Como ya os habréis percatado -si habéis bajado hacia abajo al entrar en el blog-, estos días he leído la Canción de Navidad, de Dickens. Hoy es el mejor momento para haceros una confidencia. No sé si he hecho bien en leerla. Quede claro que la novela es maravillosa y un verdadero lujo, pero ahora vivo mi vida perpetuamente en una especie de estado de alerta. Existe una similitud importante entre Scrooge y yo: ninguno de los dos recibe ningún invitado especial esta noche. Coincidencias.
No es que yo me considere huraño, ni que odie la Navidad, todo lo contario; este periodo me parece muy enternecedor: los niños viven ilusionados con la llegada de los Reyes Magos -o Papá Noel, en su defecto-; la gente es feliz sin tener ninguna aparente razón, se olvida por unos días de la mierda de mundo en la que viven, hablando mal y pronto. No es que odié la Navidad, estaba diciendo; pero ahora cada vez que salgo de mi habitación en la noche, tengo que mirar alrededor, por si me aborda el espíritu de las navidades pasadas, presentes o futuras; si bien es cierto, que este último es el que más me aterra. En cada recodo de mi casa, observo sombras que se mueven incesantemente, sin descanso, mientras, yo, intento seguirlas con mis ojos aturdidos.
Si camino en la tenuidad de la madrugada por los pasillos, tengo la sensación de estar siendo precedido por una marcha fúnebre, enrolada en el arte del murmullo y el susurro más latente y terrorífico. Me atemoriza la idea de que un espectro encapuchado me muestre mi futuro, y señale mi lecho de muerte, y de que me roben las letras del epitafio de mi indigna sepultura...
Una de las peores y más magníficas virtudes que nos concedieron a los humanos es la imaginación. En cada esquina puedes encontrar un monstruo, un especto, un dementor, un ladrón de almas... Ahora mismo estoy escribiendo este texto a oscuras, y no quiero mirar atrás. Acabo de sentir una presencia, respira fuerte, hondo; noto la suavidad de su aliento a mis espaldas. He oído movimiento, no quiero girarme. Me ha apoyado la mano sobre el hombro. ¡Qué miedo! Voy a girarme, sí, voy a hacerlo, no queda más remedio. En la vida hay que enfrentarse a los temores, en eso consiste el coraje. Me giro. Uno... dos... tres... ¡ya! Uf, no había nadie, qué alivio. Mira tú a tu espalda, por las dudas.
No es que yo me considere huraño, ni que odie la Navidad, todo lo contario; este periodo me parece muy enternecedor: los niños viven ilusionados con la llegada de los Reyes Magos -o Papá Noel, en su defecto-; la gente es feliz sin tener ninguna aparente razón, se olvida por unos días de la mierda de mundo en la que viven, hablando mal y pronto. No es que odié la Navidad, estaba diciendo; pero ahora cada vez que salgo de mi habitación en la noche, tengo que mirar alrededor, por si me aborda el espíritu de las navidades pasadas, presentes o futuras; si bien es cierto, que este último es el que más me aterra. En cada recodo de mi casa, observo sombras que se mueven incesantemente, sin descanso, mientras, yo, intento seguirlas con mis ojos aturdidos.
Si camino en la tenuidad de la madrugada por los pasillos, tengo la sensación de estar siendo precedido por una marcha fúnebre, enrolada en el arte del murmullo y el susurro más latente y terrorífico. Me atemoriza la idea de que un espectro encapuchado me muestre mi futuro, y señale mi lecho de muerte, y de que me roben las letras del epitafio de mi indigna sepultura...
Una de las peores y más magníficas virtudes que nos concedieron a los humanos es la imaginación. En cada esquina puedes encontrar un monstruo, un especto, un dementor, un ladrón de almas... Ahora mismo estoy escribiendo este texto a oscuras, y no quiero mirar atrás. Acabo de sentir una presencia, respira fuerte, hondo; noto la suavidad de su aliento a mis espaldas. He oído movimiento, no quiero girarme. Me ha apoyado la mano sobre el hombro. ¡Qué miedo! Voy a girarme, sí, voy a hacerlo, no queda más remedio. En la vida hay que enfrentarse a los temores, en eso consiste el coraje. Me giro. Uno... dos... tres... ¡ya! Uf, no había nadie, qué alivio. Mira tú a tu espalda, por las dudas.
6 comentarios:
Precioso texto, amigo.
Nosotros ya hemos cenado. En breve me iré a casa y me sentaré a escribir, con Silent night de fondo y viendo la nieve de mentira caer a través de las ventanas.
Un fuerte abrazo.
Precioso el Silent night, y perfectamente aplicable a nosotros dos, amigo. :)
Muchas gracias por compartir conmigo, de esta forma tan peculiar la nochebuena.
Un fortísimo abrazo Loren.
Me atemoriza la idea de que un espectro encapuchado me muestre mi futuro, y señale mi lecho de muerte, y de que me roben las letras del epitafio de mi indigna sepultura...
SIMPLEMENTE GENIAL...
BRURAL!.
Flipé...
Me encantó. Veo que aprovechaste la noche, a las 4.00 de la mañana dejaste el comentario. Increible...
Un beso enorme pequeño. Feliz Navidad!!
y te encuentras un fantasma de esos quitale la manta, que se quedan desnudos y no saben reprochar
buen texto brothel
y una vez leida con detenimiento...
Un vocabulario exquisito majo! me sorprendio gratamente mas la expresion q la historia en si misma... pero que igualmente bordaste en una noche como la de ayer, muy especial.
Un beso enorme!
Serly: Estuve escribiendo el cuento aquella noche, por eso acabé tan tarde. :D Me cundió, sí. Gracias por las buenas palabras. ;)
Zow: Se la quitaré, se la quitaré... pero si no funciona te pediré rendir cuentas. ;) Un abrazo hermano.
María: Muchísimas gracias, de verdad. :) Un besote.
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