar un jardín con flores. Era la primera vez que experimentaba un velatorio, qué sensación tan extraña. Se mastica la tristeza, entre risas y anecdotario. Ciertamente me parecen momentos amargamente bellos. Pasé un brazo sobre el hombro de mi padre, que había estado un rato solitario.
“Me estaba acordando…”, comenzó a hablar.
Volvía mi abuelo de uno de sus abundantes viajes de trabajo a Girona, en los que mi abuela, mi tío y mi padre se quedaban en Madrid. Era verano, probablemente Agosto, según reconoció mi padre posteriormente, cuando le pregunté por el momento.
El niño que fue mi padre salió a recibir al padre que luego sería mi abuelo. Cuando ya retornaba a su cuarto, la voz imponente de éste, le hizo detenerse en el umbral del salón.
“Espera hijo, te he traído un regalo”, reprodujo mi padre con su voz, ya temblorosa y entrecortada en aquel momento de la confesión.
Mi abuelo no fue nunca persona de muchos regalos. No era ésta su forma de demostrar cariño. Esa frase hizo temblar de ilusión al niño, que sonreía a su padre desde el marco de la puerta. Sacó una caja estrecha y de ella una equipación completa de la selección española de fútbol. En aquel punto de la historia, mi padre, el del presente, hablaba entre lágrimas que se le caían al jardín que mirábamos sin apartar la vista.
“Pasé casi tres días con el traje puesto, paseándome. Y recuerdo lo contento que estaba. Es de los pocos regalos que me hizo mi padre”, contaba mi padre intentando sonreír entre la tristeza del lugar y la situación.
Era un recuerdo feliz. Por aquel momento yo no podía contener mi emoción y mis ojos se habían vuelto vidriosos debajo de mis gafas oscuras, que llevé puestas durante los dos días siguientes.
Ahora pienso a menudo en lo maravilloso de la vida y sostengo entre estas líneas que ese es el recuerdo más emotivo que guardo con mi padre. Y pienso en lo maravilloso de la vida, decía, que me hizo recordar ese momento en la biblioteca, desde una ventana; porque pasó un niño vestido con la equipación de la selección española actual, junto a su padre. Es posible que el crío archive ese momento y algún día se lo cuente a su hijo en el tanatorio, cuando ese padre, que ahora es joven y juega con él, se haya ido. Al fin y al cabo el destino es el mismo para todos.
Y es que, escribiendo algo parecido a lo que escribió una vez mi amigo Lorenzo, se puede llegar a conocer y contar el mundo asomado a dos o tres ventanas.
Me lo confesó él mismo en el tanatorio, el día que falleció mi abuelo. Sé que puede empezar a sonar drástico, o incluso amargo, pero espero que sigas leyendo. Estábamos apoyados en la barandilla, recuerdo, mirando sin hablar un jardín con flores. Era la primera vez que experimentaba un velatorio, qué sensación tan extraña. Se mastica la tristeza, entre risas y anecdotario. Ciertamente me parecen momentos amargamente bellos. Pasé un brazo sobre el hombro de mi padre, que había estado un rato solitario.
“Me estaba acordando…”, comenzó a hablar.
Volvía mi abuelo de uno de sus abundantes viajes de trabajo a Girona, en los que mi abuela, mi tío y mi padre se quedaban en Madrid. Era verano, probablemente Agosto, según reconoció mi padre posteriormente, cuando le pregunté por el momento.
El niño que fue mi padre salió a recibir al padre que luego sería mi abuelo. Cuando ya retornaba a su cuarto, la voz imponente de éste, le hizo detenerse en el umbral del salón.
“Espera hijo, te he traído un regalo”, reprodujo mi padre con su voz, ya temblorosa y entrecortada en aquel momento de la confesión.
Mi abuelo no fue nunca persona de muchos regalos. No era ésta su forma de demostrar cariño. Esa frase hizo temblar de ilusión al niño, que sonreía a su padre desde el marco de la puerta. Sacó una caja estrecha y de ella una equipación completa de la selección española de fútbol. En aquel punto de la historia, mi padre, el del presente, hablaba entre lágrimas que se le caían al jardín que mirábamos sin apartar la vista.
“Pasé casi tres días con el traje puesto, paseándome. Y recuerdo lo contento que estaba. Es de los pocos regalos que me hizo mi padre”, contaba mi padre intentando sonreír entre la tristeza del lugar y la situación.
Era un recuerdo feliz. Por aquel momento yo no podía contener mi emoción y mis ojos se habían vuelto vidriosos debajo de mis gafas oscuras, que llevé puestas durante los dos días siguientes.
Ahora pienso a menudo en lo maravilloso de la vida y sostengo entre estas líneas que ese es el recuerdo más emotivo que guardo con mi padre. Y pienso en lo maravilloso de la vida, decía, que me hizo recordar ese momento en la biblioteca, desde una ventana; porque pasó un niño vestido con la equipación de la selección española actual, junto a su padre. Es posible que el crío archive ese momento y algún día se lo cuente a su hijo en el tanatorio, cuando ese padre, que ahora es joven y juega con él, se haya ido. Al fin y al cabo el destino es el mismo para todos.
Y es que, escribiendo algo parecido a lo que escribió una vez mi amigo Lorenzo, se puede llegar a conocer y contar el mundo asomado a dos o tres ventanas.
7 comentarios:
mira q es cierto eso... una ventana, un.. ¡ah! a mi me paso algo parecido una vez, un nexo, un deja vu... si es posible que pese a las variopintas personalidades y formas de ver la vida, pudiera hacerse un resumen de ellas pues todos las pasamos alguna vez...
muy bonita la reflexión, y ese secreto que salió de su caja para acompañarla.
un beso
Precioso texto. Gracias por compartir ese recuerdo con nosotros.
Un fuerte abrazo.
De pequeña alguien me dijo una vez que cuando una persona fallece los adultos solo recuerdan las cosas malas y los niños las cosas buenas! Leyendo tu relato me he alegrado de que no siempre es asi!! Muy bonito!
Me apasionan los recuerdos, son todos distintos, dispares, a veces inconexos, pero todos contamos los recuerdos como narramos las novelas, cada uno a su manera.
Muy emotivo.
Un beso.
:)
Digamos que bien, aunque la verdad es que tengo un trillón de papeles de internacionales desperdigados compulsivamente por la mesa y me dan ataques de actualización permanente, así que bueno, digamos de nuevo que bien.
:)
¿Tú qué tal lo llevas?
Un beso Txetxu.
Lo siento, leí los otros comentarios con retraso. Muchísimas gracias, por todo.
un beso.
:)
María: El secreto es de agradecer a mi padre. Lo de las ventanas es muy, muy cierto. Tú lo sabes bien. =)
Loren: Lo mismo: gracias a mi padre. Es su recuerdo. =)
Montse: A lo mejor es que aún conservo a mi yo niño en lo profundo de mí, y a veces sale. Aunque yo también quiero pensar como tú: no siempre es así. Un besazo, gracias por pasar. =)
Lucía: Me encantó la primera frase de tu comentario. Resume perfectamente lo que pienso yo también. =) Un beso Lucía.
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