A las diez y treinta y siete minutos de la mañana, viajo en el Metro de Madrid, en la línea 7, la naranja. Un músico, acostumbrado a tocar en el metro, entra en el vagón. No sé con certeza cual será su nacionalidad, pero su hilo de voz suena latinoamericano. Con su guitarra, abrazada, como un fugaz amor, empieza a cantar una bella canción: Hoy tengo ganas de ti.
Yo, que viajaba leyendo, cierro mi libro para inmiscuirme en la tarea sencilla -y que tanto me gusta- de observar mi alrededor. El metro es un buen reflejo de la sociedad, creo. Los comportamientos son de los más variopinto, de todo tipo y variedad. A mi lado, hay un hueco libre y dos personas que leen a Almudena Grandes y a Hemingway. No son los únicos, gran parte del vagón tiene un libro en las manos. De todo tipo, como las conductas.
Me llama la atención una pareja de chavales, muy jóvenes, que se abrazan y se miran, tiernos. Sí, esa es la palabra, ternura. La escena, junto con la canción cantada por el músico, se me antoja preciosa. Ella le mira, y sonríe, fácilmente, a él parece no costarle ninguna dificultad que ella lo haga. Se besan, sabiendo, quizás, que tienen que aprovechar cada segundo, que su amor algún día se acabará, todos lo hacen, y hasta entonces tienen que disfrutarlo, para que no se quede ningún beso sin dar. Aunque dicen que los más bonitos son los que nunca llegan a darse.
Quiero apagar en tus labios, parece decirle con la mirada, la sed de mi alma, la canción habla por ellos, y descubrir el amor juntos cada mañana. La voz se les acerca sonriéndoles, y les canta al lado. Sonríen con vergüenza, ella incluso esconde la cara en su pecho. Casi todo el vagón mira la escena, enternecidos. Son jóvenes, y todos quisieran volver a serlo.
Todo amor debería ser como un amor adolescente. Es el más apasionado, aunque tal vez ninguno pueda llegar a ser fructífero nunca. Todo amor se apaga al final, y ellos lo saben. La canción termina -como algún día su historia lo hará-, los chavales echan monedas en la mano del músico, que les regala una sonrisa y un sincero apretón de manos. Algunos en el vagón, incluso aplauden. Parece uno de esos momentos perfectos, dentro de la imperfección de la ciudad. Saco monedas, para el músico, por ese pequeño presente. Sonríe al recibirlas.
Yo, que viajaba leyendo, cierro mi libro para inmiscuirme en la tarea sencilla -y que tanto me gusta- de observar mi alrededor. El metro es un buen reflejo de la sociedad, creo. Los comportamientos son de los más variopinto, de todo tipo y variedad. A mi lado, hay un hueco libre y dos personas que leen a Almudena Grandes y a Hemingway. No son los únicos, gran parte del vagón tiene un libro en las manos. De todo tipo, como las conductas.
Me llama la atención una pareja de chavales, muy jóvenes, que se abrazan y se miran, tiernos. Sí, esa es la palabra, ternura. La escena, junto con la canción cantada por el músico, se me antoja preciosa. Ella le mira, y sonríe, fácilmente, a él parece no costarle ninguna dificultad que ella lo haga. Se besan, sabiendo, quizás, que tienen que aprovechar cada segundo, que su amor algún día se acabará, todos lo hacen, y hasta entonces tienen que disfrutarlo, para que no se quede ningún beso sin dar. Aunque dicen que los más bonitos son los que nunca llegan a darse.
Quiero apagar en tus labios, parece decirle con la mirada, la sed de mi alma, la canción habla por ellos, y descubrir el amor juntos cada mañana. La voz se les acerca sonriéndoles, y les canta al lado. Sonríen con vergüenza, ella incluso esconde la cara en su pecho. Casi todo el vagón mira la escena, enternecidos. Son jóvenes, y todos quisieran volver a serlo.
Todo amor debería ser como un amor adolescente. Es el más apasionado, aunque tal vez ninguno pueda llegar a ser fructífero nunca. Todo amor se apaga al final, y ellos lo saben. La canción termina -como algún día su historia lo hará-, los chavales echan monedas en la mano del músico, que les regala una sonrisa y un sincero apretón de manos. Algunos en el vagón, incluso aplauden. Parece uno de esos momentos perfectos, dentro de la imperfección de la ciudad. Saco monedas, para el músico, por ese pequeño presente. Sonríe al recibirlas.
4 comentarios:
Plas plas plas
Muy bueno. Me recuerda mucho a lo que estuvimos hablando anoche de la canción de Los muertos de Joyce.
Un abrazo.
Genial chaval. Y esto no me lo contaste esta mañana...tan solo sabias hablar de los 15 minutos de retraso...
Gran relato de un gran momento...
Un abrazo
Que preciosidad! El transporte público es precioso en estos casos. Qué maravilla! Qué envidia!
Qué momento! Qué bien escrito!
Loren: Muchas gracias, amigo. La escena fue realmente bonita, te hubiese gustado. ;)
Pablo: No te lo conté porque quería escribirlo antes. Me alegro de que te gustase.
Serly: El transporte público merece la pena sólo por estos momentos.
Abrazos a los tres. Muy fuertes.
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