sábado, 27 de febrero de 2010

S-Bahn, Nefertiti, Berlín y la red de trayectos humanos

Se entrecruzan las vías de los trenes berlineses, igual que nos vamos entrecruzando a veces las personas en el tiempo. Cada línea parte de un punto de la ciudad distinto y en un momento de su férrea vida se cortan con otra que ha partido quizás desde el otro lado del mundo. A veces es un cruce momentáneo que se pierde enseguida, en el tiempo escaso que duran dos cafés y un par de cigarrillos. Todo se resume en correspondencias que quizás nunca llegamos a mantener.

Tal vez, esas vías, vuelvan a encontrarse más tarde, en otro punto de la ciudad. Y quizás alguna de las personas escriba un texto entre dos de esas estaciones de la S-Bahn. Y posiblemente ese fragmento nos haga pensar mucho más que uno elaboradísimo, somos así. Y quizás, y tal vez… Existen también ocasiones –pocas- en las que las vías transcurren cercanas para el resto del trayecto. Pero como ya dije, son pocas.

Las ciudades siempre nos reciben de una manera determinada. Berlín me acogió entre sus brazos con la insensibilidad fría que la presuponía. Una profunda indiferencia por todos lados. No hay nada peor que la indiferencia. Pese a todo, después de empezar a conocerme pareció que empezaba a cambiar de opinión, aunque siempre se mantuvo algo fría. Es inherente a su carácter. Cada uno somos como una ciudad, tenemos nuestros raíles distintos que se entrelazan con otros en distintos períodos. Tenemos también nuestros recovecos más profundos, a los que sólo pueden acceder aquellos que nos conocen bien. Y todo lo que imagines.

He de reconocer que desde que me enteré que ella me esperaría en Berlín, se convirtió en uno de los motivos principales de mi viaje. Porque desde que la conocí, tiempo atrás, y se colgó de mi cuello, supe que alguna vez tenía que verla y mirarle a los ojos de cerca. Y así fue. Me esperaba, y cuando la encontré, algo por dentro me dio un vuelco. Lo reconozco. La reina del Nilo me estaba mirando allí y, por sorpresa, me di cuenta de que guardaba algún parecido para mí. Y me embaucó durante largos minutos, hasta que me sacaron de allí casi a la fuerza. Espero volver a verla, a ponerme delante de su rostro de facciones perfectas, y su único ojo tan precioso.

No paré de pensar en ella en todo el resto del viaje: esa reina del Nilo, que estaba en otra ciudad, a unos miles de kilómetros y que justo antes de dejar Madrid había estado más cercana a mí que nunca. A veces pienso que mis recovecos guardan sensaciones distintas a los del resto de personas. Y no entiendo el porqué de ese pensamiento. Pero no me puedo detener a madurarlo: el tren viene ahí abajo en la vía y debo cogerlo esta vez, tal vez cuando baje al final del trayecto alguien me espere sin yo saberlo. El tiempo es crucial. La vida, a veces, no lo es tanto por sí sola.

Fotos de Berlín en mi flickr.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Imagínate

Imagínate que las ciudades hablasen. Piénsalo, que te contasen que me rindo y en la azotea de mi edificio ondea ahora una bandera blanca. Imagínate que te dijese que ya disparé mi última bala y que ahora no quiero continuar en la batalla, que claudiqué y tuve un rato el cañón dentro de la garganta, pero sentí miedo. Porque soy un poco cobarde y todo eso la ciudad lo sabe, pero lo silencia, cómplice de todos nosotros.

Imagínate que en un desliz me confesase, bajo secreto de sábana, que me quiere como yo a ella. A sus fachadas inverosímiles, sus ángeles embalsamados que aprietan sus puños enrabietados, o a sus princesas del último vagón. Imagina lo improbable. Es gratis. Imagínate que ella destapase mis cartas y te trasladase mis palabras sobre ti, dejándome sin jugada para la siguiente mano.

Te podría revelar que más de una vez la descubrí mis deseos de abandonar y renunciar a los sueños que prometí mantener vivos. Y que esas noches en las que las nubes cubrían a la luna para que pudiese dormir desnuda, sin tantos ojos que la observasen, yo escribía desde lo alto, lleno de absolutamente nada. Y es que llega el día en que hasta las promesas dejan de tener ese valor emocional que tuvieron atrás en el tiempo alguna vez.

Suponte que te desvelase mis secretos, que no son muchos. Que mi mes favorito puede que sea Noviembre, tan sólo porque me gusta como suena al nombrarlo, o que cuando llueve puedo pasar largos ratos en la ventana, o bajo una terraza, mirando la vida en la calle, con unas tremendas ganas de fumar. Que podría llegar a ser un Caín, y tan sólo los soportales lo saben, porque fueron ellos los que me vieron perder gran parte de mis días y clamar estrellando mi rabia contra sus paredes después. Por culpa de unos cuantos abeles.

Yo he intentado, en vano, hablarle muchas veces y nunca contesta, así que dudo que ella te diga nada. Las ciudades aún no han aprendido a hablar. O tal vez no tengan nada que decir.