domingo, 18 de abril de 2010

Réquiem de medianoche

Dormía, o al menos esa fue la impresión que me dio cuando me lo encontré tirado, allí en el suelo. La lluvia le caía sobre la piel y su expresión parecía feliz. Eso creí yo, cuando lo vi, sólo los primeros segundos, hasta que me di cuenta de algo: no respiraba. Había quedado tendido en el suelo, al borde de la carretera, de costado, en la misma posición en la que duermen algunos perros, para que me entiendan.

Como si en el momento de derrumbarse sobre la acera empapada hubiese pensado: “No quiero seguir viviendo aquí. Me he cansado de la calle”. Y, como si, dando un último golpe sobre la ficticia mesa, se hubiese adentrado en la niebla negra. Igual que el perro Orfeo, del que no sé si sería conocido.

Me comentaron que los días anteriores se había dejado ver por aquel barrio, y que andaba como perdido, sin rumbo, tal vez consciente de vivir sus últimos días. Qué dura sensación, incluso si has gozado de siete vidas que malgastar. Se dejaba llevar, decían los que le habían visto por la calle. Al fin y al cabo todos los seres, por el mero hecho de serlo, se dejan llevar, la mayoría de veces hacia ninguna parte.

No conseguí quitarme la imagen de su cuerpo tendido en los adoquines durante todo el día. Y mientras estuvo allí, hasta que alguien lo retiró, por fin, no podía dejar de mirar ese cadáver, cargado de lástima. Inevitablemente, mi cabeza me llevó a disertar sobre la posibilidad de que el alma ya no existiese dentro de ese cuerpo ya sin vida, que se hubiese esfumado de allí, o que pudiese estar cerca de nosotros, incluso ronroneando entre mis piernas. En un momento creo que llegué casi a verlo de pura imaginación.

En la noche todos los gatos son pardos, recordé. Y mientras asocié el pensamiento a un dibujo en mi libreta en el que un gato está sentado sobre la luna menguante. La inscripción, al lado: A medianoche un gato maullaba unas notas tristes, como de réquiem… ¿Por qué no iba a ser ese el gato? En su distante medianoche…

martes, 6 de abril de 2010

4 - Abril - 2010

4 de abril de 2010.

Últimamente se ha instalado en mí una vena castiza que no entiendo de dónde viene ni a dónde me lleva. Aunque siempre me ha encantado la ciudad, me intereso por todo lo que tenga que ver con Madrid mucho más que antes. Igual es que los programas incansables sobre el centenario de la Gran Vía me han saturado tanto, que han acabado surtiendo efecto; pero el domingo después de pasear por allí y darnos cuenta de que era el día del aniversario me embriagué de una sensación extraña de bienestar que, lógicamente, también tenía que ver con mi compañía.

Incluso el sol parecía atardecer más bonito al llegar a Debod, como si no quisiera irse, pero nadie hubiese llegado a tiempo para gritar que se quedase con nosotros. O como si quisiese brindarnos una temporal morada de la que no quisiésemos marchar.

Todo luce, a menudo sin explicaciones ni porqués. Quizás Miguel Hernández también sintiese algo así un día, ahora que también es veterano.

4 de abril - 6 de abril de 2010

viernes, 2 de abril de 2010

Números con palabras son sólo días

Guitarras, rock & roll, amigos, cerveza, la sala Galileo Galilei, la Clamores, una acústica, cantautores, el Rayo, aviones, recuerdos, Tirso de Molina, una amiga que me hace sonreír y vive allí, la letra F, Madrid, un mono, un duende, tu sonrisa persa, la Rolling Stone, libretas llenas y vacías, un portaminas, mi reflejo en tus gafas de sol, incienso, la Maga, humo, jazz, Libertad 8, el sabor del tabaco, los libros, el café, la fotografía, los gatos...

Y, entretanto, pasa la vida...