Se entrecruzan las vías de los trenes berlineses, igual que nos vamos entrecruzando a veces las personas en el tiempo. Cada línea parte de un punto de la ciudad distinto y en un momento de su férrea vida se cortan con otra que ha partido quizás desde el otro lado del mundo. A veces es un cruce momentáneo que se pierde enseguida, en el tiempo escaso que duran dos cafés y un par de cigarrillos. Todo se resume en correspondencias que quizás nunca llegamos a mantener.
Tal vez, esas vías, vuelvan a encontrarse más tarde, en otro punto de la ciudad. Y quizás alguna de las personas escriba un texto entre dos de esas estaciones de la S-Bahn. Y posiblemente ese fragmento nos haga pensar mucho más que uno elaboradísimo, somos así. Y quizás, y tal vez… Existen también ocasiones –pocas- en las que las vías transcurren cercanas para el resto del trayecto. Pero como ya dije, son pocas.
Las ciudades siempre nos reciben de una manera determinada. Berlín me acogió entre sus brazos con la insensibilidad fría que la presuponía. Una profunda indiferencia por todos lados. No hay nada peor que la indiferencia. Pese a todo, después de empezar a conocerme pareció que empezaba a cambiar de opinión, aunque siempre se mantuvo algo fría. Es inherente a su carácter. Cada uno somos como una ciudad, tenemos nuestros raíles distintos que se entrelazan con otros en distintos períodos. Tenemos también nuestros recovecos más profundos, a los que sólo pueden acceder aquellos que nos conocen bien. Y todo lo que imagines.
He de reconocer que desde que me enteré que ella me esperaría en Berlín, se convirtió en uno de los motivos principales de mi viaje. Porque desde que la conocí, tiempo atrás, y se colgó de mi cuello, supe que alguna vez tenía que verla y mirarle a los ojos de cerca. Y así fue. Me esperaba, y cuando la encontré, algo por dentro me dio un vuelco. Lo reconozco. La reina del Nilo me estaba mirando allí y, por sorpresa, me di cuenta de que guardaba algún parecido para mí. Y me embaucó durante largos minutos, hasta que me sacaron de allí casi a la fuerza. Espero volver a verla, a ponerme delante de su rostro de facciones perfectas, y su único ojo tan precioso.
No paré de pensar en ella en todo el resto del viaje: esa reina del Nilo, que estaba en otra ciudad, a unos miles de kilómetros y que justo antes de dejar Madrid había estado más cercana a mí que nunca. A veces pienso que mis recovecos guardan sensaciones distintas a los del resto de personas. Y no entiendo el porqué de ese pensamiento. Pero no me puedo detener a madurarlo: el tren viene ahí abajo en la vía y debo cogerlo esta vez, tal vez cuando baje al final del trayecto alguien me espere sin yo saberlo. El tiempo es crucial. La vida, a veces, no lo es tanto por sí sola.
Fotos de Berlín en mi flickr.
Tal vez, esas vías, vuelvan a encontrarse más tarde, en otro punto de la ciudad. Y quizás alguna de las personas escriba un texto entre dos de esas estaciones de la S-Bahn. Y posiblemente ese fragmento nos haga pensar mucho más que uno elaboradísimo, somos así. Y quizás, y tal vez… Existen también ocasiones –pocas- en las que las vías transcurren cercanas para el resto del trayecto. Pero como ya dije, son pocas.
Las ciudades siempre nos reciben de una manera determinada. Berlín me acogió entre sus brazos con la insensibilidad fría que la presuponía. Una profunda indiferencia por todos lados. No hay nada peor que la indiferencia. Pese a todo, después de empezar a conocerme pareció que empezaba a cambiar de opinión, aunque siempre se mantuvo algo fría. Es inherente a su carácter. Cada uno somos como una ciudad, tenemos nuestros raíles distintos que se entrelazan con otros en distintos períodos. Tenemos también nuestros recovecos más profundos, a los que sólo pueden acceder aquellos que nos conocen bien. Y todo lo que imagines.
He de reconocer que desde que me enteré que ella me esperaría en Berlín, se convirtió en uno de los motivos principales de mi viaje. Porque desde que la conocí, tiempo atrás, y se colgó de mi cuello, supe que alguna vez tenía que verla y mirarle a los ojos de cerca. Y así fue. Me esperaba, y cuando la encontré, algo por dentro me dio un vuelco. Lo reconozco. La reina del Nilo me estaba mirando allí y, por sorpresa, me di cuenta de que guardaba algún parecido para mí. Y me embaucó durante largos minutos, hasta que me sacaron de allí casi a la fuerza. Espero volver a verla, a ponerme delante de su rostro de facciones perfectas, y su único ojo tan precioso.
No paré de pensar en ella en todo el resto del viaje: esa reina del Nilo, que estaba en otra ciudad, a unos miles de kilómetros y que justo antes de dejar Madrid había estado más cercana a mí que nunca. A veces pienso que mis recovecos guardan sensaciones distintas a los del resto de personas. Y no entiendo el porqué de ese pensamiento. Pero no me puedo detener a madurarlo: el tren viene ahí abajo en la vía y debo cogerlo esta vez, tal vez cuando baje al final del trayecto alguien me espere sin yo saberlo. El tiempo es crucial. La vida, a veces, no lo es tanto por sí sola.
Fotos de Berlín en mi flickr.