El dieciseis de octubre de dos mil ocho a las ocho horas, catorce minutos y 39 segundos; un chico habla por el teléfono móvil con quien parece un amigo: hablan sobre una hora y un lugar donde encontrarse. Mientras, a su lado, una mujer lee una novela que parece interesante. Me gusta la gente que lee. A unos quince kilómetros de allí, un chico llamado Óscar recibe su primera clase de una nueva asignatura. No parece interesarle mucho: preferiría estar caminando por la calle más bohemia de su ciudad, sin ninguna preocupación.
Una chica está sentada en las escaleras que suben hacia el parque. Llora -por su amor perdido- y está sola. El mundo parece quedarle grande, enorme; tanto que se siente insignificante. Mientras tanto, un chico de, aproximadamente, su edad; mira la ciudad a través de la ventana de un tren. Sus miradas se cruzan, él sonríe y decide, en ese momento, que se apeará del tren en la siguiente parada, que no es la suya.
A su vera, alguien escribe en un papel cualquier historia, quizás esta misma. Más allá de la ciudad de destino del expreso en el que viaja, alguien espera la aparición de un amigo. Tres niños juegan al escóndite en el parque, alrededor de una fuente; mientras un mendigo los observa sonriente -por muy mal que se halle una persona, un niño tiene la potestad de robar siempre una sonrisa- y con algo de envidia en su mirada. Cada cual sigue con su historia.
Por lo restante, todo marcha al corriente. Es ya de noche, la temperatura es cálida y agradable, aunque parece que va a llover -huele a humedad-; la contaminación es alta y la presión atmosférica estable.
Escrito en el tren de vuelta a Coslada, a Jueves 16 de Octubre de 2008, a las 20:31.
Una chica está sentada en las escaleras que suben hacia el parque. Llora -por su amor perdido- y está sola. El mundo parece quedarle grande, enorme; tanto que se siente insignificante. Mientras tanto, un chico de, aproximadamente, su edad; mira la ciudad a través de la ventana de un tren. Sus miradas se cruzan, él sonríe y decide, en ese momento, que se apeará del tren en la siguiente parada, que no es la suya.
A su vera, alguien escribe en un papel cualquier historia, quizás esta misma. Más allá de la ciudad de destino del expreso en el que viaja, alguien espera la aparición de un amigo. Tres niños juegan al escóndite en el parque, alrededor de una fuente; mientras un mendigo los observa sonriente -por muy mal que se halle una persona, un niño tiene la potestad de robar siempre una sonrisa- y con algo de envidia en su mirada. Cada cual sigue con su historia.
Por lo restante, todo marcha al corriente. Es ya de noche, la temperatura es cálida y agradable, aunque parece que va a llover -huele a humedad-; la contaminación es alta y la presión atmosférica estable.
Escrito en el tren de vuelta a Coslada, a Jueves 16 de Octubre de 2008, a las 20:31.
5 comentarios:
Me sabe a Amelie con toques Txetxutxescus.
Es tierno, me gusta
=)
Lo que más me ha gustado es poder sentirme identificada, de alguna manera, con cada uno de los personajes.
Como parece que te gusta Amélie, te dejo la canción de Yann Tiersen con más magia para mí
http://www.youtube.com/watch?v=duGbgrv9LRE
Un besazo!
Parece que cada historia es un pedacito de ti. La pryeccion de una misma persona en momentos, no la proyección de un momento en distintas personas.
Un beso
Buenos días desde el curro (para que veas que trabajo duro).
Me ha gustado mucho, casi podías saborear el momento.
P.D:Serly, toques txetxutxescus???jaja
Serly: Me encanta tu definición. XD Gracias por el adjetivo. :)
Anita: Si que me gusta Amelie, si. Me encanta. Pues eso de poder empatizar con quien lee, es una de las cosas más bellas, asique me alegro enormemente. Un besazo.
Mot: Y podría ser así. Al fin y al cabo, casi siempre quien escribe, busca crear una proyección de si mismo, una especie de alter ego. Un besazo.
Pablo: Ya te veo lo que curras, ya. XD Gracias a ti también, amigo. :) Un abrazo.
Publicar un comentario